Ser mal profesor en la universidad no tiene consecuencias
¿Quién evalúa al evaluador? Mientras que se habla, y mucho, de la necesidad de observar a los cuerpos docentes de Primaria y Secundaria, el profesorado universitario ha quedado por alguna razón fuera de esta discusión. La parte científica está cubierta a través de los sexenios, pero, ¿se vigila cómo imparten clase los doctores? ¿Quién y cómo? ¿Qué se mira?
Una primera respuesta, corta e incompleta, sería que algo se hace, pero no demasiado. El sistema ha dejado la evaluación, en su pata docente, en manos de las universidades. La ANECA, agencia oficial de evaluación, no entra ahí. Lo que hay no está sistematizado, no afecta a todos los profesores y los criterios que emplea están en revisión.
Pero el análisis de la docencia está mejorando, según explican las fuentes consultadas, principalmente a través de la introducción paulatina del programa Docentia. Entre los debes del sistema: de momento es voluntario para los docentes someterse a este escrutinio y, para los que lo hacen y obtienen resultados negativos, apenas hay consecuencias directas.
Aparte de Docentia, algunos aluden a los quinquenios o los trienios como elemento evaluador de la actividad docente. Pero, a la vez, todos admiten que estos complementos (que se otorgan cada ciclo de tres o cinco años dando clase) se conceden prácticamente por sistema y no por mérito contrastado.
Más investigación que docencia
La primera cuestión que afecta a la valoración de los profesores universitarios es que, a la hora de evaluar su labor, los campus están mucho más centrados en observar su actividad investigadora que la docente. Por el lado institucional, porque es más fácil medir los resultados y el éxito investigando que dando clase, sujeto siempre a criterios más subjetivos. También podrían entrar cuestiones como los ránkings universitarios, que premian más la investigación que la docencia.
En el apartado personal, “como se premia la carrera del buen investigador, pero no la del buen docente, los profesores se aplican a tener buenas investigaciones”, según explica Julio Serrano, antiguo responsable de Universidad de CC OO. Ser un buen investigador está reconocido y premiado. Ser un buen docente, no. Lo reconoce Carlos Andradas, presidente CRUE-Asuntos Académicos (la comisión sectorial de la Conferencia de Rectores dedicada a estas cuestiones), cuando explica cómo se distribuye el tiempo de los profesores: “La dedicación docente se modula en función de la tarea de investigación”. Si tienes mucha investigación, te quitan horas de aula. Primero la ciencia, luego las clases.
La evaluación docente es más necesaria si se tiene en cuenta que nadie enseña a un profesor universitario a enseñar. Se les suelta en clase y que se apañe. “Hasta hace pocos años, se creía que dar clase era un poco de ciencia infusa”, concede Andradas, “que alguien había terminado su carrera conseguía un contrato y ya está. Afortunadamente, esto se va cuidando más”, afirma. Coincide en la apreciación Ignacio Fernández Sarasola, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Oviedo. “No entiendo que se pueda ser profesor sin que nadie te forme para dar clase”, expone.
¿Qué consecuencias tiene esto? “Al final el profesor es bueno o malo en función de que él se tome el interés. Y en la universidad hay profesorado realmente malo. Por tu cuenta mejoras, pero queda en tu voluntad hacerlo. Los cursos de perfeccionamiento docente deberían ser obligatorios”, argumenta Fernández.
El primer problema que surge cuando se habla de evaluación del profesorado es fijar los términos a observar, como explica Francisco Javier Tejedor, profesor universitario jubilado y autor de varios estudios sobre la cuestión. “La puesta en marcha de un sistema de evaluación requiere determinar el modelo de profesor que se quiere”, escribe el experto. ¿Qué datos deben recogerse? ¿De qué fuentes? ¿Cómo deben ser los indicadores? ¿Cómo serán empleados los datos? Estas son algunas de las preguntas que Tejedor se plantea respecto a la evaluación.
Las respuestas están llegando a través de Docentia. Este programa lleva varios años implantándose en los campus para evaluar, a través de unos criterios establecidos, la labor de los profesores. Actualmente, la evaluación docente se sostiene en tres patas, según explica Andradas. La principal son las encuestas que se realizan entre los alumnos de cada asignatura. A esto se añade un informe de un responsable del departamento en cuestión (el decano, normalmente) y una autoevaluación del profesorado.
