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Esclavos asalariados: por qué no quieren reducir la jornada laboral
Estas Navidades visité las ruinas de Medina Azahara con mi familia. Cuando uno llega en coche al centro de interpretación se encuentra en la entrada un guardia de seguridad cuya única función es señalar con el dedo a los conductores que el parking se encuentra en la explanada contigua. Supongo que, por turnos, los guardias de seguridad dedicarán horas a esa tarea carente de todo sentido, para la que bastaría un cartel con una flecha. Inevitablemente, pensé en Trabajos de mierda, el canónico y divertido ensayo de David Graeber. Es un libro especialmente apropiado ahora, cuando la patronal y el PSOE se revuelven contra la mísera reducción de la jornada laboral, esa promesa de Yolanda Díaz que tampoco se va a cumplir en este recién estrenado año.
Graeber repasa distintos cálculos y llega a la conclusión de que alrededor de la mitad de los trabajos actuales tiene la misma utilidad que el de ese guardia de seguridad: ninguna, ni en términos sociales ni en términos económicos. Algunos de esos trabajos no solo no aportan nada al mundo ni a la sociedad, sino que restan y nos empobrecen a todos. Son, sobre todo, los trabajos del alto mundo financiero, donde casi ninguno de sus empleados mejor pagados podría describir en qué consiste su labor. Porque no consiste en nada, ni siquiera en señalar la entrada de un parking, y así lo documenta Graeber en su libro, plagado de testimonios.
En Trabajos de mierda, título por demás nada eufemístico, se recogen numerosos estudios económicos, entre los que destaca un análisis de la New Economics Foundation realizado hace menos de una década en Reino Unido. Estableció, por ejemplo, que un banquero financiero, a pesar de ganar 5 millones de libras anuales, destruía 7 libras de valor social por cada libra recibida. En el otro extremo, una empleada de guardería, con un sueldo de unas 11.500 libras anuales, generaba 7 libras de valor social por cada libra recibida.
Solo los más tontos pueden defender la jornada laboral de 40 horas semanales. Tenemos medios de sobra, sin ninguna duda, para que hace tiempo se hubiera cumplido la vieja profecía de Keynes y nuestra jornada laboral no superara las 15 horas semanales
A la vista de estos y muchísimos otros datos queda claro que solo los más tontos pueden defender la jornada laboral de 40 horas semanales. Tenemos medios de sobra, sin ninguna duda, para que, hace tiempo, se hubiera cumplido la vieja profecía de Keynes y nuestra jornada laboral no superara las 15 horas semanales. Los empleados de esos trabajos de mierda podrían engrosar la lista de los trabajos útiles y reducir, por consiguiente, las jornadas laborales. No tendríamos enfermeras con turnos salvajes a pesar de sus extenuantes labores, por ejemplo. No tendríamos burocracias insufribles con un intricado laberinto de empleos cuyo último fin simplemente es justificarse a sí mismos, y no facilitarnos cualquier trámite. No tendríamos guardias de seguridad señalando con un dedo dónde aparcar para luego llegar a su casa y atiborrarse de antidepresivos.
Como demuestran la psicología y la neurociencia, y así lo recoge Graeber, “un ser humano incapaz de tener un impacto significativo en el mundo deja de existir”. Llegar a tu oficina y pasar ocho horas sabiendo que ninguna de tus capacidades está puesta al servicio de nada útil ha atestado las consultas psicológicas: “Cabría preguntarse qué clase de sistema económico crea un mundo en el que la única forma de alimentar a los hijos es pasarse la mayor parte de la jornada laboral realizando inútiles ejercicios de marca-casillas o resolviendo problemas que no deberían existir”.
Cuando los ricos se oponían a la abolición de la esclavitud argumentaban, por un lado, que el trabajo nos hacía dignos a los ojos de Dios. Por otro lado, sobre todo enmascaraban su afán de control social, de erigirse en señores de nuestro tiempo, mediante fantasías poco elaboradas, como que el ocio y la libertad nos llevarían a sembrar el caos, a andar violando, matando, robando y lo que se terciara. Doscientos años después son los mismos argumentos que escuchamos contra la reducción de la jornada laboral, ahora con un poco más de sofisticación (lo llaman “paz social”).
Da igual si se pronuncian desde la patronal empresarial o desde algunos ministerios, ya que el trasfondo es el mismo: esclavistas, todos ellos.
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