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La paradoja de la productividad, a prueba

Kemal Dervis / Zia Qureshi

Washington, DC —

Durante la última década (más o menos), el crecimiento de la productividad se frenó considerablemente en la mayoría de las economías desarrolladas, a pesar de impresionantes avances en áreas como la computación, la telefonía móvil y la robótica. Se suponía que todos estos avances deberían haber impulsado una mayor productividad; sin embargo, en Estados Unidos (líder mundial en innovación tecnológica), el crecimiento promedio de la productividad de la mano de obra en el sector empresarial entre 2004 y 2014 fue menos de la mitad del registrado en la década anterior. ¿Qué está sucediendo?

Una teoría que últimamente ganó mucho respaldo es la de que la llamada paradoja de la productividad no existe. Según este razonamiento, el crecimiento de la productividad parece estar en caída porque las estadísticas que usamos para medirlo no registran bien los avances recientes, especialmente los derivados de innovaciones y mejoras de calidad en las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC). Si los precios no reflejan las mejoras en los nuevos productos, entonces estamos usando deflactores de precios excesivos, y la producción real es superior a la estimada.

Además, los escépticos señalan que las mediciones usuales de la productividad se basan en el PIB, que por definición sólo incluye la producción de bienes y servicios, pero ignora el excedente de los consumidores (que está creciendo a toda velocidad, a la par de la utilidad sustancial obtenida de ciberservicios como Google y Facebook, a un precio de mercado cercano a cero).

Este argumento tiene cierta lógica. De hecho, una reseña reciente de investigaciones sobre la productividad, realizada por la Brookings Institution y la Chumir Foundation, confirmó que los beneficios de las nuevas tecnologías son mayores a lo estimado, lo que se debe a problemas en la medición de calidad de los productos y el excedente de los consumidores.

Pero según el informe, ambos tipos de error de medición sólo explican una parte relativamente pequeña de la desaceleración del crecimiento. Además, estos errores suceden desde hace mucho tiempo, y no parece que hayan aumentado sustancialmente en los últimos años. La conclusión es clara: la desaceleración del crecimiento de la productividad es real.

Quizá entonces debamos mirar el otro componente de la paradoja: la innovación tecnológica. Muchos argumentan que el problema real es que las últimas innovaciones tecnológicas no han sido tan trascendentales como las anteriores. Según los “tecnopesimistas”, las nuevas TIC no producen la clase de beneficios económicos amplios que en su momento produjeron, por ejemplo, el motor de combustión interna y la electrificación. Los “tecnooptimistas”, por su parte, creen que los avances en TIC tienen potencial para impulsar un rápido crecimiento de la productividad; lo que ocurre es que sus beneficios tardan en manifestarse y lo hacen en oleadas.

¿Qué dicen los números? Los datos desglosados por empresas muestran que el crecimiento de la productividad se mantuvo relativamente bien para las situadas en la frontera tecnológica; la mayor desaceleración se dio en las empresas menos avanzadas en tecnología, que suelen ser más pequeñas. Esto sugiere que el problema tal vez no sea la tecnología en sí misma, sino la lentitud de su difusión.

El declive del crecimiento de la productividad también tiene un elemento macroeconómico, que se origina en la escasez de demanda agregada. Según Larry Summers, exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, cuando el nivel deseado de inversión es inferior al nivel deseado de ahorro, a pesar de un tipo de interés nominal igual a cero, la escasez crónica de demanda restringe el PIB y el crecimiento de la productividad y produce “estancamiento secular”.

Pero por supuesto, los argumentos que hablan de la demanda y los que apuntan a la oferta están intrínsecamente ligados. Y de hecho, puede ser que el tecnopesimismo, al reducir las expectativas de ganancia, esté desalentando la inversión. Entretanto, un exceso de concentración de los ingresos en la cima de la pirámide (situación que la inadecuada difusión de la tecnología puede agravar) contribuye a un exceso de ahorro.

Toda estrategia para resolver los problemas subyacentes al bajo crecimiento de la productividad (desde una inadecuada difusión de la tecnología hasta la desigualdad de ingresos) debe tener en cuenta la falta o inadecuación de habilidades de los trabajadores, que afecta la capacidad del mercado de mano de obra para ajustarse. En la situación actual, los trabajadores (sobre todo en los sectores de menos ingresos) tardan en responder a la demanda de nuevas habilidades superiores; esto se debe a retrasos en educación y capacitación, rigideces de los mercados laborales y tal vez también factores geográficos. Todo esto, sumado a casos de captura de renta y concentración monopolista, puede reforzar la desigualdad y limitar la competitividad en los mercados.

También es importante alentar la inversión. En la mayoría de las economías avanzadas y en muchas de las emergentes, las tasas de inversión cayeron en picado tras la crisis financiera global de 2008, y todavía no regresaron a los niveles anteriores. Pero las innovaciones suelen incorporarse en bienes de capital, por lo que su difusión demanda inversiones nuevas.

Afortunadamente, los líderes mundiales parecen ser conscientes de algunos de los imperativos que enfrentan. En la reciente cumbre del G20 en Hangzhou (China), recalcaron la necesidad de impulsar la inversión y acelerar las reformas estructurales para mejorar la productividad y aumentar el crecimiento potencial. Ojalá este sea el primer paso hacia una estrategia integral para encarar las fuerzas que impiden la difusión de la tecnología, menoscaban la competitividad y agravan la desigualdad.

No hay modo de saber cómo las nuevas tecnologías afectarán a la economía mundial a largo plazo. Pero hay algo que sí sabemos: la paradoja de la productividad es real, y contribuye al aumento de la desigualdad en muchas sociedades. Es tiempo de resolverla.

Traducción: Esteban Flamini

Copyright: Project Syndicate, 2016.

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