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El pork barrel

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En América es ampliamente conocido desde siempre el término despectivo de pork barrel para referirse al clientelismo en la vida pública. Y ello se dice porque esos barriles de tocino eran golosos para meter la mano por contener la carne de cerdo que, no pudiendo ser refrigerada, se conservaba en salazón dentro de la madera de esos barriles. Nada que ver con coger a alguien metiendo la mano en el carrito de los helados porque este es término popular y se refiere a aquellos que no pueden disimular que hacen en su trabajo por la obviedad que comporta verlos llevar las manos sobre el carrito.

Imaginemos un partido de futbol retrasado cinco años porque los contendientes no acuerdan quiénes deben ser los árbitros. Pues sucedió ante los ojos atónitos de todos los españoles cuando se trataba de elegir a los componentes del Consejo General del Poder Judicial. La sonata maldita ha dejado mal a muchos jueces porque se les presume de forma rotunda falta de imparcialidad, si no fuera por esto, no hay razón para aplazar tanto el partido. Y como aquí ya quedan pocos tontos, la mayoría entiende que hemos cogido a algunos con las manos sobre el carrito de los helados o metiendo la mano en el pork barrel. Otra cosa es identificar por la cuenta de quien va este destrozo, si de algunos jueces o de algunos políticos.

Érase una vez, en el año 1985, que es cuando arranca el cuento. Felipe González acertaba reindustrializando el país y modernizando nuestros ejércitos. Se equivoca cuando la asignatura era jueces y justicia. Y sucedió que doce jueces y magistrados que eran llamados a formar parte del Consejo del Poder Judicial fueron nombrados por el Parlamento y no por los jueces y magistrados. Previa aprobación de la Ley Orgánica habilitante. Que una cosa era que se eligieran jueces y magistrados y la otra, decidió Felipe, es que su elección correspondiera también a jueces y magistrados. El Tribunal Constitucional, órgano supremo ajeno al poder judicial, avaló el cambio con un argumento curioso y premonitorio: pueden hacerlo, eso de que la elección corresponda al parlamento, aunque se advierte que esto puede propiciar la lucha partidista solo evitable si el parlamento se contenía y elegía a jueces y magistrados ajenos a la connotación partidista. La ley de Felipe escogió perro con cencerro. Polvos y lodos.

Y desde entonces no habitó entre nosotros un presidente de Gobierno que hiciera caso a Churchill cuando hablaba de Disraeli: un hombre de estado piensa en las próximas generaciones y no en las siguientes elecciones. Y una decisión política soltó el pelo a ciertos jueces que empezaron a asomarse a los medios y tertulias, en un principio, de forma prudente y protocolaria pero más tarde de forma desmelenada con algunos de ellos traspasando la erótica del poder para hacerlo de forma pornográfica si es así como se puede llamar cuando se hacen ciertas cosas de forma explícita y sin ocultar nada. Hoy se produce una sentencia en el Tribunal Supremo o en el Constitucional y cuando antaño se hablaba de las discrepancias y votos particulares con discreción y elegancia, hogaño no aparece una brizna de finura o de fairplay.

Y ahí que va Pedro Sánchez y propone a su ministro para el Tribunal Constitucional. Y Feijóo no quiere quedarse corto e iguala la fatal apuesta proponiendo para el mismo Tribunal al juez Macias, que es autor de un relato maldito según el cual el caducado si no podrido Consejo General podía ser la aldea gala que resistiera a los movimientos de Sánchez. Feijóo se carga de esa valentía que tienen los cobardes y cuestiona la imparcialidad del Tribunal Constitucional. Igual de virtuoso el ministro de Justicia es el que ahora duda de la ecuanimidad del Tribunal Supremo.

Y qué podemos hacer los del público. Entre la ciencia y la ignorancia está la opinión que se divide entre quienes aceptan el dogma de la no existencia de lawfare y lo saben y aquellos otros que aceptan el mismo dogma, pero no lo saben. Y como quieren los votos de Puigdemont, unos y otros viajan a Waterloo. Unos le ofrecen una ley de amnistía y los otros el favor de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, ya sea de forma cierta o a guisa de farol. Descrédito y tierra quemada. Menos mal que la tierra quemada no deja de ser fértil, toda vez que las cenizas son buenos nutrientes.

Quienes lo hemos observado todo a la luz del día y en un canal pornográfico, pero queremos a nuestro país, seguimos confiando en 5.500 jueces y magistrados que trabajan en España, que hacen su trabajo de la mejor manera a sabiendas de que su poder dimana del pueblo. Más allá, y digo más allá, en la cúspide donde conviven jueces y políticos sabemos que le hemos cogido con la mano sobre el carrito de los helados y con algunas manos dentro del pork barrel.

Hay tres formas de simbiosis. En una de ellas que le llaman mutualismo dos especies se benefician de su convivencia cercana. Las abejas y las flores. A otra forma de simbiosis se le llama comensalismo y resulta cuando una especie se beneficia de otra sin perjudicar a la primera. Un nido sobre un árbol. Pero en una tercera, el parasitismo, una especie se beneficia y la otra es dañada. Un gusano en el corazón. Algunos piensan que otros se quieren quitar de encima a Sánchez por la vía Begoña o por el expediente de su hermano. No es buen camino porque aquí la tierra quemada no dejará ni cenizas y además demuestran que no saben nada de Disraeli. Hay otra vía, se trata de respetar si no son capaces de querer a España y a los españoles y cambiar de palabra, fare por fair. Ningún esfuerzo se les demanda porque se pronuncian exactamente igual.

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