¿Una segunda vida útil para los equipos de protección contra el virus? Canarias busca la solución en el ozono
La escasez de equipos de protección individual (EPI) ha sido el principal motivo de preocupación y frustración para los trabajadores que han actuado en primera línea contra el coronavirus. Con la epidemia ya disparada en Estados Unidos (EEUU), la revista de la asociación médica del país norteamericano, JAMA (Journal of the American Medical Association), una de las más prestigiosas del mundo, publicaba el pasado 20 de marzo un editorial en el que invitaba a los sanitarios a aportar “soluciones creativas” para optimizar el uso de los EPI y conservar o identificar nuevas fuentes para su suministro con la finalidad de garantizar la seguridad de los profesionales. Tres días después, investigadores canarios enviaron un comentario a esa publicación con una idea que se ha acabado transformando en uno de los proyectos que serán financiados con cargo a los denominados Fondos COVID-19 del Instituto de Salud Carlos III.
“La finalidad del estudio es comprobar si el ozono es capaz de destruir el virus SARS-CoV-2 presente en los equipos de protección individual”, resume Bernardino Clavo, miembro de la Unidad de Investigación del Hospital Doctor Negrín de Gran Canaria, uno de los cinco centros del Archipiélago que participan en el proyecto. Las propiedades desinfectantes del ozono son conocidas. “Se utiliza desde hace más de cien años para destruir muchos virus y bacterias”. El desafío ahora es conocer cómo actúa sobre el coronavirus descubierto en Wuhan y analizar los niveles de concentración y los tiempos de exposición más adecuados para dejarlo inactivo. También será necesario verificar que tras su uso no se alteren las propiedades de los equipos de protección de los trabajadores sanitarios (gafas, pantallas faciales, mascarillas, guantes, calzas…).
De confirmarse los efectos esperados del ozono (O3) sobre el virus, los EPI podrían ser reutilizados tras su desinfección por los profesionales, garantizando así su disponibilidad y evitando “que se repitan circunstancias de escasez” de material de protección como las vividas durante esta emergencia sanitaria. Carencias que, según el doctor Clavo, no se limitaron a las primeras semanas de la epidemia y aún perduran en algunos lugares, “no solo en España”.
En caso de que la respuesta fuera rápida, de que el tiempo de exposición necesario para eliminar el virus fuera reducido, se abriría la posibilidad de emplear el ozono para esterilizar los equipos sin necesidad de quitárselos, “disminuyendo así el número de procedimientos de retirada y el riesgo de contaminación asociado a este proceso”. Esta hipótesis, en cualquier caso, sería objeto de un segundo estudio que dependerá del éxito del primero. Es decir, de que se demuestre, por un lado, que el ozono puede acabar con el virus sobre esas superficies y, en segundo lugar, que la concentración requerida de O3 y la duración de la exposición son “lo suficientemente pequeñas (como ocurre en otros muchos virus, pero no en todos) como para que sea viable su uso en el día a día”, señala Clavo, uno de los catorce investigadores que forman parte del equipo de este proyecto (doce de plantilla y dos que serán contratados con becas predoctorales).
El doctor explica que, a diferencia de lo que sucede con el uso clínico habitual del ozono, en este proyecto el gas entrará en contacto directo con el virus. Cuando esto ocurre, se genera una reacción inmediata. Se produce un proceso denominado peroxidación. El O3 altera la función de las estructuras del microorganismo, “en especial la envoltura del virus, lo que podría destruirlo, o los receptores que le permiten fijarse a las células, impidiendo así la infección”. “El ozono es un oxidante muy fuerte y hay proyectos preliminares que analizan la posibilidad de crear dispositivos de esterilización” con este gas, planteaban Clavo y sus compañeros en el comentario al editorial de JAMA. Los doctores apuntan que esos generadores de ozono médico son capaces de alcanzar espacios pequeños e irregulares debido a las propiedades de difusión del gas. “Este sencillo procedimiento podría realizarse en cada centro y facilitar la rápida reutilización del equipo de protección”, remarcaban sus autores.
La clave del proyecto, insiste Clavo, consiste en evaluar la relación entre la concentración de ozono y el tiempo de exposición necesarios para inactivar el virus. De ella dependerá también la posibilidad de reducir costes. El investigador ve más probable el ahorro económico a través de esta fórmula de desinfección para los equipamientos más sofisticados, como las mascarillas de alto nivel, las pantallas faciales o las gafas de protección, que para otro tipo de material más asequible y que se deteriora con mayor facilidad con su uso, como los guantes o las calzas no estériles. El doctor del Hospital Negrín precisa que, en cualquier caso, la mayor ventaja de este sistema, siempre que se demuestre su eficacia, es la garantía de disponer de equipos suficientes en un corto espacio de tiempo para evitar que los trabajadores queden desprotegidos.
Seis meses, más de 100.000 euros
El proyecto cuenta con una financiación de 109.744 euros, el 100% de los fondos solicitados en el escrito presentado al Instituto de Salud Carlos III el 30 de marzo. El plazo establecido para su realización es de seis meses, aunque los investigadores esperan tener resultados en cuatro.
De los doce investigadores de plantilla que forman parte del equipo, cinco ejercen en el Hospital Doctor Negrín de Gran Canaria. Además de Bernardino Calvo, la unidad de este complejo está integrada por los doctores Francisco Rodríguez, Jesús María González, José Luis Martín y Cristina Torres. Otros tres lo hacen en el Instituto Universitario de Enfermedades Tropicales y Salud Pública de La Laguna. Se trata de su director, Jacob Lorenzo, y de José Piñero y Elizabeth Córdoba. Del Hospital Universitario de Canarias (HUC) participa Antonio Martínez, del servicio de Medicina Interna, y del Hospital de La Candelaria, Raquel Montiel, del área de Medicina Intensiva. El doctor Jesús Villar trabaja en el Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER) de Enfermedades Respiratorias. Pedro Serrano, por su parte, es jefe del servicio de Evaluación y Planificación del Servicio Canario de Salud (SCS) y dirige también la Red de Investigación en Servicios Sanitarios en Enfermedades Crónicas (REDISSEC).
Canarias cuenta con el grupo de investigación sanitaria con ozono más importante de España. En este momento desarrolla ocho proyectos activos con financiación competitiva, con becas. Tres de ellos son financiados por el Instituto de Salud Carlos III; dos por el Colegio de Médicos de Las Palmas; uno por la Fundación Disa; otro por la Fundación Instituto de Investigación Sanitaria de Canarias (FIISC) y el último, por la Fundación de la Sociedad Española del Dolor. Estas investigaciones se centran en valorar la eficacia y el coste del uso del O3 en el tratamiento de las hernias de disco, cardiopatías avanzadas o del dolor por neuropatía secundaria a la administración de quimioterapia.
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