Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Zerolo: un enorme elefante incómodo
En ese pequeño salón que es la sociedad tinerfeña Miguel Zerolo y su gestión se sientan en el centro de la estancia, dejando un espacio escaso, mientras todos los demás se esfuerzan por mirar hacia otro lado, como si no existiese. Zerolo parece ser un enorme elefante incómodo al que no se mira, del que no se habla. ¿Quién no ha tenido que ver con él en los últimos años?
Hubo un tiempo en el que el exalcalde llenaba páginas y minutos de radio y televisión con proyectos increíbles: pistas de hielo, parques marítimos, una inmensa playa cuyos terrenos era necesario comprar por el bien de la ciudad. Arquitectos de fama internacional, planes vecinales, gloriosos carnavales… A cada dificultad, aquel prestidigitador de la política se sacaba de la chistera un conejo con el que huir hacia adelante. Y siempre salía airoso. Había nacido con estrella.
Zerolo encarnaba aquello que la sociedad chicharrera ansiaba creer de sí misma. Y la ciudad lo siguió sin contemplaciones. Porque tenía un indudable poder de persuasión, hasta el punto de meterse en el bolsillo a votantes y adversarios, ninguno de los cuales fue capaz de resistirse, la mayoría de los cuales acabó políticamente quemada. Y a veces penalmente imputada. Todos menos él.
Era encantador y amigo de hacer favores. “Yo nunca dejo a nadie por el camino”, dijo una vez sobre uno de sus colaboradores. Y era cierto mientras te mantuvieras en el lado de los amigos. Dice un proverbio chino que cuando un hombre alcanza el poder, hasta sus perros y gatos conocen la gloria. Unas palabras que siguió a pies juntillas.
Si pasabas esa delgada línea, el exalcalde podía ser temible. “Meterse con él es una de las tres cosas que aquí están prohibidas”, me dijo una vez un veterano periodista. Las otras dos me las guardo. Lo cierto es que si lo hacías, no le temblaba el pulso para usar su extensa lista de relaciones y pedir tu cabeza. Zerolo no se andaba con chiquitas.
Solo un reducido grupo de políticos y activistas sociales se atrevió con él. Por el camino fueron vilipendiados e insultados. Fueron la escoria de nuestro pequeño salón, hasta que un día los jueces empezaron a darles la razón. Los casos Mamotreto y García Cabrera son solo dos ejemplos. Hasta en su partido empezaron a percibirlo como lo que era: ese inmenso objeto metido en una pequeña estancia con el que no se sabía qué hacer. Y le dieron vía libre al Senado.
Aquel enorme elefante ha quedado al descubierto a golpe de sentencia. Pero la sociedad tinerfeña trata aún de mirar para otro lado, de no hablar de ese incómodo invitado en el salón de casa que nos saca las vergüenzas, que nos hace mirarnos en el espejo. Porque, al final y al cabo, ¿quién no ha tenido que ver con él en los últimos años?