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Sobrevivir a la patera y querer morir por la frustración de quedar bloqueado en Canarias

Un migrante marroquí en el exterior de Las Raíces

Andrea Domínguez Torres

6 de mayo de 2021 06:00 h

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En una travesía desde Dajla a Gran Canaria, la vida de Samir Khayal dio un giro de 180 grados. En noviembre, con 22 años, se lanzó al mar en una patera con su hermano de siete en busca de una vida mejor. Durante el viaje, el menor murió en el mar. Samir sufre un Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) desde entonces e intentó suicidarse la semana pasada después de recibir una fotografía de su madre ataviada con un respirador. “Lleva ocho días en el hospital porque no puede afrontar la muerte de mi hermano”, relata, mientras muestra la imagen en su teléfono móvil. El migrante tiene su cuerpo lleno de heridas, algunas ocasionadas por jugar al fútbol, pero otras, muchas más, derivadas de sus intentos de autolesionarse. La incertidumbre y el bloqueo a las que se encuentran sometidas miles de personas llegadas en 2020 en cayucos y pateras a las Islas provoca un “alto nivel de estrés que puede derivar en trastornos de ansiedad o depresión, así como en enfermedades físicas a corto y largo plazo”, según la especialista en salud mental Begoña Domínguez.

Samir es un migrante marroquí con ascendencia saharaui que duerme la mayoría de los días en el exterior del campamento tinerfeño de Las Raíces, en las casetas levantadas con plásticos y palos en señal de protesta por el bloqueo migratorio en el Archipiélago. Antes de las 72 horas fuera vuelve al recinto para no perder el derecho a ser acogido, también para ducharse y asearse. Decenas de vendas cubren sus piernas y brazos, también un cabestrillo le protege su hombro lesionado. El joven afirma que no tiene ropa, solo unos pantalones cortos y unas cangrejeras. En este recurso de emergencia se ha ido incrementando la tensión desde su apertura el pasado 5 de febrero. En él, la tranquilidad y la esperanza que tenían los migrantes al llegar ahora se ha transformado en enfado e impaciencia, con un impacto directo en su salud mental. Algunos suman ya siete meses en Canarias.

Durante la noche del pasado 16 de abril, Samir trató de suicidarse con una sobreingesta de pastillas. Luego, el 18 de abril fue atendido por el Hospital Universitario de Canarias por una fractura en la clavícula. En su informe clínico español aparece diagnosticado con un “trastorno de ansiedad generalizado, con autolesiones y en tratamiento”. Tres días antes, el 13 de abril, otro migrante, esta vez de origen marroquí, amenazó con saltar desde una cornisa del edificio central del recinto gestionado por Accem. En menos de tres días, dos intentos de suicidio. Ibrahim (nombre ficticio) y Samir son amigos.

De acuerdo con la versión de Accem relatada a esta redacción, cuando Ibrahim se subió a la cornisa avisando de que se iba a lanzar, el equipo de la ONG, junto con la Policía Nacional, logró disuadirle. Después de mediar con él, bajó “por su propio pie”. En el recinto le prestaron atención sanitaria y psicosocial, por lo que esa noche el hombre no fue evacuado, sino que durmió en el dispositivo. En los días posteriores, los trabajadores realizaron una labor “especialmente” estrecha de acompañamiento y atención. Sin embargo, varios compañeros del joven señalan que hace días que no duerme en el recurso. Una semana después de los intentos de suicidio de Samir e Ibrahim, el pasado martes 27 de abril, otro migrante también llegado desde Marruecos se autolesionó en el recinto. De nuevo una sobreingesta de pastillas. 

La asistencia sanitaria en Las Raíces

Con datos ofrecidos por la organización, durante la semana del 19 al 25 de abril, el dispositivo temporal de atención humanitaria acogía a 1.301 personas, aunque su capacidad prevista es de 2.400. Accem cuenta con un equipo formado por profesionales de psicología y trabajo social, así como especialistas en mediación intercultural. Desde Accem apuntan que consideran la atención psicosocial un “pilar básico” dentro del recurso. A ellos se suman 11 profesionales sanitarios, entre médicos y personal de enfermería, en turnos de mañana y tarde que incluyen los fines de semana. 

La asistencia sanitaria del campamento se complementa en el Servicio Canario de Salud. De esta manera, cuando la situación “lo requiere”, los migrantes son trasladados al centro de salud o al hospital, señala la organización. En esta línea, el acceso a medicamentos con prescripción se realiza tras el diagnóstico de “profesionales colegiados”, a veces desde el servicio de atención primaria o urgencias y otras por sanitarios contratados en el recurso de emergencia. Sin embargo, muchos migrantes denuncian la falta de traductores y las largas colas para recibir ayuda sanitaria, jurídica o para comer.

Samir llegó a Las Raíces caminando desde el sur de la isla después de tres noches sin dormir. El migrante estaba alojado en un recurso del sur de Tenerife cuando un compañero de habitación le dijo que en este campamento podrían ayudarle. “Llegué aquí (Las Raíces) porque quería ayuda para continuar con mi viaje, pero llevo dos meses esperando y aún no he hablado con un abogado”, explica. Samir tiene acceso a la medicación a diario porque recibe un tratamiento basado en ansiolíticos. Sin embargo, la frustración y la pérdida de su hermano lo han llevado a recurrir a las autolesiones o a la sobreingesta de las mismas pastillas que le han diagnosticado para ayudarle.

