La tecnología atraviesa cada vez más nuestras vidas. Pedimos comida, compramos regalos, escuchamos música e incluso ligamos a través de una pantalla. Miles de empresas hacen negocio prestando esas facilidades y se han convertido en enormes corporaciones que despliegan en todo el mundo sus plataformas a través de Internet. Detrás, o más bien en lo bajo de estos gigantes tecnológicos, siguen trabajando personas que quedan invisibilizadas por la facilidad del clic.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido del peligro de crear “jornaleros digitales”, con prácticas laborales más propias del siglo XIX, pero bien empaquetadas con un envoltorio de modernidad. España está a la vanguardia en la expansión del trabajo en plataformas digitales, como el país con más trabajadores (18%) y donde más se incrementaron de 2017 a 2018, según un reciente estudio para la Comisión Europea. Pero, ¿cómo trabajan los obreros de los algoritmos? Javier, Carolina y Luis nos cuentan sus experiencias en tres de las mayores multinacionales tecnológicas: Facebook, Amazon y Uber.
Sus ojos son la barrera para que no circulen violaciones, asesinatos y otros abusos en la red social con más usuarios del mundo, Facebook. Ven esas imágenes para que 2.500 millones de usuarios no tengan que hacerlo. Son los moderadores de contenido del gigante creado por Mark Zuckerberg, que analizan cuáles incumplen las normas para ser mostrados en Facebook. Un total de 15.000 personas con la mirada clavada en un ordenador. “Cobraba 700 euros netos al mes por ocho horas de trabajo en Varsovia. La meta era revisar unos 500 perfiles al día”, cuenta Javier, un exmoderador subcontratado a través de Accenture.
El cargo suena “muy cool”, dice con ironía el trabajador, que pide no revelar su nombre real. “Data analist. Tuvimos dos semanas de formación pagadas, no nos exigían titulación”, relata Javier sobre lo vivido en la oficina de la capital polaca. Fuentes de Facebook explican que los moderadores están repartidos “en más de 20 sitios en todo el mundo, incluyendo Estados Unidos, Alemania, Polonia, España y Portugal”. En los últimos años están invirtiendo además en “inteligencia artificial”, para que sean algoritmos y no personas los que detecten estos contenidos dañinos.
"Javier cobraba 700 euros al mes en Polonia con la meta de revisar el contenido de 500 perfiles de Facebook al día. 'Ves mucha mierda. Porno, violencia... cosas brutales. Nadie aguantaba más de dos años'
Con un total de 35 minutos de reposo en toda la jornada, “evidentemente comía ante la pantalla del ordenador”, sostiene Javier. Frente a sus ojos, un chorreo constante de vídeos, fotos, perfiles y comentarios sobre los que los moderadores deben decidir en unos 30 segundos: si eliminan el contenido o ignoran la denuncia. Ser lento o equivocarse impide cobrar el plus de objetivos, que solo reciben con “un 98% de calidad” en su trabajo. El sistema “es muy precario, se necesitaría más gente para poder decidir con más tiempo”, lamenta el antiguo trabajador. El contenido puede tratarse de insultos y perfiles suplantados, pero también otros de gran impacto psicológico. “Ves mucha mierda. Porno, violencia… Cosas brutales. Nadie aguantaba más de dos años”.
Accenture ponía a disposición de los empleados una psicóloga en su oficina. El apoyo psicológico es un requisito que exige Facebook “para asegurar el bienestar” de estos trabajadores, sostienen en la red social. “Yo nunca fui, no me inspiraba confianza. Había trabajado con los marines de EE UU y creía que era una chivata, que quería ver quién estaba desmotivado, si criticabas al jefe… Había compañeros que veían cosas muy fuertes, sobre todo en el mercado árabe, que sí iban”, explica Javier.
El secretismo y las severas medidas de control marcaban el día a día del moderador en Varsovia. “Estaba prohibido hasta sacar el móvil del bolsillo. En cada equipo, había un topo que informaba a los superiores. Teníamos cámaras y una tarjeta de acceso que utilizabas todo el rato. Para ir de mi escritorio a la cocina tenía que pasarla, para ir al baño e incluso para llamar al ascensor”. Todas las persianas estaban completamente bajadas para que no se pudiera ver nada desde el exterior. “En el contrato firmas confidencialidad por dos años, no puedes decir en lo que trabajas ni a tu familia. Pareces un espía de la CIA”, bromea Javier.
Aunque con 700 euros al mes podía vivir por su cuenta en Polonia, Javier confronta el modesto salario de la plantilla encargada de esta función de control clave para Facebook con los beneficios millonarios de la red social. En 2019, ganó casi 17.100 millones de euros. En Facebook afirman que trabajan “en estrecha colaboración” con sus socios “para asegurarnos de que proporcionen el pago y las prestaciones que lideran la industria”. En Accenture se limitan a decir que ofrecen “una remuneración competitiva” en todos los mercados. “Yo lo peor que vi son personas decapitadas y un señor mayor violando a un niño”, recuerda Javier. “Piensas: a lo mejor tendrían que pagar más por ver esta mierda”.
Viernes tarde. Llega la “cacería”. Carolina, como en plena competición, no se separa del móvil. Refresca una y otra vez la aplicación de Amazon Flex hasta que, por fin, “caza un reservado”, lo que llaman un “bloque” de trabajo garantizado la semana siguiente repartiendo paquetes para el gigante del comercio electrónico. “Ya pillar un bloque a estas alturas es muy complicado. Somos muchas personas para la cantidad de bloques que hay. Ahora casi solo trabajamos lo que nos ofrecen los viernes”, explica esta venezolana que, como tantos otros compatriotas, vino a España a rehacer su vida.
