El riesgo de implosión del PP
En el a modo de primarias ha perdido el partirse la cara por defender lo indefendible del partido y ha ganado la imagen del gobierno que negó las evidencias y se encastillo en que toda la mierda que les rodeaba era un ejército de casos aislados que no iba con ellos. Ha emergido el rostro joven de los halcones, que parecen menos encarnizados cuando tienen la piel tersa que cuando apenas pueden moverla sobre el labio. De alguna manera, los únicos espectros vivos de la gran masa electoral fantasma han dejado sobre el tapete la opción de dos partidos y la dificultad de enjaretarlos. El duelo de damas ha escampado y es el duelo de las dos almas peperas el que se enfrenta a esa segunda vuelta de un sistema perverso pensado más para aclamar a los elegidos que para seleccionar a los que podrían serlo.
No tienen las cosas fáciles los populares. Se la juegan ahora a borrar la fachada democrática de un golpe de aparato o a respetar institucionalmente el resultado de sus urnas. Deberían sopesar si la muestra estadística de militantes, constituida en su mayor parte por cuadros del propio partido, tiene alguna sintonía con los votantes que son la única fuerza suficiente para volver a conseguir un partido unido en las lides del poder.
¿Cómo podría robarle espacio político Casado a Rivera? Es una pregunta que la falta de debate ideológico no ha permitido responder. ¿Qué seducción ofrece S3 a los votantes perdidos para volver a impulsar un partido de mayorías? En la propia deriva del Partido Popular se juega parte del futuro de nuestra democracia porque saber quién ocupará el liderazgo de la parte conservadora y de derechas de este país tiene mucho que decir sobre qué tipo de sociedad podemos acabar siendo.
Después de mí el diluvio, se dijo Rajoy camino de Santa Pola, y lo cierto es que, en un gesto carente de toda épica, se ha sacudido el polvo del camino y ha dejado un polvorín a sus espaldas. Lo que se cuece tras su “ahí os quedáis” no es sólo un duelo de caras y de estilos, de videos y de gestos vanos, lo que se cuece es el estilo que adopte la derecha española y, por tanto, su supervivencia o su riesgo de implosionar con un estallido seco que disperse sus fragmentos hacia el propio núcleo de la idea de la derecha que haya de regir en España. Hasta ahora no ha habido mucha más idea que la de mantenerse en el poder. Sus votantes les preferían a otras opciones en una suerte de inercia que pasaba por encima de todos los problemas y las inaceptables acciones y omisiones. Ahora hay más opciones. Soraya Sáenz de Santamaría no habla de qué tipo de partido quiere sino de su capacidad para mantener esa inercia de poder. Casado juega a lo que él llama la ilusión y la energía, lo que supone pensar que en última instancia ese cambio de la inacción a la acción podría devolverles también el eje de su pensamiento, o sea, también el poder. El PP no va a resolver en esta elección de líder sus problemas de fondo sino aquel más urgente de tener a alguien a quien seguir, como si eso fuera a volver a apretar las filas de forma inmediata y como si no existiera un vórtice en movimiento dispuesto a tragarse las papeletas que antes les correspondían como única opción. No ha habido debate sobre la ideología, pero tampoco sobre la estructura de ese partido que quieren refundar.
Puede que la elección del líder pueda solventarse así pero eso sólo logrará retrasar el verdadero debate pendiente que supone definir el lugar que el Partido Popular ocupará en el espectro político en relación con el resto de fuerzas y ya no tanto de los oponentes ideológicos, lo cual es más sencillo, sino de los competidores directos por el mismo nicho. Su forma de enfrentarlos para recuperar el voto, pero también su forma de comportarse respecto a ellos si a cara de perro o con posibles alianzas. Debe marcar la línea que le separa del primer partido del eje de la izquierda y cómo compite con él por ese espacio limítrofe. El Partido Popular debe regenerarse y limpiarse, pero también debe ubicarse. Si no consigue definir un espacio político suficiente, está condenado a implosionar con consecuencias imprevisibles para el futuro de la derecha, la peor de las cuales podría ser el engordamiento del hasta ahora mínimo espacio para la ultraderecha que se les desgajó por la vía de VOX.
Elegir caras o estilos o carteles electorales es más fácil que encontrar un sitio y saber cómo moverte en él. Hacerlo fuera del poder es aún más complicado que hacerlo dentro, como va a demostrar también respecto de la izquierda la experiencia que vivimos. Esta pugna que nos tiene tan entretenidos al inicio de la canícula es importante pero no es decisiva. El verdadero debate, el que aún se aplaza, podría llevarse por delante no sólo el rostro electo sino también las esperanzas de seguir siendo el primer partido del centro derecha español. A cada uno le llega su turno y a los populares les está llamando a la puerta.