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Historias del Alameda: un anecdotario colectivo que muere con el cierre del cine sevillano

Público del Festival de Cine de Sevilla. David Vico

Alejandro Luque

Sevilla —

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La noticia caía esta semana como un jarro de agua fría: el cine Alameda cerrará muy pronto para convertirse en un hotel, después de 40 años brindando sueños de celuloide al público sevillano. Más allá de los análisis del fenómeno –la desaparición de espacios culturales en beneficio del turismo, la transformación, no siempre para bien, de la zona, la rentabilidad de la empresa…–, no cabe duda de que con esta clausura muere algo en la memoria sentimental de varias generaciones de sevillanos, que vivieron en este céntrico espacio todo tipo de experiencias, desde el nacimiento infantil de la pasión por el séptimo arte a anécdotas de la noche canalla sevillana.     

“Los cowboys no hacen coloquios”

El productor Guillermo Rojas, que este año ha debutado como director con el filme Una vez más, recuerda con humor los peculiares estrenos de las películas de Almodóvar en esta sala. “Fui con Laura, mi mujer, al primer pase del viernes de estreno de La piel que habito y estaba a rebosar. La gente, superloca, imagínate, gritaba y ya la cola de la taquilla fue una fiesta. Después, dentro de la sala se ponían de pie en las butacas, aplaudían, y se partían con cada seudochiste almodovariano. Nosotros estábamos como peces fuera del agua porque no entramos en la historia y aprendimos que, si no eres muy fan de Almodóvar, mejor no ir el día del estreno. ¡Es demencial!”, agrega.

“La segunda experiencia que recuerdo fue más emotiva”, prosigue Rojas. “Un día fui solo a ver una peli de vaqueros, El tren de las 3:10, y descubrí que en la sala sólo había hombres mayores, casi abuelos, que habían ido también solos. Todos nos sentamos bastante separados unos de otros. Seríamos seis o siete en total y en un momento dado, me fijé en que los dos que tenía cerca estaban muy emocionados, con los ojos vidriosos. Estaban disfrutando de lo lindo con ese western old school. Y fue muy guay estar rodeado de esos hombres solitarios viendo esa peli de vaqueros. Por supuesto al final nadie comentó nada. Los cowboys no hacen coloquios”, concluye.

Compañera de Rojas, la directora Laura Hojman, que actualmente ultima la producción de su documental Los días azules, tiene en el Alameda su primer recuerdo de ir al cine. “Muchos de mis amigos fueron por primera vez al cine cuando abrieron los multicines, y a mí eso me parecía asombroso. Desde muy pequeña mis padres me llevaban al Cervantes, a los desaparecidos Cristina, o al Alameda. Uno de los primeros recuerdos que tengo de este último es ir con mi abuela Ana a ver Fievel y el nuevo mundo”.

“Yo tendría cinco años”, evoca Hojman, “y en un momento dado, en medio de la oscuridad de la sala, miré a mi abuela y la pobre lloraba a moco tendido; imagínate, ella judía, nacida en Ucrania y emigrada de niña a otro nuevo mundo, estaba viendo en aquella película su propia historia. Desde entonces, aquel hall de tonos madera con ese olor tan peculiar me recuerda a mi abuela y al día en que empecé a entender su historia, y la mía”.   

Otro director, Paco Baños, que este año volvió a las carteleras con un nuevo largometraje, 522. Un gato, un chino y mi padre, no olvidará el Alameda porque “mi primer largo, Ali, lo pusieron allí… y en Bormujos. Pagar la entrada como antes has pagado por las películas de otros, y ver la tuya con tu novia en una pantalla de cine, es algo con lo que te quedas para siempre”, explica. “Eso sí, como la sala llevaba desde hacía muchos años en plan decadente, en cuanto a no modernizar su infraestructura técnica, tuvimos que llevar nosotros el bluray porque ellos solo tenían proyectores de cine”, cuenta con buen humor.

“Cuando me enteré de la noticia el otro día, estaba junto al cine, merendando con mis hijos y viendo el Sevilla, y tuve la sensación de que se cerraba un círculo”, comenta otro cineasta hispalense, Santi Amodeo, quien recientemente estrenó Yo, mi mujer y mi mujer muerta. “Yo iba cuando salía de marcha con 16 o 17 años. Era de los pocos sitios donde a las tres o las cuatro de la mañana se podía comer, y ahora estaba ahí, con mis niños. Por supuesto al cine he ido un montón de veces, sobre todo a películas de superhéroes, y allí hicimos también el estreno oficioso de El traje, la película de Alberto Rodríguez,El traje con todos los que participamos en ella. Creo que habría sido más viable si hubieran tenido versión original, pero ya tenían el Avenida”.

Juan Antonio Bermúdez, crítico cinematográfico y programador, reconoce que “el Alameda no es mi cine favorito de Sevilla precisamente, pero sí el primero que visité cuando vine a vivir aquí, en mi etapa de estudiante. Hice un año de Graduado Social antes de hacer Periodismo, porque no había sacado la nota que pedían. Y en ese primer año, básicamente, me dediqué a ir al cine. El Alameda fue mi primera pantalla, y fue con Cinema Paradiso. Y la primera vez que tuve carnet de crítico lo tramité y lo recogí allí”.

