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María Jesús Montero, el nombre que despierta nuevo entusiasmo en el PSOE

Montero: "Me duele como progresista que se vote en contra de unos Presupuestos con mayor justicia"

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La ministra de Hacienda, María Jesús Montero (Sevilla, 1966), asistirá este sábado al primer mitin de precampaña de Pedro Sánchez y Susana Díaz para las elecciones generales del 28 de abril, que es en lo que se ha convertido de repente la presentación oficial del alcalde Juan Espadas como candidato a la reelección en las municipales. Su nombre sobrevuela en el PSOE. Es probable que encabece la candidatura por Sevilla en las generales y que haga una campaña muy activa, ahora con un foco mediático mayor sobre ella, que llegó hace ocho meses a Moncloa como un fichaje rutilante para Andalucía, y una desconocida para Madrid.

Antes de que la bancada socialista del Congreso -y parte de la oposición- descubriera su retórica y su liderazgo político en la defensa de los Presupuestos Generales de 2019, la fuerte personalidad política de la ministra ya era reconocida por sus adversarios en el Parlamento andaluz. Montero estará finalmente en el gran acto de este sábado en Sevilla donde coinciden el alcalde de la ciudad, la ex presidenta de la Junta y el presidente del Gobierno, y no es de extrañar. En algún momento su nombre ha sonado como candidata del PSOE a la Alcaldía de Sevilla, candidata a la Presidencia de la Junta y, desde esta semana, hay quien dice que podría ser una futura candidata a la Presidencia del Gobierno. Estas quinielas le siguen desde hace media vida profesional y son, en parte, un revulsivo y una losa que ella sortea con una firme sonrisa, consciente de que algunos halagos son honestos y otros son envenenados.

Montero fue consejera antes que ministra, lo fue durante 16 años, con Manuel Chaves, con José Antonio Griñán y con Susana Díaz. Negoció y aprobó unos presupuestos andaluces con IU y más tarde con Ciudadanos, y más tarde, ya como ministra, negoció con Unidos Podemos y los partidos nacionalistas unas cuentas generales que fueron tumbadas en el Congreso por una mayoría ávida de resolver el debate territorial y el conflicto catalán en las unas elecciones generales. El Gobierno de Sánchez cerró un mandato de ocho meses con el discurso rocoso y abiertamente de izquierdas de la ministra Montero, un discurso que ha tensionado y vigorizado a los socialistas de cara ya al 28 de abril.

Montero tiene 52 años, dos hijas y es médica de profesión. Militó en su juventud en el Partido Comunista y entró como independiente en el Gobierno andaluz en 2002, como viceconsejera de Salud de Francisco Vallejo, después de haber sido directora médica del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Era, con mucho, la persona más experimentada y veterana de la Junta de Andalucía, 16 años en el Consejo de Gobierno: fue consejera de Salud y de Bienestar Social en el gabinete de Chaves, cambió a la cartera de Hacienda y Administración Pública de la mano del ex presidente andaluz Griñán, y mantuvo el cargo bajo el mandato de Díaz.

Es la responsable directa de haber negociado y sacado adelante los últimos tres presupuestos autonómicos con Ciudadanos, el partido que sustentaba al Ejecutivo andaluz en la pasada legislatura, y también es la responsable de haber negociado las cuentas con IU, socio del PSOE en el mandato anterior, presumiendo siempre de haber intentado hacer presupuestos “de izquierdas”. También es la artífice del cumplimiento de las exigencias económicas del Ejecutivo del PP como el objetivo de déficit que tanto discurso le dio a Susana Díaz frente a Mariano Rajoy.

La ministra de Hacienda se ha ganado el respeto de sus adversarios, la confianza de tres presidentes autonómicos y del presidente del Gobierno. Montero ha sabido hacer política y vender la imagen del Ejecutivo, primero desde la cartera de Salud donde explotó la expresión “hitos de la medicina” y “medida pionera” como el derecho a una muerte digna, a la segunda opinión médica o al diagnóstico genético preimplantatorio.

Montero desembarcó en Madrid siendo uno de los perfiles políticos menos conocidos fuera de Andalucía. Su nombramiento para una de las carteras de mayor peso arrastró varias lecturas. Algunos dijeron que serviría para coser el desgarro del PSOE de las primarias que enfrentó a Díaz con Sánchez, porque el presidente había aceptado la propuesta de la federación andaluza. En realidad, no fue una propuesta del PSOE andaluz, sino una llamada de Sánchez a Montero, sugerida por un grupo de veteranos socialistas andaluces y algún histórico alcalde sevillano. Montero nunca fue una susanista acérrima, no tiene peso orgánico en el partido; de hecho, hasta hace poco no estaba afiliada. Pero sí estuvo con Susana Díaz durante las primarias, aunque mantuviese un perfil de no confrontación abierta.

El estrellato mediático que logró tras su defensa fallida de los Presupuestos Generales ya se conocía en Sevilla, pero también la conocía bien su antecesor, el ministro Cristóbal Montoro. La ex consejera de Hacienda había sido el azote del Montoro en los últimos años, y fue la principal valedora de la reforma del modelo de financiación autonómica, que Susana Díaz convirtió en piedra de toque de su agenda política, transformando en argumentos políticos los farragosos números. Montero y su equipo diseñaron la primera propuesta de reforma del sistema de financiación autonómica del país, un documento que logró pactar con todos los partidos de la oposición (excepto con sus socios de Ciudadanos), y que fue avalado por el Parlamento andaluz, con la aportación especialmente significativa de toda la bancada del PP. Su propuesta de reforma plantea al Estado una inyección de 16.000 millones de euros más a la caja común de las comunidades autónomas, de los cuales 4.000 corresponderían a Andalucía. También propuso que las regiones acaparasen más ingresos por los tributos que ahora gestiona mayoritariamente el Gobierno central, como el IVA o los impuestos especiales. Fue, otra vez, un diseño de país con cifras y datos, que Sánchez enfrió en su primera semana como presidente.

Los últimos hitos del Gobierno andaluz socialista, usados con orgullo frente al Ejecutivo de Rajoy, fueron de la mano de Montero: el cumplimiento de los objetivos de consolidación fiscal, marcados por Bruselas y por Moncloa, la reducción de la deuda (por debajo de la media nacional), la reducción del tiempo medio de pago a proveedores, y por último, la solicitud al Ministerio de Hacienda para que Andalucía abandone el FLA (Fondo de Liquidez Autonómica) y vuelva a financiarse en los mercados. Díaz usó esta herramienta para acosar más al Ejecutivo de Rajoy, acudió a Moncloa para exigir la convocatoria urgente del Consejo de Política Fiscal y Financiera, y le pidió que desatascara el debate territorial, aunque el conflicto catalán siguiera latente.

Montero es la que más conoce la situación de infrafinanciación de su comunidad autónoma, porque es la que ha dado voz a esa reclamación en Madrid. Conoce a todos los consejeros de Hacienda, porque ha participado en todos los Consejos de Política Fiscal, tiene buena relación personal con el exministro (también andaluz), aunque se convirtió en su archienemiga política. En estos ocho meses como ministra ha mediado con todas las comunidades autónomas para lidiar con uno de los toros más difíciles para el Gobierno de España, la financiación autonómica, aunque sólo sea para plantearla. La legislatura se acaba, empieza el último ciclo electoral y los socialistas han puesto los focos en la ministra.

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