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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Jackass en el Congreso

El diputado socialista Arnau Ramírez, con una camiseta de Gaysper, se puso cerca de Santiago Abascal para que le hicieran una foto juntos.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Se acabó 'Juego de tronos' y nos quedamos sin la ración imprescindible de traiciones, venganzas, amores imposibles, promesas rotas y violencia desbordante. Menos mal que acaba de iniciarse la nueva temporada de una serie que apunta un grado de tensión similar y a la que parece que no le faltarán las dosis habituales de violencia gratuita que enganchan a la audiencia. 

Se trata de la 13ª legislatura del Parlamento, claro. 

Un acto protocolario como el acatamiento de la Constitución por los nuevos diputados –antes tan aburrido y previsible como lo era el bipartidismo– se convirtió este martes en un espectáculo de esos que abochornan un poco, pero de los que no puedes quitar la vista. Como un accidente de tráfico con heridos y coches destrozados. Hubo abucheos, pateos furiosos, golpes en la mesilla del escaño y alegatos de supuesta intención épica. No hubo sexo. No se puede tener todo en horario infantil.

Hasta hubo un momento en que Albert Rivera, preso de la ira patriótica, quiso poner fin a la afrenta a la patria, la suya. Saltó del caballo mientras desenvainaba la espada, se lió con el estribo, el visor del yelmo le tapo la cara y cayó de bruces al suelo lleno de barro, mientras los demás seguían a lo suyo. La reina Meritxell le dijo que no le permitiría interrumpir la ceremonia. Desde su escaño, la marquesa Cayetana miraba todo con su gesto desdeñoso, como siempre, escandalizada por los modales de la plebe. Uno de los plebeyos, Juan Carlos Girauta, ahora trasplantado a una hacienda de Toledo, se afanaba en golpear la mesa con las dos manos, lamentando no tener otra para hacer más ruido. Los diputados independentistas presos estaban a otras cosas, como aprovechar el Pleno para utilizar los teléfonos móviles que no están permitidos en prisión.

Algunos recordarán esos tiempos en que la derecha se mosqueaba si algún diputado decía “por imperativo legal” antes de la expresión formal de prometo o juro. Lo que además era una obviedad, así que malamente podía ser ilegal.

El zafarrancho de combate lo iniciaron los diputados de Vox que tuvieron mucha prisa en desmentir a los periodistas que en las tertulias aventuraban que pronto se acostumbrarían a las maneras habituales en el Congreso cuando comentaban su truco de madrugar para sentarse en los escaños habituales de los socialistas. Así, Santiago Abascal se ganaba las fotos justo detrás del banco azul del Gobierno en una especie de 'photobombing' parlamentario. Les faltó enarbolar imágenes de Don Pelayo, el Cid o los Reyes Católicos para enseñarlas a los fotógrafos y recordar así las épocas históricas en las que se sienten más cómodos. 

Cuando llegó el momento de acatar la Constitución (“por España, sí, juro”, dijo Abascal; claro, no va a ser por Finlandia), los voxistas se pusieron en modo Hulk cada vez que escuchaban el catalán o el euskera o cualquier cosa que sonara sediciosa. Cuando los diputados de ERC y JxCat hacían sus alegatos –hubo uno que casi duró tanto como la República catalana de Puigdemont–, eran inaudibles por el ruido que salía de los escaños ultras. Los golpes se oyen en el vídeo que grabó una diputada de ERC cuando intervenía Oriol Junqueras. 

También hubo momentos para la diversión. Ocurrió cuando el diputado Juan López de Uralde, de Unidas Podemos, añadió “por todo el planeta” al acatamiento. Los periodistas presentes en el hemiciclo contaron que muchos diputados se rieron. Era lo más apropiado el día que se supo que el fondo del Mediterráneo en la costa italiana es un vertedero de plásticos a 500 metros de profundidad. Para partirse de risa. 

Da igual lo que griten, lloren o pataleen los políticos en campaña y, por lo que se ve, también en el Congreso. Los resultados de las elecciones reflejan la voluntad de los españoles y eso tiene una traducción concreta desde el primer día de actividad en el Parlamento. Eso incluye también arrastrar todos los problemas políticos que están pendientes de solución, los que han sido subcontratados a otras instituciones o los que se intentan ocultar debajo de las alfombras.

Los diputados indepes que pidieron la liberación de sus presos o los voxistas que les metían bulla estaban probablemente cumpliendo los deseos de sus votantes. Seguro que muchos de ellos quedaron contentos con lo que vieron. Un voto bien invertido, habrán pensado. Pedirán un espectáculo de Jackass en cada sesión parlamentaria. Nunca tendrán suficiente con los gritos, carreras y caídas que se producirán.

Finalizada la accidentada jura/promesa, Rivera volvió a levantarse para reclamar a la nueva presidenta, Meritxell Batet, que hiciera algo. No se sabe muy bien el qué. El líder de Ciudadanos ha dejado claro muchas veces que no quiere ver de cerca a los independentistas. En el Congreso es un problema, porque ERC sacó un millón de votos y JxCat, 500.000. Votos de ciudadanos españoles, pero no Ciudadanos de Rivera. “Personas que han pisoteado la dignidad de España hoy han venido a volver a humillar a los españoles. No lo vais a lograr. Pero esta Cámara, señora presidenta, merece que nos defienda a todos los españoles”, dijo.

Batet le respondió con la referencia a una sentencia del Tribunal Constitucional que zanjó este asunto hace tiempo (ver despiece inferior). Hace 29 años, nada menos. Rivera no estaba informado.

Sin embargo, la nueva presidenta tuvo otra intervención más relevante que el rápido gesto con el que se quitó de encima a Rivera. En su primer discurso, recordó a los diputados quiénes son y, sobre todo, qué no son: “Ninguno de nosotros representa en exclusiva a España. Ni a ninguno de sus territorios. Todos somos del pueblo pero ninguno somos el pueblo. En todas partes hay un otro distinto y legítimo”.

Evidentemente, el mensaje no será bien recibido por buena parte del Congreso. Hay unos cuantos caudillos que creen hablar en nombre de España. O de alguno de sus territorios. Pero alguien tenía que decirlo en este episodio piloto de una temporada en la que hay demasiados guionistas metiendo la cuchara para ser optimistas. Promete ser dramática, pero esperemos que no sombría. 

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