¿Quién cuida mis manos?
Antes de hablar abiertamente sobre este tema es necesario que consensuemos unos conceptos básicos en relación a la actividad deportiva de la escalada.
Existen cuatro presas básicas utilizadas en la escalada:
- Presa abierta: se utiliza cuando existen grandes salientes o presas amplias. Fijado a la roca a modo de agarre con cuatro dedos, el escalador debe levantar todo el peso de su cuerpo y elevarse desde este punto.
- Regleta: las interfalángicas distales quedan hiperextendidas soportando el peso, mientras que el escalador eleva su cuerpo por encima. Es una presa muy utilizada y una de las más dolorosas, debido sobre todo a la compresión que se produce en las puntas de los dedos y el esfuerzo excesivo en los tendones flexores de los mismos.
- Monodedo/bidedo: consiste en introducir uno o más dedos en agujeros de la roca. Es una pinza muy lesiva por el excesivo estrés sometido sobre los dedos.
- Agarre en fisura: la mano queda introducida en una grieta. Se asocia a lesiones por avulsión o luxación.
El tipo de presa utilizada con mayor frecuencia dependerá del tipo de roca y la modalidad de escalada que se practique. Sin embargo podemos establecer de forma general tres modalidades de escalada:
- Escalada horizontal (búlder): se utiliza para trabajar la fuerza sobre presas difíciles. Es posiblemente la modalidad menos lesiva, siempre que se ejecute con precaución.
- Adherencia: en esta modalidad, el escalador se ve obligado a utilizar pequeños agarres y agujeros para poder utilizar presas más precisas en el ascenso.
- Escalada en fisura: la roca presenta grietas más grandes donde pueden introducirse manos y pies. Generalmente se presentan huecos oblicuos que determinan ejecutar movimientos de torsión más complicados para poder adaptarse a la roca.
Según un estudio que se realizó a través de la Asociación de Escaladores de Málaga, en el Torcal de Antequera, El Chorro y la Cala del Moral, por parte de Dña. Raquel Cantero Téllez, Fisioterapeuta de la clínica de la Mano del Centro Tecan de Málaga y tras entrevistar a 97 escaladores, el 72,75% refería haber sufrido lesiones en la mano /o antebrazo relacionado con la escalada. El 40% realizó autotratamiento y no consideró necesario recibir asistencia médica, pese a que en el 7% de los casos dicha lesión los mantuvo alejados de la práctica deportiva hasta tres meses. Un 1,26% habían sido tratados con antiinflamatorios no esteroideos (AINE) y reposo, mientras que cerca del 3% fueron derivados a rehabilitación. De los 21 lesionados, 14 de ellos recibieron tratamiento fisioterápico, 6 tratamiento médico y tan sólo 1, tratamiento combinado.
Las lesiones más frecuentes quedaron englobadas en la siguiente clasificación:
Afección de tejido blando: lesiones ungueales, abrasiones del dorso o palma de la mano y cicatrices hipertróficas. Las lesiones ungueales constituyen la lesión más frecuente (95% de los casos encuestados). Rara vez requieren un tratamiento específico.
La hipertrofia de la cicatriz (6,2%) parece limitarse al territorio concreto del dorso de la mano.
Afección de tendones flexores: dividida en dos apartados:
A) Tenosinovitis. Originada por estrés repetitivo. Más marcada en la epitróclea que en el epicóndilo y que derivaría a una epitrocleitis o mal llamado codo del golfista, que a su vez deriva en tenosinovitis (lesión de tendón y vaina del mismo con procesos inflamatorios) de la musculatura flexora de la muñeca y dedos.
B) Roturas tendinosas. Sólo se constataron cinco lesiones tendinosas debidas a la escalada deportiva. Todas ellas detectadas en escaladores con más de tres años de experiencia, y tras esfuerzos prolongados cuando realizaban escalada en roca tras resbalar o escaparse la mano de una presa. Sólo un caso refería una rotura espontánea. El tratamiento médico recibido en todos los casos fue de cirugía de urgencia
Afección articular: el 83% de los encuestados con más de cinco años de experiencia en escalada y que realiza este deporte al menos una vez a la semana refiere dolor en los nudillos de todos los dedos, que aumenta durante la realización de la actividad, pero no desaparece al reposo. En el 57% de los casos se apreciaba una deformidad ligera de la articulación interfalángica proximal de los dedos largos y referían continuas “dislocaciones articulares”.
Afección ligamentosa: un 72% de los casos presentaba esguinces de distinta índole.
Los afectados por lesión en los tendones flexores de la mano y que optaron por el tratamiento fisioterápico, recibiendo un tratamiento insuficiente, basado en crioterapia y ultrasonido, no acorde con la gravedad de la lesión.
La rotura de poleas suele ocurrir por un esfuerzo excesivo durante la realización de algún tipo de agarre. Independientemente del tipo de agarre, tiene mayor incidencia el exceso de entrenamiento o práctica o la falta de técnica. Favoreciendo de esta forma la falta de precisión por agotamiento y la consecuente mala ejecución de un gesto de suelta.
En relación a la deformidad ligera de la articulación interfalángica proximal de los dedos, todos los afectados reproducían el mecanismo de producción durante la utilización de pequeñas presas en las que quedaba atrapado el dedo anular en una maniobra rápida. Mientras que en el pulgar este tipo de lesión era más frecuente, durante la apertura del mismo, en una presa grande en pinza. El tratamiento médico prescrito en todos y cada uno de los casos consistió en reposo y AINE orales. El periodo de inmovilización con el dedo en extensión variaba entre las dos y tres semanas. En todos los casos, con menos de un año de evolución, en la actualidad refieren dolor en algún momento de la práctica deportiva en las articulaciones afectadas.
Tras revisar unos resultados tan desalentadores, podemos confirmar la carencia de medidas médico-fisioterápicas que conlleva la patología en la práctica deportiva de la escalada. Los tratamientos llevados a cabo revelan falta de especialización por parte del personal sanitario y sobretodo la incapacidad de ofertar programas preventivos de cualquier índole. Pero el perfil del escalador tan poco se salva de esta criba, todos los encuestados reconocen no realizar estiramientos previos ni tras la realización del esfuerzo y lo que es peor, realizar programas de trabajo muscular para fortalecer la musculatura antagonista.
Sin ser especialmente meticuloso, es cierto que la falta de personal sanitario especializado en esta práctica deportiva puede ser un gran condicionante que determina la falta de confianza por parte del escalador a las soluciones de sus problemas de índole sanitario. Las carencias de entrenamientos más específicos en pro a la prevención de lesiones hacen que los escaladores entrenen según objetivos de técnica y fuerza y en ningún caso se contempla el refuerzo de ciertos mecanismos que salvaguarden su integridad física. Es innecesario comentaros que desde esta sección trabajaremos para que en breve os podamos presentar un programa preventivo de lesiones adaptado a la escalada.