El consenso y el buen hacer han salvado al lince
Es una mañana de primavera en el Valle del Matachel, en la provincia de Badajoz. Caminamos por entre jarales y dehesas rodeados de amarillos, azules y verdes. Pasa el águila imperial, cantan el alcaraván y la oropéndola, un buitre negro se posa en su encina. Cruza un ciervo, luego un conejo, y otro, y otro. Ahí va el zorro. La nutria chapotea en el río, las perdices andan por el camino con su trote cortijero. La fauna ibérica resplandece ante nuestros ojos. Pero ni rastro de su gran protagonista.
De repente la antena receptora de señales de Samuel, nuestro guía de campo, empieza a emitir señales: tuc, tuc, tuc; cada vez más rápidas, cada vez más nítidas. “Un momento. Silencio. Tiene que estar aquí cerca –nos dice Samu en voz baja– a menos de diez metros. Pero será mejor no ir en su búsqueda, es una hembra con cachorros y podríamos espantarla”.
Con la respiración contenida miro fijamente hacia el jaral tupido. Están ahí. Las últimas lluvias han hecho crecer la yerba, pero sé que están ahí. Probablemente nos está viendo. La noto, la siento. Pero renuncio a verla para que todos sigamos sintiéndolos.
El naturalista debe ejercer de conservacionista antes que de fotógrafo o de coleccionista. Tengo suficiente con saber que están ahí y me siento tan afortunado como si los hubiera visto. Hace unos años habría sido una quimera, un sueño imposible.
El lince ibérico tiene mucho de duende, de mito, de ensueño. Durante años vivió agazapado en sus últimos territorios como un fantasma, echándole el último pulso a la extinción. Quienes lo amamos nos temíamos lo peor. Pero sorprendentemente y contra todo pronóstico ese pulso lo ganó. Un milagro, es cierto: pero un milagro que ha requerido mucha ciencia, mucho esfuerzo y mucho consenso para que suceda.
“En el año 2002 quedaban solo 94 linces ibéricos en el plantea, todos en Andalucía, la verdad es que se nos estaba yendo”. Quien me lo dice es Miguel Ángel Simón, director del proyecto LIFE+Iberlince para la recuperación de la distribución histórica del lince ibérico en España y Portugal. “¿Y cómo sabíais que eran exactamente 94?”, le digo yo. “Pues porque los teníamos a todos controlados, con su nombre y su ficha”, me responde con solvencia.
Hoy, contando con los cachorros que están naciendo estos días, tenemos más de 600 linces ibéricos repartidos por Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha y Portugal. Y eso ha sido posible gracias a los diferentes proyectos de recuperación impulsados por la Junta de Andalucía, apoyados por los fondos LIFE de la UE y capitaneados por Miguel Ángel Simón.
Miguel Ángel es un hombre de gesto austero y emociones contenidas, pero la emoción se le escapa por los ojos cuando habla de los resultados conseguidos. “Si me lo llegan a decir entonces no me lo hubiera creído”. Cuando se echaron al monte para rescatar al lince de la extinción lo tenían todo en su contra. Debían enfrentar a un doble problema: el bajo número de ejemplares y la alta tasa de consanguinidad. “Sin el gran trabajo que se ha hecho en los centros de cría no lo habríamos conseguido”, comenta Miguel Ángel.
Ese trabajo ha consistido en mezclar al máximo posible los pocos genes de los escasos núcleos reproductores, básicamente Doñana y Andujar (Jaén). Un magnífico equipo de biólogos, veterinarios y expertos procedentes de todo el mundo consiguieron la mayor variabilidad con la mínima disponibilidad. Ahí se echó la suerte del lince ibérico: en el laboratorio, en la paridera, en la sala de control. Y esa partida se ganó.
Pero luego llegó otra no menos importante: la de los consensos territoriales y administrativos. Y ahí el lince volvió a ganar la mano. Ha sido necesario poner en armonía diferentes gobiernos, estatales y autonómicos, para armonizar los programas de reintroducción. Ha sido imprescindible alcanzar acuerdos con los propietarios de las fincas, que de manera altruista se han ofrecido a acoger al felino en su propiedad sin exigir nada a cambio. Es más, en muchos casos, incluso asumiendo ellos mismos parte de los costes.
Y todo gracias al tesón de los responsables de la Junta de Andalucía que creyeron desde el primer minuto en el proyecto y muy especialmente al buen hacer de un ser humano excepcional: Miguel Ángel Simón. Un hombre discreto al que seguramente le esté haciendo pasar un mal rato en estos momentos. Una persona alérgica a los laureles, que prefiere la soledad del monte al oropel de las ceremonias. Pero lo cierto es que sin él y su equipo de colaboradores este apunte cargado de esperanza habría sido imposible.
Aún así, quedan importantes retos por resolver para asegurar la permanencia de la especie. Como el grave problema de los atropellos, que representa más de la mitad de las muertes. El año pasado perdimos por esta causa 31 ejemplares. En lo que llevamos de 2018 ya llevamos 12. La implicación del Ministerio de Fomento, socio del proyecto IberLince, es fundamental para atajar esta amenaza. Es necesario que sus responsables actúen de manera urgente y decidida para evitar los puntos negros y dotar de los suficientes pasos las carreteras y autovías de las comarcas linceras. Esperemos que se sumen al consenso cuanto antes. (Toda la información sobre el proyecto se puede consultar aquí).