El tabú de ser mujer y ser calva más allá de Jada Pinkett
“Esta alopecia y yo vamos a ser amigas”. Con este anhelo hizo público la actriz Jada Pinkett el pasado diciembre en Instagram que su calvicie nada tenía que ver con el cáncer o una operación de cerebro, como especulaban algunos, sino que tiene alopecia. La condición que le ha llevado a perder el cabello motivó el chiste que Chris Rock hizo en la gala de los Óscar y ante el que Will Smith, pareja de la actriz, respondió con una bofetada que ha dado la vuelta al mundo. “Jada, te quiero. Estoy deseando verte en La Teniente O'Neil 2”, dijo. Las risas de fondo contrastaron con la cara que Pinkett puso al escucharlo: mirada arriba, ojos en blanco, ninguna gracia.
La broma ha hecho eco en miles de mujeres que sufren lo mismo que ella. Una condición, la alopecia, normalizada en hombres pero que apenas se nombra ni se ve en mujeres. No es que no exista: los datos disponibles apuntan a que es algo que pueden sufrir hasta un 30% de las mujeres en algún momento de su vida. Pero el tabú y el estigma que recae sobre la calvicie femenina tiene profundas consecuencias para la salud mental, sentimientos de vergüenza o falta de autoestima que convierten la autoaceptación en un auténtico desafío y la ocultación es vista como el único camino posible.
“Lo escondí como si me fuera la vida en ello, realmente yo sentía que era así. La otra cara de la moneda es que lo hacía todo con terror, con miedo a que se supiera. Con mis compañeras de piso incluso mojaba la peluca en el baño para salir de la ducha”, cuenta Júlia Vincent, cofundadora de A Pelo, una asociación de apoyo a “pelonas” creada en 2017 en Barcelona. Existen muchos tipos de alopecia. Júlia tiene alopecia areata, la misma que Pinkett, una enfermedad autoinmune: “Es un cuadro en el que el cuerpo se ataca a sí mismo, a los folículos pilosos, y hace caer el pelo. La puede padecer hasta el 2% de la población”, describe Claudia Bernárdez, dermatóloga y experta en tricología, la ciencia que estudia el cabello.
"Las alternativas pasen por venderte pelucas para esconderlo en vez de ofrecerte un tratamiento psicológico para aceptarte".
Este tipo de alopecia suele iniciarse con zonas despobladas de cabello y evolucionar hacia una pérdida total. Júlia empezó cuando tenía siete años. A los 15 comenzó a ponerse peluca, pero a los 30 algo cambió y salió del armario como mujer calva, que es como llaman a dejar de ocultarse. Fue tras posar como modelo para una tienda de pelucas y ver sus fotografías publicadas en redes sociales con una cascada de comentarios positivos: “Por primera vez, tras haber sentido que la alopecia era lo peor que me había pasado en la vida, sentí agradecimiento”, cuenta.
La alopecia areata de Montse Fernández López ha acabado derivando en alopecia universal, que ocurre cuando la pérdida del pelo no se limita a la cabeza y afecta también a otras partes del cuerpo como las cejas y pestañas. “Me lo vieron por primera vez hace 18 años en la peluquería, empecé a perder pelo en la nuca y cuando me lo enseñaron, me quedé muerta. Primero solo eran clapas (calvas), enseguida me puse en tratamiento y conseguí que no se me cayera del todo, pero más tarde lo perdí por completo”, rememora Montse, de 50 años, que lamenta que las alternativas pasen por “venderte pelucas” para esconderlo en vez de “ofrecerte un tratamiento psicológico para aceptarte”.
El pelo como símbolo de feminidad
Perder el pelo es algo que no agrada a hombres ni a mujeres, pero en el caso de estas últimas adquiere unas implicaciones específicas por el sentido que ha dado la cultura al pelo femenino. Tanto es así que las mujeres calvas no suelen existir ni siquiera en la publicidad de centros, clínicas o tratamientos contra la alopecia. “Hay un estereotipo y un canon de lo que se entiende que es una mujer y está asociado a un cabello largo y frondoso. Por eso hay a veces incluso una sensación de pérdida de feminidad y puede convertirse en un duelo con su propia imagen”, describe Noemí Conde, psicóloga de Desnúdate. Autonomía Corporal.
