El traidor y la nada
La frase de Mark Twain es bien conocida: “Nunca discutas con un idiota, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia”. Algo parecido ocurre cuando tratas de discutir sobre las ideas de ultraderecha con un ultraderechista. Te hace descender a su nivel. Y ya has perdido.
Ignoro si el presidente de Francia, Emmanuel Macron, tiene algún proyecto para lo que resta de su segundo y último mandato. Son más de tres años que pueden hacerse larguísimos para la mayoría de la población francesa, pero dulcísimos para Marine Le Pen. Cada vez que Macron dice o hace algo, sube la ultraderecha en los sondeos.
Quizá obnubilado por su impopularidad, Macron acaba de descender al nivel de la ultraderecha. Su nueva ley de inmigración consagra por fin el objetivo que se marcó hace 40 años Jean-Marie Le Pen, padre de Marine y patriarca de quienes nunca aceptaron los principios republicanos: la “preferencia nacional”. Es decir, la prioridad de los ciudadanos franceses sobre los inmigrantes a la hora de recibir subsidios, o tratamiento sanitario, o empleo.
La frase es sibilina. “Preferencia nacional”. Parece tener cierta lógica, ¿no? A los franceses les suena bien: casi el 70% de ellos dicen estar de acuerdo con la preferencia nacional. Al fin y al cabo, ¿no viene a ser lo mismo que el proteccionismo industrial? ¿No hay que defender lo propio? El viejo Le Pen sabía lo que se hacía.
La ley del 19 de diciembre acaba con los subsidios (al menos por cinco años) para los inmigrantes que no trabajen. Acaso el plan consista en que sin sueldo ni subsidio y con familia que alimentar, el inmigrante se vea forzado a delinquir. Momento en el que se pondría en marcha otro apartado de la ley: la expulsión inmediata de quien, carente de pasaporte francés, agreda a un policía.
Sí, sí. Todo suena razonable. Pero por algo Marine Le Pen proclamó, tras la votación en que se aprobó la ley, “una victoria ideológica”. Un Macron que ya no sabe qué hacer se había avenido a discutir las ideas de la ultraderecha, especialmente la preferencia nacional, con una ultraderechista que, como era de esperar, venció por experiencia. Los parlamentarios de la derecha tradicional, o que creíamos tradicional, Los Republicanos, hicieron el resto. Francia ya tiene una ley de inmigración empapada en xenofobia.
Emmanuel Macron irrumpió en la política francesa en 2016 con una traición espectacular. Traicionó al presidente que le había nombrado asesor, después secretario general adjunto del Elíseo y finalmente ministro de Economía, el socialista François Hollande (un hombre de notable incompetencia), y a meses de las elecciones formó su propio partido, En Marche!, bajo el lema “ni de derechas ni de izquierdas”, aunque algunos días el lema era “al mismo tiempo de derechas y de izquierdas”.
Macron ganó, destruyó el Partido Socialista, arrasó el sistema de partidos y logró dejar en ambos flancos del espectro ideológico dos formaciones que supuestamente, por extremismo, no podían desafiarle electoralmente: los Insumisos de Jean-Luc Mélenchon y el Frente Nacional de Marine Le Pen. Fue un éxito estratégico. Se comparó a Macron con Napoleón, por su juventud (llegó al Elíseo con 39 años) y por su audacia. Conviene recordar que Napoleón acabó muy mal.
Cuando dos periodistas de Le Monde escribieron una biografía del nuevo presidente eligieron como título un juego de palabras basado en una obra de Jean-Paul Sartre, 'L´être et le néant', 'El ser y la nada'. El título fue 'Le traître et le néant', 'El traidor y la nada'. El traidor, en efecto, no proponía realmente nada, salvo palabras hermosas, y ha creado la nada a su alrededor.
Esa nada, y el malestar que genera, con periódicas explosiones de descontento, es el espacio abierto que poco a poco va ocupando el partido de Le Pen, ahora llamado Reagrupación Nacional. Macron ha normalizado las ideas de la ultraderecha. Hasta cierto punto, las ha hecho suyas. Ya no hay ninguna razón, ningún principio de higiene democrática, que impida a Marine Le Pen ganar las elecciones de 2027 y ser presidenta de la República Francesa.
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