La mitad olvidada
En España más y más a menudo se escucha la palabra dualidad, lo cual es positivo porque significa que está entrando a formar parte del debate. Naturalmente, lo normal es que se refiera al mercado laboral, y a la brecha nefasta que existe entre los trabajadores con contratos indefinidos y los que no tienen otra que tienen que resignarse a contratos temporales o, aún peor, el paro. Un problema sobre el que, por cierto, ha hablado extensamente Pablo Simón.
Aprovecho este tirón para hablar de otros tipos de dualidad que son igualmente dañinos y además están relacionados con la dualidad del mercado laboral. Hablo de la dualidad en niveles de educación, especialmente entre universitarios y no universitarios. El incrementar el nivel de graduados universitarios es una de las propuestas favoritas de cualquier programa electoral (sea de izquierdas o derechas) porque, francamente, a muy poca gente le parece mal. Uno de los ejemplos más famosos es el del nuevo laborismo de Tony Blair, que allá por 2002 se propuso que el 50% de los jóvenes británicos fueran graduados universitarios.
Potenciar la universidad es una idea excelente. Hay una relación bastante sólida entre el nivel educativo de un país y su crecimiento económico, y nuestras economías necesitan a más trabajadores de alto capital humano. Como apuntan en el informe especial sobre el mercado de trabajo global del McKinsey Global Institute, se estima que para 2020 en los países desarrollados haya un déficit de 16 a 18 millones de trabajadores cualificados. Nadie duda de la necesidad de incrementar el número de jóvenes que tiene educación terciaria.
El problema surge cuando se descuida el resto del sistema educativo. Hace un año el think tank británico Demos publicó un informe titulado “The Forgotten Half” (La mitad olvidada) que precisamente se hacía eco de esta dualidad. Mientras los gobiernos se enfocaban en mejorar el acceso a la universidad, no se prestaba la suficiente atención a los estudiantes que dejaban los estudios, cuando precisamente son estos los más desprotegidos. Los graduados universitarios, además de tener salarios más altos, tienen una probabilidad mucho mayor de encontrar empleo, como se desprende de la siguiente gráfica, también procedente del informe del MGI.
Gráfica 1: Tasa de desempleo por nivel educativo alcanzado. McKinsey Global Institute Report.
En España también somos culpables de esta falta de atención a nuestra “mitad perdida”. No entraré a analizar en profundidad las causas, pero tanto el diseño institucional como las circunstancias económicas (léase, el efecto de la burbuja inmobiliaria) tienen mucho que ver con esto. Por un lado el boom del sector de la construcción y sus apetitosos salarios ofreció a los jóvenes una razón para dejar los estudios (aquí tenéis un documento del Banco de España que analiza los efectos), pero por otro lado el sistema educativo no ofrecía los incentivos suficientes para hacer que esos jóvenes se quedaran. Esta gráfica (aunque como no nos cansamos de decir en las ciencias sociales, correlación no es causalidad) ofrece un buen resumen de lo que ocurrió en España: Pasamos de una trayectoria claramente descendente de nuestra tasa de salida temprana del sistema educativo, a estancarnos a finales de los años noventa mientras Italia seguía mejorando.
El reto de cómo reincorporar a los jóvenes que dejaron los estudios antes de tiempo o no llegaron a cursar estudios superiores es importantísimo. Si hay algo que nos dice la experiencia, es que los empleos que desaparecen con cada crisis no vuelven jamás. No es sorprendente que se estime que para 2020 falten empleos para 32-35 millones de trabajadores low skills en el mundo desarrollado[1]. La economía siempre cambia pero raramente vuelve al estado anterior.
Es más, si el patrón que hemos estado viendo hasta ahora continúa, lo que veremos es un mercado laboral en que los trabajos tienen una vida media más y más corta. Hace siglos los cambios tecnológicos eran más lentos. Una innovación disruptiva tardaba mucho más en extenderse y en cambiar la economía. Ahora, no obstante, el cambio tecnológico deja industrias obsoletas en cuestión de pocos años. Basta preguntarse cuántos trabajadores emplea la industria de cassettes o VHS hoy en día.
Para no alargarme demasiado, y dado que la discusión de qué políticas funcionan y cuáles no se merece su propia entrada, me limitaré a mencionar tres enfoques generales que van en la dirección correcta:
- Actuar pronto para facilitar la transición entre la escuela y el mercado laboral. Como menciona el estudio de Demos, el fomentar las prácticas y otras experiencia laborales mientras se está en la escuela (para todos los niveles, no como instrumento de filtrado según resultados académicos) es útil para desarrollar skills y mejorar el emparejamiento entre puestos de trabajo e individuos.
- Reducir las barreras al movimiento en sentido vertical (es decir, entre niveles educativos). Por ejemplo, establecer una escala clara de calificaciones técnicas que elimine las vías muertas y por lo tanto permita progresar se empiece desde donde se empiece.
- Facilitar el movimiento horizontal entre áreas temáticas y sectores de la economía. En este aspecto jugará un papel muy importante el enseñar skills transferibles de una industria a otra, vitales para reducir el riesgo de desempleo y obsolescencia ante cambios tecnológicos.
Se trata, en definitiva, de diseñar un sistema flexible que asegure un crecimiento de nuestros niveles de capital humano y high skills, que esté enfocado hacia el 100% de nuestros jóvenes (y no solo hacia los graduados universitarios) y que además sea capaz de responder a los cambios y shocks de una economía globalizada.
[1] Es cierto que, si hay algo a lo que somos malos los economistas, son las predicciones. Por lo tanto cabe tomarse cualquier proyección a casi diez años cum grano salis.