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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Todos a tocar los tambores de guerra

2 de marzo de 2022 23:14 h

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Aquí somos todos muy de ponernos el casco y coger el fusil para pegar tiros, pero desde Twitter, claro, que es como la barrera de los toros, donde todo se puede decir sin riesgo de cornada ni de que la sangre te salpique. Cosa distinta es hacerlo en Ucrania frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Admiro a la resistencia ucraniana y es cierto que hay países más débiles que han acabado expulsando a un invasor más fuerte, bien lo saben tanto rusos como estadounidenses, pero admito que el envío de armas para armar a civiles me parece el camino más rápido para provocar una carnicería, invocar a las cabezas nucleares y enriquecer a los vendedores de municiones. A lo sumo, puede prolongar la agonía y forzar a Putin a negociar, pero Putin ya ha dicho cuáles son sus condiciones: “rendición total”. Lo llama “negociación” por no llamarlo “mis cojones” que suena feo. 

En la guerra civil de mentirijillas que son las redes, se apela a nuestra Guerra Civil en la que las democracias nos dejaron tirados frente al fascismo y luego el fascismo arrasó Europa y casi la devora por completo. Se apela también a Chamberlain que se puso de lado frente a Hitler y Hitler se creció, a pesar de ser tan bajito. Pero les voy a dar dos datos, que diría Yolanda Díaz: en 1936 lo que necesitaba España era que la ayudasen los aliados con sus bombarderos como hicieron Italia y Alemania con los sublevados y en 1945 apareció la bomba atómica que lo cambió todo. En 2022, lo único que podría parar a Putin militarmente es la intervención de una potencia equivalente, pero eso nos abocaría a una guerra mundial que no se libraría precisamente en Twitter. 

Ya sé que la guerra no se para con batucadas pero tampoco tocando los tambores de guerra como si fueras Tito Puente en un concierto de misiles. Se para cortándole las manos, o sea, la pasta, al que quiere tocar, que es Putin. Se para cerrándole todos los grifos y cortándole todo el aire para que se ahogue. Se para aislándole hasta que se quede solo y obligándole a dejar de tocar para que se oigan las palabras de la diplomacia y callen las explosiones. El déspota ruso no contaba con encontrarse en contra a la mayoría de ucranianos y de países del globo (141 en contra en la ONU, sólo 5 a favor, 34 abstenciones). No contaba con que hasta China se abstuviese. No contaba con fortalecer a la OTAN y despertar al león dormido de Europa. No contaba con la oposición de parte de su pueblo y con la mayoría de la opinión pública enfrente. 

Contaba con acabar con Ucrania de un plumazo, desplumar a Zelenski y con una de esas plumas firmar una victoria que colgar como un diploma junto a la cabeza de los opositores en su despacho del Kremlin. Puede que gane esta batalla pero está perdiendo la guerra, nunca tendrá a los ucranianos bajo su yugo y sus flechas. Se le está ganando con las armas del dinero, que es el arma más poderosa. Atacándole donde más le duele, que son sus rublos y sus gerifaltes. Como siempre, quienes lo pagan son los ciudadanos, los rusos y los europeos, que tendremos que asumir la factura. Ahí es donde Europa tiene que poner sus fichas, en amortiguar el golpe en la economía de la gente. 

Me escama este clima bélico, esta retórica beligerante, este ardor guerrero alimentado por un discurso único en los medios que no admite el disenso ni la información que no venga de Occidente, que no admite el pacifismo ni a quienes pensamos que el futuro de Europa no es más OTAN al servicio de Washington sino una fuerza propia europea y una fuerza global que ya existe, que puede ser la OSCE o la ONU, nacida del deseo de paz mundial después de dos guerras salvajes. Se llama ingenuo al “No a la guerra” pero no hay nada menos ingenuo que gritar contra las guerras imperiales que masacran a los más débiles. No es ingenuidad, es instinto de supervivencia. 

No es ingenuo señalar que ya enviamos armas a Arabia Saudí para matar yemeníes y a Israel para matar palestinos, pero no a los yemeníes ni a los palestinos para defenderse. La única diferencia es que ahí las mandamos a cambio de dólares. Cuando los sátrapas agresores son colegas, entonces los pobres indefensos nos importan un carajo y nos importa un carajo que los exterminen con nuestras armas. Las armas que fabrican otros pobres en la bahía de Cádiz o en Euskadi, por ejemplo, para ganarse el pan de sus hijos. Al final, es lo de siempre, los señores de la guerra se hacen inmensamente millonarios a costa de los muertos de hambre y de los muertos en combate que pierden la vida para defender imperios que ni les van ni les vienen.  

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