“No he ido mucho en la última década porque tengo problemas de movilidad y me cuesta subir escaleras, y este cine se me hacía completamente inaccesible”, agrega Bermúdez. “Ahora el hotel tendrá unos ascensores estupendos, pero me temo que tampoco los voy a disfrutar yo”.    

“Cuando cierra un cine, parece que se muere un familiar”

La actriz sevillana Mari Paz Sayago, conocida por sus papeles en filmes como Kiki, el amor se hace o Carmina o revienta, también atesora en su memoria muchos momentos del Alameda. “Desde las primeras salidas de mi adolescencia con mis amigos, donde el Alameda era uno de los destinos más repetidos, hasta ver películas que me han impactado y que llevo en el recuerdo para siempre... O tener la ocasión de presentar allí El mundo es nuestro, que fue algo muy especial, porque era una película hecha en Sevilla, por gente de la ciudad y con un público sevillano expectante. Recuerdo como había varias salas del mismo cine llenas de público e íbamos de sala en sala presentando la película con todo el equipo. Y la sensación de verte por vez primera en pantalla grande, en la pantalla del cine Alameda... Da mucha pena que se cierre otro cine más en nuestra ciudad y este en concreto es parte de nuestra historia, es una verdadera lástima”.

El matrimonio formado por el escritor José María Conget y la traductora Maribel Cruzado son conocidos por acudir a diario al cine, si bien ellos han frecuentado más el Avenida que el Alameda. “Pero vivimos cerquísima del Alameda, y en los últimos años hemos ido cuando ponían películas españolas. Lo suficiente para que los dos porteros,  que son encantadores, nos conozcan y tengamos al entrar o salir conversaciones con ellos. Además, en los 80, cuando todavía vivíamos en Cádiz, vinimos al Alameda a ver el estreno mundial de un director que entonces no conocía nadie. Se llamaba Pedro Almodóvar, la película era Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, estábamos cuatro gatos en la sala y al final hubo un coloquio con uno de los intérpretes, que era Félix Rotaeta, ¡qué recuerdo! A nosotros, cada vez que cierra un cine, nos parece que se muere un familiar”, lamentan.  

El periodista y escritor Julio Muñoz Gijón, conocido por su alias Rancio Sevillano, tiene una  bonita anécdota de este lugar, más relacionada con la música que con el cine. “Fue uno de esos típicos días sevillanos en que sales temprano, te vas encontrando con gente y acabé a las tantas en la Alameda. Me encontré junto al cine al productor Gervasio Iglesias, que es amigo, y sin hablar casi me puso sus auriculares. Sonó una canción preciosa, que no había escuchado nunca. Él estaba haciendo en ese momento un documental sobre Enrique Morente, y se trataba de una canción suya, que nadie sabía que existía. Me quedé flipado, y cada vez que paso por allí me acuerdo de aquel momento mágico”.     

El inicio “oficial” del fin de semana

Y por supuesto, también los músicos tienen cosas que contar del Alameda. Edi Tachera, cantante de Los Sentíos y alamedero confeso, “cuando yo era chinorri, mi viejo me llevaba los sábados por la mañana a ver películas que serían fundamentales en mi vida como La guerra de las galaxias, Viaje al centro de la tierra, Indiana Jones en el templo maldito. Íbamos al ambigú, que era mágico con la compra de gominolas Jelly y un refresco para celebrar el inicio oficial del fin de semana”, cuenta.

“Aparte, ya en mi época, puedo decir que la primera fellatio pública de mi vida –tampoco es que me hayan hecho muchas– fue allí, en el cine. También en sesión matinal, un domingo, con muy poca gente en la sala. A veces acababa allí mis correrías de rockero nocturno con alguna moza, y recuerdo que fue mágico. ¿Qué película ponían? ¡Ah, sí, Jamón jamón!”, dice Tachera.

Y no hay dos sin tres: “Estrenaban Buena Vista Social Club, la película con todos los grandes de la música cubana, fui con unos cuantos colegas, compramos ron y hielo y nos pusimos finos filipinos, fumando dentro del cine –porque se podía por entonces– y lo pasamos teta disfrutando de la mejor música cubana en ese ambiente”.   

Por último, el cantautor Alfonso del Valle confiesa que no tiene grandes historias que contar del cine Alameda, pero sí de sus aledaños, “del drugstore, adonde iba cuando terminaba los bolos a hincarme un bocadillo mantecao”, señala. “Era en el mismo pasaje, frente a los cines, y había varios bares, burger y tal y tal... abierto hasta el amanecer [risas]. Vamos, una especie de Vips pero en cutre. Había máquinas de pinball en las que jugaba con los músicos. Allí se juntaba de madrugada la Sevilla golfa muerta de hambre”, apostilla.

 

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