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¿De dónde sacan estos altos cargos?

Javier Rodríguez, junto a Ana Mato, en una reunión sobre la crisis de ébola. / Efe

Rosa Paz

Mientras la salud de Teresa Romero empeora, resuenan de fondo las infamantes afirmaciones del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, que, lejos de callar a la espera de conocer qué falló para que la auxiliar de enfermería pudiera contagiarse de ébola, para que el contagio no se detectara hasta pasados ya unos días y para que no se adoptaran, por tanto, las medidas de seguridad sanitaria pertinentes, se ha precipitado a culpar a la enferma a la que ha tildado, como poco, de mentirosa y torpe.

Esta “alma caritativa”, que ocupa un cargo relevante en esos “gobiernos de los mejores” que prometía Mariano Rajoy, criminaliza a la víctima y se sacude toda la responsabilidad en una crisis de salud pública que tiene a España en el centro de atención del mundo blanco. En el mundo negro el ébola mata a miles de personas sin que en Europa pestañee nadie. Y de qué manera culpabiliza a la enferma. Con cuánta ignominia y con cuánta soberbia.

Empezó el doctor Rodríguez por decir en la Asamblea de Madrid, un día después de que Romero diera positivo de ébola, que “puede que la enfermera mintiese”, aunque admitió que no podía demostrarlo, y siguió este jueves, en pleno ataque de locuacidad, asegurando cosas tales como que “no hace falta hacer un máster para ponerse o quitarse un traje” o que “tan mal no estaría cuando fue a la peluquería”. Afirmaciones que retratan a quien las hace y que están siendo desmentidas por la triste realidad.

La verborrea del consejero madrileño no es, por desgracia, más que el ejemplo más relevante de la estrategia que están siguiendo los dirigentes populares, que una vez más, ante un hecho de gravedad, han echado mano de toda su capacidad mediática para escurrir el bulto y atribuir la responsabilidad a cualquier otro que no sean ellos; en este caso a la enferma, que merece todo el respeto y que, por cierto, se prestó voluntaria para atender a los dos religiosos enfermos de ébola repatriados este verano desde África.

Parecen no darse cuenta estos gestores públicos que ante una situación tan grave lo importante es saber qué ha pasado y por qué, para corregirlo y para evitar así que vuelva a ocurrir. Esa es, además, la información que necesita conocer la ciudadanía y no ese ruido enredador con el que buscan tapar sus responsabilidades. Parecen ignorar también esos administradores de lo público que a lo mejor una buena gestión de la crisis hasta les podría salvar de asumir sus responsabilidades políticas por lo sucedido, lo que es muy difícil que pase con una ministra de Sanidad, Ana Mato, que ante situaciones graves da más muestras de su incapacidad, y con un consejero que arremete contra la enferma y minimiza lo ocurrido con chascarrillos de pacotilla.

Hay muchas preguntas que surgen al calor de lo que está pasando. Si en la atención de los dos religiosos se siguió el protocolo en toda su intensidad. Si estaba bien adiestrado el personal sanitario. Si se hubieran evitado algunos riesgos de no haberse desmantelado el hospital Carlos III como centro de referencia de enfermedades infecciosas. Pero hay una que cada vez se hacen más personas: ¿de dónde los sacan?, ¿en qué casting encuentran a estos altos cargos tan poco dados a aceptar errores y tan dispuestos a atacar al más débil?

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