Las encuestas, solución y problema
Docentia, un programa estatal que cada universidad acopla a sus necesidades, recoge un número variable de indicadores agrupados en cuatro dimensiones, según explica Rafael Rivero técnico responsable del programa en la Universidad Pablo Olavide (UPO). Se observan la planificación de la docencia, el desarrollo, los resultados obtenidos y la innovación. “La mayor parte de la información se basa en recoger la opinión del alumnado”, especifica Andradas.
La ventaja que plantea el método de las encuestas a los alumnos es que se valoran muchos ítems por parte del receptor directo de la calidad docente de un profesores. El principal problema es que el porcentaje de estudiantes que las rellena es muy bajo y además no se pueden contrastar. “Igual en una clase de 150 estudiantes las realizan ocho o diez”, explica un profesor que estuvo en la gestión de Docentia en una universidad madrileña. “Tan es así que a veces el propio sistema no las admite por no ser representativas”. Fernández lo corrobora. En la Facultad Jovellanos, de Gijón, el mejor dato fue del 30%.
Fernández Sarasola cree, además, que debería limitarse qué alumnos tienen derecho a rellenar estas encuestas. “Solo deberían hacerlo los que van a clase (controlando quién lo hace). Hay algunos que no aparecen ni el día de la presentación, pero luego justo están el de la encuesta y evalúan a un profesor que ni conocen o servicios como la tutoría por los que no han pasado”, sostiene.
Los informes del responsable de turno del departamento a veces llegan y a veces no, explican las fuentes, y en cualquier caso no suelen tener mucha relevancia. Con estos mimbres, ¿se puede hacer un buen cesto? Según Andradas, sí. “Se ajusta bastante a la evaluación que se hace en todas partes”, argumenta.
Buena idea, pero mejorable
El pensamiento mayoritario entre las fuentes consultadas es que la idea de Docentia es buena, pero mejorable. “La idea generalizada de que los profesores universitarios están dejados en este tema no se ajusta a la realidad. Hay sistemas de control”, sostiene Ramón Caballero, responsable de Universidad de CSIF. Santiago Redondo, su homólogo de UGT, sí opina que debería reforzarse. “Las buenas clases deberían ser irrenunciables. Pero hoy en día se puede ser un gran investigador y un profesor regular, sin embargo lo contrario es muy difícil”, argumenta. “Antes había un sistema abreviado. Docentia es más exhaustivo, se ven más indicadores y aspectos del profesor”, asegura Rivero.
A veces, demasiados, si se le pregunta a Fernández. “Los alumnos no están en disposición de evaluar cuestiones como el conocimiento que tienen los profesores del contenido de una asignatura. Deben centrarse en el devenir de la misma (que se acabe el programa, materiales proporcionados, examen acorde a lo enseñado, etc.)”, opina.
Una de las principales objeciones que se podría hacer a Docentia es que, de momento al menos, no es obligatorio para los profesores someterse a su escrutinio. Rivero, de la UPO, calcula que en su centro lo solicitan el 5% de los profesores en cada convocatoria (hay dos al año). Quienes suelen pedirlo son aquellos profesores que se van a someter a una acreditación por la ANECA (la agencia estatal que habilita a los profesores para serlo o para subir de categoría), según cuenta otro antiguo responsable de Docentia. “Pero como no es obligatorio, si sale negativo no se presenta el informe y listo”, aclara.
Andradas, de la CRUE pero también rector de la Universidad Complutense de Madrid, sí cree que “todos los profesores deben ser evaluados”, algo que parece lejos de suceder aún. Y que muchos centros ni siquiera podrían asumir por la enorme cantidad de recursos que requeriría evaluar a, por ejemplo, mil personas al año, como explica Rivero respecto a la UPO.
La otra gran pega. ¿Qué pasa si un profesor obtiene un informe negativo de Docentia? Para empezar, ya es raro. “Nosotros teníamos cuatro categorías (de la A a la D) y la mayoría eran A y B. No recuerdo ninguna D”, explica este trabajador. Y, si pasa, apenas tiene repercusiones. Andradas explica que en la Complutense el profesor que concatene dos evaluaciones negativas tiene que hacer “un curso de formación docente. Se puede llegar a medidas más coercitivas, pero en general, cuando uno sabe que está siendo evaluado, reacciona”.
En la Universidad de Oviedo, tres evaluaciones negativas conllevan la retirada de un complemento económico. A Fernández Sarasola le parece, aún así, insuficiente. “Las sanciones deben ser más efectivas y gravosas. Además, los alumnos perciben, quizá con cierta razón, que las encuestas no sirven para mucho. Si supieran que son importantes y tienen consecuencias, se las tomarían en serio”, cierra.