La retórica del anuncio parece atractiva. “Sé tu propio jefe y define y planifica tu horario”, se publicita Amazon Flex. El horario flexible y la facilidad para comenzar a trabajar fue lo que llevó a Carolina a repartir paquetes con su coche. Solo tenía que hacerse autónoma, descargarse la aplicación de la compañía y subir ahí los documentos que pide la multinacional, como el alta en la Seguridad Social y un certificado de ausencia de antecedentes penales. “Lo hice todo por Internet, nunca me vi con ninguna persona de Amazon”, cuenta.
Una vez Amazon valida la cuenta, estos repartidores autónomos ya pueden recoger en sus estaciones las cajas de cartón con la famosa sonrisa. La multinacional no facilita información sobre el número de personas que reparten de este modo. Fuentes de Amazon se limitan a circunscribirlo a “un pequeño porcentaje de autónomos que colaboran con nosotros”. Por su experiencia, Carolina sostiene que autónomos hay muchos, pero no tantas horas de trabajo: “Antes era más fácil, yo hacía el máximo de seis bloques de cuatro horas a la semana. Ahora con suerte hago tres bloques”.
Carolina agradece “no tener jefe y no estar esclavizada a un horario fijo”. Los limitados ingresos que genera y la incertidumbre continua de si conseguirá repartos la abocan sin embargo a estar “todo el día pegada al móvil intentando cazar horas”. Al final, reconoce, “yo misma acabo trabajando más horas”. Con un calendario laboral de “lunes a lunes”, Carolina reparte por su cuenta para Amazon Flex, a través de la empresa Paack, que también tiene asignados envíos de la multinacional estadounidense, y con Deliveroo por las noches y los fines de semana.
“Ahora puedo hacer unos 700 euros quincenales, trabajando todo el día con todas las aplicaciones”, explica Carolina. De ahí tiene que restar la gasolina, el pago de la cuota de autónomos y otros gastos. Amazon cerró 2019 con un aumento de sus beneficios del 15%, hasta los 10.678 millones de euros. “El tema es que Amazon no te garantiza el trabajo. Si lo hiciera, sería genial”, dice la venezolana, que tiene que cortar ya la conversación. Va a repartir a primera hora para Paack y luego ha logrado pescar un bloque en Amazon Flex de cinco y media a nueve y media. “De ahí me voy a repartir con Deliveroo, Llegaré... a las once y media de la noche”, calcula. “Hay que buscarse la vida”.
“Mal que bien Uber ha sido una ayuda para nosotros, los emigrantes que llegamos a España”. Luis trabaja como repartidor de Uber Eats, la plataforma de comida a domicilio de la multinacional estadounidense Uber. Durante meses lo hizo pese a no tener permiso de trabajo. Llegó como turista, pidió asilo y obtuvo la famosa tarjeta roja que se concede a los solicitantes de protección internacional mientras la Administración resuelve sus expedientes. El documento les permite residir en España, pero durante seis meses no pueden trabajar, algo muy criticado por organizaciones humanitarias. “De algo tenemos que vivir”, destaca el repartidor.
“Amigos venezolanos me hablaron de Uber”. Luis no sabe cómo funciona el sistema, pero sí que hay “un vacío” por el que los migrantes sin papeles pueden repartir para la multinacional. A veces funciona de manera informal entre los repartidores, mediante el préstamo de sus licencias. “Cuando llegó mi primo al principio le dejé la mía de Uber”, cuenta.
En otras ocasiones, existe un sistema más sofisticado. “Hay dueños de flotas en Uber con las que puedes repartir sin estar dado de alta. El responsable de la flota no te pide papeles, trabajas como una extensión de su cuenta y luego le pagas un porcentaje pequeño de lo que ganas”, cuenta Luis.
Uber Eats asegura en su web que exige a los repartidores su identificación, el alta a la Seguridad Social como autónomos e, incluso, según el territorio, el certificado de antecedentes penales. eldiario.es ha preguntado a la multinacional sobre los repartidores sin papeles dentro de la plataforma, pero la compañía no ha respondido. Uber irá a juicio en Madrid este año tras una investigación de la Inspección de Trabajo que detectó a decenas de trabajadores sin permiso de trabajo y que concluyó que los mensajeros eran falsos autónomos.
Luis trabaja “de lunes a lunes” y saca unos “500 euros semanales” a los que tiene que descontar la cuota de autónomos, gasolina e impuestos. “Pensaba en un autónomo e imaginaba a un empresario, pero no eres un empresario cuando llega el trimestre y quieres salir corriendo porque no te llega”, dice riendo. Pese a las duras condiciones, “Uber ha sido una ayuda, no sé qué habríamos hecho todas estas personas sin este trabajo”, resuelve el venezolano. “La necesidad de uno es trabajar”.
Lo nuevo no es necesariamente novedoso, vino a decir un abogado laboralista en un juicio contra la multinacional Deliveroo respecto al empleo en las empresas y plataformas digitales. La explotación laboral, falta de seguridad de los trabajadores, los bajos salarios y los falsos autónomos existían antes y lo hacen ahora, pero la tecnología permite a veces camuflar el rastro de los responsables.
Carolina dice que no tiene jefes, pero varios días ha cargado más paquetes de Amazon de los que le gustaría en su coche. “Es que, si no lo hacía, los supervisores me querían abrir una incidencia y a la tercera no puedes repartir más. No puedo permitírmelo, necesito el trabajo”.
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