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Obituario

Juan Joya 'El Risitas', el último de los ratones coloraos

El humorista Juan Joya, 'El Risitas'

Juan José Téllez

29 de abril de 2021 20:21 h

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Juan Joya Borja, 'El Risitas', murió el miércoles en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde se le atascó su corazón pícaro después de que le amputaran parte de una pierna el pasado otoño. Como un Don Guido machadiano, residió durante la última etapa de su vida en la institución creada por Miguel de Mañara, bajo los cuidados de la hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, que procederá a darle eterno reposo. 65 años tenía y una memoria de barras de bar y chiringuitos playeros, como el de Chipiona, donde supuestamente perdió veinte paelleras en una noche de oleaje, u otros en donde terminó contando chistes a cambio casi de techo y comida.

Fue el último de los ratones coloraos de Jesús Quintero, aquella gavilla de forajidos del ángel, esa rara noción de Andalucía que no sólo tiene que ver con la gracia, aunque también. Allí, formó filas su patriarca sin duda, El Sabio Tarifa, Juan Luis Muñoz, pero también con Manuel Reyes Millán, más conocido por su apodo el Pozí, y, sobre todo, Antonio Rivero Crespo, conocido popularmente como El Peíto, hasta que él le cambió su apodo por el popular “Cuñaooo”, el vocativo que utilizaba siempre en sus diálogos delirantes.

Por no hablar de Tito Triana, cuyos imposibles poemas traducía a esa lengua vernácula suya, o José Verdún, alias el Penumbra o el jorobado de Notre Barbate, y sobre todo el también llorado José Pérez Blanco, Pepe Peregil, cuya estatua en bronce escolta a título póstumo su antigua taberna Quitapesares y que fue quien introdujo a Juan Joya, que frecuentaba su barra como agradador y cuentachistes, en el casting de 'El Vagamundo'. Por allí, paraban Jesús Quintero y su guionista de guardia, el celebrado poeta Javier Salvago quien siempre se preguntó: “¿Es raro el Risitas y no es raro Rajoy?”.

A Rajoy, El Risitas le llamaba Viceroy. Porque su boca manifiestamente mejorable era la versión prime time de los espejos cóncavos del Callejón del Gato, esperpento en estado puro sin demasiados filtros intelectuales. Juan Joya era el verso suelto de un humor de trazo grueso desde cuya perspectiva, El Beni de Cádiz o El Brillantina –que tanto influyó en Chiquito de la Calzada y cuyo centenario acaba de conmemorarse—podrían ser considerados, llegado el caso, como estirados intelectuales. Frente al surrealismo escénico de Tip y Coll, el Risitas y el Cuñao vinieron a ser como el dúo Sacapuntas pero más estrafalarios, el retrato de un tiempo en donde estaba cambiando el paradigma de la comunicación y la reputación pública que había rodeado en vida a Jean Paul Sartre pasaba el testigo a Belén Esteban, la Princesa del Pueblo y de los platós del nuevo pan y circo.

Tanto ella como El Risitas fueron 'influencers', antes de que se utilizara tanto dicha palabra. Umberto Eco tal vez se revuelva en su tumba, pero la respuesta que le brindó a Jesús Quintero en su primera entrevista es todo un compendio de filosofía epicúrea:  

- ¿Por qué te llaman El Risitas?

- Porque me río mucho.

Sus chistes eran sus vivencias, de ahí que constituyera en el fondo un humor proletario, casi de lumpen, muy del Polígono de San Pablo. Era el reflejo mellado de un galán del neorrealismo italiano que conocía el oficio de recadero pero que podía contar con sobrado conocimiento de causa la ocurrencia de “Los sacos de cemento”, con la soltura de quien conoce los entresijos de la supervivencia y del esfuerzo. De agregado a la hostelería, a la inesperada popularidad televisiva, pasó a participar en el reparto de Torrente 3: El protector, que Santiago Segura dirigió en 2005. Y de nuevo, a vivir del aire en Punta Umbría, a cobrar un puñado de euros en bodas, bautizos o comuniones. La fama de Andy Warhol no le duró cinco minutos, pero no pasó en realidad de diez años. Luego vino la de su avatar: él venía de la primera generación que tuvo televisor en casa en este país, pero se convirtió a menudo en trending topic 2.0. Y es que sus capturas de pantalla, convenientemente editadas por esos payasos anónimos que pueblan las redes, lo mismo sirvieron para que en 2014 el grupo integrista Hermanos Musulmanes parodiase con su imagen al general Abdelfatah El-Sisi que había depuesto al islamista Mursi, con subtítulos que contrastaban visiblemente con sus palabras y su gestualidad. Su irrupción en la política internacional llevó también a El Risitas a otra parodia videográfica, esta vez en Irak, con el primer ministro Al Maliki en el objetivo.

Su encarnadura, ya desposeída de alma, fue malbaratada hasta el infinito en parodias en las redes, curiosamente muchas de ellas para gastar bromas con marcas de videojuegos, cámaras, o incluso equipos de Fórmula 1 o ingenieros de Apple. Claro que ya ese no era él, sino su fantasma, un extraño clon electrónico que no reflejaba su auténtico semblante, su sugerente personalidad de bufón medieval en plena era de la globalización.

En cualquier lugar del mundo, cuando aún había turistas, cualquier guía podía acercarse a un grupo de españoles, precedido por una palabra mágica: “¡Cuñaoooo!”. No fallaba. Era el abracadabra de una manera de ser, la del carpe diem, aunque él probablemente no supiera que significa el latinajo.

Durante un tiempo, llevó la cara de Franco en el llavero, pero no estoy seguro de que hubiera votado a Vox. Ni siquiera estoy seguro de que votara nunca, pero no me extrañaría que fuera él quien le robase la silla al tullido del chiste de San Pancracia. Aunque fuera de broma. Ya saben, ¡Cuñaooo!

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