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Sobre este blog

Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Presunción de víctima

Presunción de víctima

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Manuela Chavero, vecina de Monesterio (Badajoz), desapareció hace más de cuatro años. Se perdió su pista de madrugada, cuando estaba en su casa, de la que salió dejando llaves, móvil, documentación y la tele encendida. Desde el inicio todo apuntaba a que no fue una marcha voluntaria.

Hace unos días ha aparecido su cuerpo enterrado en una finca cercana al pueblo. Un vecino ha declarado que la enterró él y que ha tardado cuatro años en contarlo, a pesar de que tenía cerca el dolor y la inquietud de un pueblo, la desesperación de una familia. Aunque todo apunta a un asesinato, hay que esperar a que se demuestre cómo falleció Manuela Chavero. Es fundamental en estos casos cuidar el lenguaje y tirar de la manoseada “presunción”. Aceptado.

Para hablar de la víctima, de la mujer asesinada, para hablar de Manuela Chavero (y de otras tantas que podrían ser ella o que han sido ella) no hay cuidado que valga. ¿Para qué?

Los decálogos, guías o recomendaciones para informar sobre violencia de género (por cierto, el caso de Manuela Chavero no lo es porque el principal sospechoso no era su pareja ni su expareja, de ahí la importancia de hablar de violencias machistas, para no dejar a nadie fuera) son habituales en las redacciones de los medios de comunicación desde hace más de una década. Foros, comunicados, presentaciones para dar a conocer cómo la profesión debería informar de estos casos. Ese día, el del anuncio del enésimo propósito, todo el mundo lo tiene muy claro, y hay palmitas en la espalda. Hasta que hay que informar. Ahí ni decálogo ni nada. ¿Dónde se guardó?

Leer crónicas sobre Manuela Chavero duele. Que si su ropa, que si sus amistades, que si la edad de sus amistades, que si su físico. No voy a poner aquí los ejemplos concretos, no voy a reproducir malas prácticas, solo quiero lanzar una pregunta. ¿Por qué poner el ojo, el análisis, la pluma o el teclado del ordenador en la víctima?, ¿por qué siempre se hacen relatos que de alguna manera tratan de justificar el crimen?, ¿por qué siempre las víctimas tienen que cargar con la responsabilidad de ser víctimas?, ¿por qué siempre hay un pero cuando hablamos de violencias machistas?

Hace unos días se presentó la macroencuesta de violencia contra la mujer de 2019, que se realiza cada cuatro años. Entre otros datos, indica que una de cada dos mujeres ha sufrido violencia a lo largo de su vida y que un 13,7 por ciento ha vivido agresiones sexuales. Las cifras, siempre necesarias, vuelven a hablar de las víctimas, a las que se les pregunta, interroga y contabiliza. “¿Y qué pasa con los agresores?”, se pregunta en un análisis de Berta Gómez Santo Tomás, publicado en Pikara Magazine. ¿Sería útil, por ejemplo, poner a una muestra de 10.000 hombres –el mismo número de mujeres que se someten a estos estudios– delante de un papel donde se les interpele e incomode?

Desde el periodismo con mirada feminista que practica Pikara Magazine se defiende la importancia de contar con las supervivientes, con sus relatos, con sus historias. Algo así como contar la vida para dignificarla. Pero ese relato no debe ser acusador, ni jerárquico, ni cuestionador, porque caerá de nuevo en la revictimización e, incluso, en la culpabilización de la víctima. Si el periodismo debe ser un cuestionamiento del poder, si el periodismo es un servicio esencial para la sociedad, debe revisar sus quehaceres, sus verbos y sus descripciones. No pueden servir en una crónica sobre violencia machista elementos que objetiven a las mujeres y que usen sus cuerpos como diana. Para escribir con empatía, compromiso y dignidad no hace falta desempolvar ningún decálogo.

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