"Tienes poca autoestima e intentas que se te note lo menos posible, pero afecta a la hora de relacionarte, de conocer gente o de trabajar"
Los efectos de esta falta de visibilidad y estigma sobre las mujeres calvas cristalizan en todos los ámbitos de la vida. “La alopecia femenina es invisible, como tantas cosas que nos ocurren a las mujeres. Hay algunas a las que han despedido o que les han pedido que se pinten las cejas para trabajar”, cuenta Sandra Román, directora de Mujeres Calvas, un documental que busca visibilizar esta condición y que se empezará a grabar a finales de este mes.
Virginia García Tallón, de 43 años e integrante de Alopecia Madrid, comenzó a tener alopecia androgenética en la adolescencia, una condición de origen hormonal a veces conocida como calvicie común que en distinta medida pueden llegar a sufrir la mitad de las mujeres y el 80% de los hombres, según Bernárdez. Este tipo se caracteriza por pérdida del cabello sobre todo en la parte superior de la cabeza. “Estás intentando socializar y es duro. Tienes poca autoestima e intentas que se te note lo menos posible, pero afecta a la hora de relacionarte, de conocer gente o de trabajar”, explica Virginia, que hace 14 años empezó a utilizar una prótesis de cabello que no se quitaba “en ningún momento”.
“Soy feliz y me siento libre”
Así fue hasta que se topó en Facebook con la página de la asociación A pelo y empezó a seguirla. Acudir a una de las quedadas que organizaron en la capital le cambió la vida. “Ves que hay más mujeres como tú y dejas de sentirte sola en el mundo”, cuenta la mujer. A partir de ahí, el proceso fue progresivo: dejó la prótesis y pasó a usar peluca y a contárselo a las personas de su entorno que aún no lo sabían. “Lo escondes porque sientes que algo está mal y no es normal”, reflexiona. Hasta que durante el confinamiento por la pandemia, los primeros paseos permitidos comenzó a hacerlos rapada, sin nada en su cabeza.
Tras un proceso largo y difícil, Virginia y muchas otras mujeres han decidido dar el paso y salir a calle como más a gusto se encuentran, aunque eso implique visibilizar su calvicie y en muchas ocasiones ser confundidas con personas enfermas y bajo tratamiento por cáncer. “Yo soy feliz así como soy, me he aceptado, me siento libre y me veo fenomenal y guapa”, reconoce Virginia. Para ello son claves los espacios de apoyo como los que fomentan las asociaciones. Para Júlia es “vital” porque “cuando se te cae el pelo te sientes la única mujer calva del mundo” y “la única alternativa que se nos presenta es: ponte peluca, escóndete y que no se te note. Somos mujeres calvas, esto es así”.
Tras “muchos años intentando ocultarlo”, Montse experimentó “un cambio brutal” cuando conoció a otras mujeres calvas. Fue en 2019, en una quedada a la que acudieron unas veinte compañeras. “Fue una liberación, me saqué la peluca y no me la he vuelto a poner”, cuenta. No es, sin embargo, un camino fácil, asegura, porque el estigma y la falta de referentes siguen pesando. “A veces uso pañuelos, depende de a qué sitios vaya o con qué gente me vaya a ver no me siento del todo cómoda, pero poco a poco me voy sintiendo mejor conmigo misma”, dice Montse.
Y es que el objetivo no es convertir en exigencia que las mujeres no se oculten, sino que estén bien consigo mismas: “La libertad de las mujeres con alopecia está en no sentir que llevan una peluca como si fuera una muleta sin la que no pueden vivir, en que no les limite en que puedan dedicarse a lo que quieran con o sin peluca”, zanja Sandra Román.
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