“Muchos no quieren morir”, revela Samir, “pero es la única forma de que nos hagan caso”. En este sentido, un trabajador del recurso apunta que los migrantes recurren a la autolisis porque “no entienden la situación, están cansados, frustrados y algunos otros quieren llamar la atención”. De esta manera, “la frustración” es la que les lleva a recurrir a la los intentos de suicidio o las autolesiones. “Hay un cúmulo de circunstancias que crean conflictos dentro de ellos mismos que genera una realidad paralela, viven en un mundo ficticio y pierden el norte”, señala esta fuente.

La desesperación pone en jaque a la salud mental

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala como salud mental al “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. De esta manera, la psicóloga y orientadora Begoña Domínguez afirma que la realidad a la que están sometidas las personas migrantes acogidas en campamentos temporales para refugiados hace que no cuenten con ninguno de los requisitos básicos recogidos por la OMS. “No tienen bienestar físico, ni psicológico, mientras que el social solo lo tienen las personas con más suerte”.

Samir recibe ayuda psicológica, pero otros compañeros prefieren prescindir de este servicio o desconocen siquiera que se preste, porque su intención es salir de Canarias y continuar con su proyecto migratorio. La asistencia psicológica en el caso de quienes están afectados por el bloqueo actúa como una tirita a un problema mucho mayor. “Muchos no quieren estar aquí, solo utilizan Canarias como un lugar de paso”, apunta el trabajador del recurso gestionado por Accem que revela que “es comprensible la desesperación de los migrantes ante el encierro”. 

Después de solicitar el asilo, los migrantes también denuncian trabas. Hassim, un joven marroquí que vive en Las Raíces, se trasladó al sur de Tenerife para coger un vuelo con destino Murcia donde tiene un familiar que puede acogerlo, pero la Policía Nacional le impidió subirse en el avión pese a contar con la documentación necesaria establecida por un juez. 

“Llegan al límite, y al llegar a este punto quieres quitarte del medio muchas veces”, vaticina esta fuente del recurso que prefiere mantenerse en el anonimato. La “desesperación” y la “falta de soluciones” hace que algunos migrantes decidan volver a sus países, mientras otros se agarran a sus amigos porque “aún tienen fe”. Aunque todos han dejado atrás sus países para venir a una tierra desconocida, “cada uno viene con una historia detrás, cada una de ellas es diferente, particular”, revela el trabajador del recurso. De este modo, muchos de los migrantes que permanecen en situación administrativa irregular sufren las consecuencias del bloqueo y la incertidumbre a través de “temblores, terrores nocturnos, autolisis e intentos de suicidio”, detalla la especialista Begoña Domínguez. 

“Necesito ayuda, necesito salir de aquí”

Souleiman (nombre ficticio) lleva tres meses en Las Raíces y aunque antes hacía reír a sus compañeros con sus bromas, ahora llora casi a diario. Accem afirma que, a pesar de que se presta una asistencia continuada al millar de personas que vive en Las Raíces, el contexto en el que se desarrolla está marcado por “la incertidumbre, la frustración y la desesperación” por parte de las personas acogidas, que ven que su proyecto migratorio y de vida se encuentra paralizado y no saben lo que va a pasar con ellas en el presente y en el futuro. En ocasiones, el agobio, la tensión, la ansiedad o el enfado “estallan” y dan lugar a situaciones extremas, “que son comprensibles” pero que “preocupan” a la organización.

En su carpa, Souleiman observa los conflictos que se producen en el campamento desde su apertura y muchas noches hace de mediador y traductor entre la organización y las personas marroquíes. Hasta el momento, el colectivo más afectado por los intentos de suicidio. Aunque Souleiman no ha tratado de suicidarse se encuentra “al límite”, como él mismo relata. El migrante de 24 años y origen senegalés llegó a Canarias hace seis meses y no poder trabajar le desespera. A veces una vecina de La Laguna le dona comida pero él decide entregarla toda a sus compañeros. “No puedo comer, cuando estoy en mi carpa, dentro del campamento no puedo comer, pienso si mi familia habrá comido o no ese día”, asegura. 

También Mohammed ha llegado a su tope en Las Raíces. Abandonó la carrera de Biología en Marruecos para venir a España a buscar un futuro mejor y su evolución cayó “en picado” cuando llegó al campamento, relata una persona que le presta ayuda fuera del recurso. “Él traía problemas desde su país, pero era un chico bueno y nunca había consumido drogas o alcohol”. Mohammed tiene una enfermedad mental y está medicado, pero nunca fue una persona violenta hasta ahora. Al principio era un chico que hablaba con los vecinos para visibilizar las carencias del campamento, pero ahora “está perdido”, revela esta profesional.

Aunque el Corán y la religión musulmana rechazan el consumo de alcohol y drogas, algunos migrantes recurren a ellos como vía de escape ante algo que no pueden controlar. La psicóloga Begoña Domínguez afirma que el consumo de sustancias psicotrópicas acelera y repercute gravemente en la salud mental. “Ahora Mohammed es un chico que ves por la calle y puede que te dé miedo, puedes pensar que viene aquí a buscar pelea, pero él no era así. Él se ha hecho así aquí por cómo ha sido tratado en España”, narra la voluntaria desde el exterior del recinto.

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