Falsos debates para seguir oprimiendo
Una forma de obstaculizar que los derechos humanos avancen es plantear disputas engañosas que silencian las cuestiones de fondo a las que debe enfrentarse una sociedad que quiere construir sentidos y relaciones de mayor justicia, equidad y felicidad entre todos sus miembros, sin violencias estructurales ni discriminación. Abordar esas cuestiones es lo que nos permite como Humanidad crear y reemplazar procesos culturales y sociales que logran desterrar las creencias, los prejuicios y las opresiones que vulneran y dañan las vidas más frágiles y los cuerpos más precarizados, esos a los que se niega un trato digno y se estigmatiza por ser quienes son, por representar un peligro a la homogeneidad colectiva que tanto gusta al patriarcado cis hetero y colonial.
Plantear disputas engañosas es una forma muy habitual de crear falsos debates en los que, en realidad, no se quiere dialogar. No son nuevas las cruzadas aparentemente solo dialécticas que pisotean y expropian derechos en nombre de la moral, las tradiciones, la unidad, la familia, la patria, el mercado, la religión, la seguridad... el orden hegemónico, la norma. Desde una lógica de derechos humanos estos son discursos fácilmente reconocibles. Construyen sus sentidos, en forma y contenido, de forma excluyente, instrumentalizan las ideas de libertad e igualdad reproduciendo estigmas y negando la universalidad de los derechos. Sus retóricas inventan amenazas fantasma y deshumanizan a sujetos titulares de derechos con ideas apocalípticas de destrucción de 'lo nuestro'.
En los últimos tres años, España se ha sumado al rebrote preocupante de esos falsos debates que están siendo impulsados de manera global, en distintos lugares del planeta Tierra, por lo que Rita Segato llama fundamentalismos contemporáneos. Una pandemia de intolerancia y argumentos retrógrados se ha hecho hueco en las conversaciones de la agenda mediática, política y social para señalar a los titulares más vulnerables de derechos como 'enemigos'. Una epidemia de antipatías y resentimientos que recuerda al Ensayo sobre la ceguera de José Saramago y esa frase que hace referencia a que estamos hechos mitad de indiferencia y mitad de ruindad. Precisamente, es esa ruindad humana la que buscan destapar esos falsos debates para neutralizar una lucha mucho menos fraticida, la de los derechos humanos, la justicia social y la sostenibilidad de la vida. No hay manera más eficaz de hacerlo que erosionar la lógica imparable del respeto, la aceptación y la empatía.
En nuestro país, tras la organización ultraconservadora Hazte Oír, los falsos debates son la especialidad de la casa del partido de ultraderecha Vox. Este niega sistemáticamente los derechos civiles y políticos de aquellas personas que pertenecen a una categoría especialmente golpeada por las violencias racistas, sexistas, machistas, clasistas, lgtbófobas... Es decir, niegan su existencia como sujeto de derechos cuando no directamente niegan los derechos que tienen. De esta forma, por ejemplo, para el partido de Abascal los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y las disidencias sexuales no existen o, mejor dicho, no deberían de existir. Rechazan reconocer como derecho humano el que tengan la soberanía de sus cuerpos y de sus proyectos de vida afectiva, y al hacerlo rechazan que si son víctimas por ello lo sean de violencias machistas y lgtbófobas. Para Vox no hay machismo, no hay LGTBfobia. Todas las violencias son iguales.
La estrategia de estos fundamentalismos contemporáneos es clara. En la medida en que puedan restar valor a la legitimidad que otorga la condición de derecho humano ganan autoridad para plantear temas contrarios a estos. De esta forma, es mucho más efectivo plantear un debate contra una ideología de género totalitaria que adoctrina que hacer frente con argumentos a que los derechos sexuales y reproductivos sean derechos humanos. En no mucho tiempo nos encontramos que estos falsos debates de Vox han calado en una parte de la sociedad y con ello, aumenta el desamparo, la desprotección y el aislamiento a las personas que son víctimas de violencias estructurales.
El veto parental, que la violencia no tiene género, el orgullo hetero, el síndrome de alienación parental, las leyes mordazas LGTBI, los niños abortados, la destrucción de la familia natural, etc. son debates ficticios que, desde la lógica de los derechos humanos y desde hace décadas, no tienen debate ninguno. Son una tergiversación de la realidad para no hablar de las cuestiones de fondo. Son ruido. Lo único que preocupa y ocupa a la ultraderecha es tratar de impedir que se aprueben las leyes que reconocen derechos y protegen a los sujetos cuya dignidad e integridad es atacada por las violencias del patriarcado cis hetero y colonial. Leyes que plantean un cambio de paradigma cultural y social para poner fin a la indiferencia -esa otra mitad de lo que somos según decía Saramago- y también al poder ilimitado (político, económico y religioso) sobre las vidas estigmatizadas y los cuerpos marcados por la desigualdad y las opresiones. Para acabar con el mandato patriarcal.
En esta nueva normalidad, cuando creíamos haberlo visto casi todo en estos falsos debates que oprimen –curar o armarizar la diversidad sexual, criminalizar la potencia contra hegemónica de los feminismos, negar las violencias machistas y de género a gritos en el Congreso...– nos hemos encontrado con un documento del PSOE que niega el derecho a la autodeterminación de las personas trans. Una nueva e inesperada alianza para los ultraconservadores y ultracatólicos que debe estar haciendo las delicias de los de Arsuaga, Reig Pla y Espinosa de los Monteros. Imagino que desde este posicionamiento a Carmen Calvo le resultará mucho más sencillo establecer canales de colaboración con la Conferencia Episcopal.
Para quienes defendemos la lógica de los derechos humanos desde la mirada de la justicia feminista y la interseccionalidad, es un hecho inesperado que se quiera plantear este falso debate borrando el punto de partida: que la autodeterminación de género es un derecho humano. Sorprende también que el argumento de más peso sea una instrumentalización sesgada de la teoría queer como si esta fuera ‘la nueva ideología de género’. Pero más allá de lo inesperado y sorprendente, este posicionamiento que se defiende desde las filas del PSOE provoca una situación compleja. No hay debate posible cuando se ataca la dignidad de otras mujeres (las trans) y de otras personas (las no binarias). No es posible porque al hacerlo borran los derechos de seres humanos cuya identidad de género no daña a nadie más que a quienes construyen sentidos y relaciones desde la transfobia.
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