José Naranjo: “Entender África implica revisar líneas rojas propias de Occidente”
El periodista Pepe Naranjo, a quien Casa África y EFE entregan este lunes el I Premio Saliou Traoré por su difusión de la vida cotidiana de los africanos, ha tenido que “poner en revisión muchas líneas rojas” vigentes en Occidente para entender ese continente. “Nuestros modelos no tienen por qué ser los mejores en territorios y culturas diferentes”.
El periodista grancanario, que tuvo “un referente y un amigo” en el fallecido corresponsal de la Agencia en África Occidental que da nombre a este premio, hace balance de su vida en Senegal, donde se asentó en 2011 para poder contar sobre el terreno lo que ocurre en 55 países con 1.000 millones de habitantes.
Colaborador habitual de El País y La Provincia, entre otros medios, Naranjo recibe agradecido los galardones que reconocen su trabajo allí, entre los que también figuran el Premio Canarias de Comunicación (2016) o la Cruz de la Orden del Mérito Civil del Ministerio de Exteriores (2019).
Y recuerda que llegó al continente movido por su curiosidad, tras haber informado desde las islas de la crisis de los cayucos entre 1998 y 2010, y también en busca de un trabajo como freelance del que vivir, que no encontraba en España en los años más duros de la crisis económica.
Él cree que sigue siendo difícil buscarse la vida en África como periodista, una labor que requiere de tiempo “para empaparte de sus realidades”, de “paciencia” y también de que haya medios interesados “en normalizar su presencia”, más allá de informar de las guerras, epidemias o catástrofes naturales que pueden afectar a sus países.
¿Cómo conoció a Saliou, qué recuerdos tiene de él?
Lo conocí en 2006, cuando la llamada crisis de los cayucos en Canarias llevó a muchos periodistas a Senegal para tratar de investigar el origen de todo el fenómeno. Saliou era para nosotros como un referente. Era periodista, como nosotros, hablaba español perfectamente y vivía en Dakar, así que todos pasamos por él. Luego, cuando me instalé en Senegal, fue una de las primeras personas a las que visité en su casa, donde conocí a su mujer y a alguno de sus hijos, y coincidíamos mucho en ruedas de prensa u otras actividades. Además, Saliou presidió durante muchos años la Asociación de la Prensa Extranjera en Senegal (APES), de la que me hice miembro, lo que me permitió contactar con periodistas de otros medios, como Al-Jazeera, la agencia marroquí, los turcos o France24.
¿Qué le impulsó a marcharse a vivir a África?
Entre 1998 y 2010 el tema migratorio fue prioritario para mí y empecé a viajar al continente, primero a Marruecos, el Sahara y Argelia y, a medida que los flujos migratorios fueron cambiando, a Mali o Senegal. A partir de esos viajes, me fui dando cuenta de que la realidad de África iba mucho más allá, que no podíamos poner solo el foco en los aspectos negativos que hacían que los jóvenes emigraran, sino que había una realidad muy dinámica y muy diversa. En ese momento no había prácticamente ningún periodista español instalado en África Occidental y me pareció que allí había una oportunidad de tratar de contar también esa otra realidad del continente, más allá de las migraciones.
Después de todos estos años, ¿diría que es difícil buscarse la vida en África como periodista?
Sigue siendo difícil. Los primeros años fueron muy complicados. Yo llegué prácticamente con una mano delante y otra detrás a probar suerte, a reinventarme. Tenía a Saliou y a otros periodistas de otros países, pero las circunstancias en España son muy diferentes. Los primeros meses me dediqué a empaparme de la realidad hasta que pude manejar el idioma y la cultura con cierta soltura. Estaba convencido de que podía funcionar, pero hace falta tiempo, tenacidad y mucha paciencia también, y que luego en España tengan confianza en lo que haces. Es muy complicado porque África no es tampoco una gran prioridad informativa, por lo que hay que aprovechar los huecos que hay e ir proponiendo temas atrevidos.
¿Considera que se sigue hablando de África con cierto paternalismo o por oportunismo?
Seguimos teniendo una idea un poco estereotipada del continente. Normalmente ponemos la mirada cuando hay una crisis, una epidemia o una catástrofe, la sensación que se transmite es que solo pasan cosas negativas, pero no es real. La gente vive, se levanta por la mañana, va a trabajar, trata de salir adelante, pelea, es gente muy innovadora. Aunque todavía escuchas ese discurso un poco anclado en otras épocas, creo que está empezando a haber cambios, se han abierto nuevas ventanas, como páginas web o grupos de estudios africanos en todas las universidades. Pero este proceso de cambio no va a ser rápido. Tengo un buen amigo senegalés que siempre dice que “lo primero es descolonizar la mente”, no solo la de los colonizados, sino también a la de los colonizadores.
¿A qué se refiere cuando dice que para informar de África tuvo que desaprender?
Pues a que, a veces, tenemos la tentación desde Occidente de ser muy críticos con muchas cosas que consideramos que sobrepasan nuestras líneas rojas y a que tenemos que aceptar que nuestros modelos no tienen por qué ser los mejores en territorios y culturas diferentes a los nuestros. Por ejemplo, creemos que la democracia es el mejor de los regímenes posibles, en el que la gente participa en la cosa pública, pero en estos años he aprendido que cuando se importa a países africanos que tenían una manera muy diferente de organizarse puede que no sea digerida o procesada por su población. En África este tipo de debates están muy presentes, el economista de Guinea Bissau Carlos López decía hace poco que “en África, igual podemos tolerar un poco de autoritarismo, pero ya no podemos tolerar más ineficacia”. Ellos están en la búsqueda de modelos y no necesariamente los nuestros han de ser los mejores, eso lo tenemos que aceptar.
¿Le quedan muchas cosas por hacer en África?
Ocho años después, me apetece empezar a proponer cosas diferentes, visitar países que todavía no he visitado, como Benin y Togo, el último régimen autocrático que queda en África Occidental, o Camerún, en el que hubo una colonización difícil con tres países y ahora está viviendo también la crisis anglófona, y también África del este y central, de la que conozco poco. Por una cuestión de curiosidad, me gustaría seguir por aquí todo el tiempo que pueda.
Además de los premios y reconocimientos por su labor profesional en el continente, ¿qué le ha regalado África en lo personal?
Los premios son un empujón, un estímulo a seguir. Cuando, de repente, te llegan estos reconocimientos te das cuenta del impacto y el valor que tiene tu trabajo, por eso estoy superagradecido y contento. Siempre digo que lo más importante que me ha dado África ha sido su hospitalidad, que es brutal. Prácticamente allá donde voy casi siempre acabo encontrando gente que me va acogiendo. Llegas a los pueblos y hay un respeto, una tolerancia. Pese a la imagen de esa África un poco oscura o violenta, por el tema del yihadismo, incluso en los peores conflictos he comprobado que la gente está dispuesta a dar y a acoger, ha sido una constante desde que llegué y ha sido una enseñanza maravillosa.
Además de las conferencias y congresos que le han mantenido ocupado estos últimos días, ¿en qué anda ahora metido?
Precisamente, a raíz del primer Premio Saliou Traoré saco un libro. Se llama El río que desafía al desierto y son unas 50 crónicas de vida cotidiana intercaladas en una especie de diario de viaje prácticamente inéditas, porque solo se han publicado en la versión de papel del periódico La Provincia. Habrá presentaciones de este libro en todas las ciudades posibles y seguiré con el trabajo diario y con reportajes de los países en los que he estado este verano: Mali, Burkina Faso y Mauritania.
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