La mina de la Vajol, el búnker que escondió el tesoro artístico de la República, quiere salir del abandono
Manuel Azaña no lograba conciliar el sueño. La madrugada del 5 de febrero de 1939, pocas horas antes de cruzar andando la frontera con Francia para nunca regresar a su país, el presidente de la República se la pasó, angustiado, contando camiones. Los que pasaban frente a la masía de la Vajol donde apuraba los días antes del exilio, forzado por el avance de los franquistas. “Cada uno que contaba era como si me quitaran de encima otro tanto peso”, dejó escrito. La de esos camiones no era una expedición cualquiera. Estaban evacuando cuadros del Museo del Prado y otras joyas y objetos valiosos del Estado escondidos en una recóndita mina de talco de la zona.
81 años después, la Mina Canta, uno de los enclaves decisivos para la salvaguarda del patrimonio nacional durante la Guerra Civil, permanece cerrada y abandonada… Aunque no del todo. El actual alcalde de la Vajol, Joaquim Morillo, abre para eldiario.es la puerta del edificio que con gran secretismo construyó, encima de la mina, el hijo de Juan Negrín. Lo hizo en primavera de 1937 por petición expresa de su padre. Ahora el Ayuntamiento ha empezado unas obras para acondicionar el lugar. Su esperanza es que, a diez años vista, este recinto colgado entre montañas se convierta en un centro cultural y de memoria y, de paso, aporte más luz a una historia que todavía alberga claroscuros y alguna que otra leyenda.
A la Vajol se llega desde Figueres, capital del Alt Empordà, primero por la carretera que conduce hasta la Jonquera –paso por el que cruzaron 500.000 refugiados en 1939– y luego subiendo 10 kilómetros de curvas. “Aldehuela enriscada en los Pirineos”, según la describió Azaña, está a dos horas andando del primer pueblo francés de Les Illes. Ese trayecto, que atraviesa el Collado de Lli, es el mismo que recorrieron el 5 de febrero de 1939 primero el Gobierno de la República –entre ellos, Azaña y Negrín– y luego el president Lluís Companys y el lehendakari José Antonio de Aguirre, que por entonces se alojaban en la vecina Agullana.
Con un centenar de habitantes, en la Vajol se han dedicado históricamente a la explotación del corcho y del talco, este último a través de cuatro minas. Una de ellas, a media hora andando desde el pueblo, se distingue de las demás por soportar un edificio de hormigón de dos plantas encima de la boca que da acceso al túnel. En la localidad todo el mundo la conoce como la Mina Canta, por el apellido de los que durante años fueron sus propietarios, o la Mina d'en Negrín, por el político responsable de su incautación y acondicionamiento durante la Guerra Civil.
La construcción, que descansa sobre grandes contrafuertes, está compuesta de dos pisos. En el superior se ubicaron los despachos y estancias, además de un balcón. El inferior era para la descarga y gestión de los bienes almacenados, con un enorme portón de acero por el que accedían los camiones. Una vez en interior, el cargamento se trasladaba a través de raíles hasta los montacargas, que los hacían descender varios metros hacia abajo hasta conectar en el túnel de la mina de talco. En esa galería, a 250 metros hacia adentro, se construyó la cámara acorazada.
Tras la guerra, los propietarios recuperaron la mina y la siguieron explotando hasta poco después de 1990, cuando la técnica de extracción de talco dejó de ser rentable. Miquel Giralt, propietario y por entonces alcalde, la cedió al Ayuntamiento en 2010, poco antes de morir. Durante todos esos años, el edificio permaneció cerrado y sin arreglar, aunque Giralt lo abría para los curiosos y activistas por la memoria histórica. Fue él quien pintó algunos murales propagandísticos en su interior, y peleó sin éxito para que se emplazase allí el Museo Memorial del Exilio (MUME), que finalmente se abrió en La Jonquera en 2002. A día de hoy, el museo organiza rutas del exilio que pasan por la mina, pero no se puede entrar en ella.
“Hasta ahora estaba totalmente dejada”, comenta el actual alcalde desde la planta baja, que todavía conserva en el techo los raíles para desplazar la carga. Aparte de algunas pintadas en la pared de quienes se han colado en el recinto a lo largo de los años, muchos atraídos por los rumores sobre oro y joyas, el edificio está vacío. Tampoco se conserva nada en el piso superior, donde se ubicaron las estancias, aunque todavía se aprecia un letrero con la inscripción “Ingeniero” en la puerta de una pequeña habitación. Las obras recientes, ocho décadas después, han consistido de momento en reparar el tejado y el suelo, cerrar las ventanas con policarbonato –para que no entre el agua– y algunas medidas de seguridad. En total, 46.000 euros en subvenciones de la Diputación de Girona, aunque hasta ahora el edificio ni siquiera está considerado Bien Cultural de Interés Local.
Donde no se puede acceder es al túnel de la mina. Una puerta con rejas impide el paso a quienes se acercan hasta el lugar, aunque el alcalde asegura que más de una vez se la han encontrado forzada o directamente abierta. La galería ha sufrido desprendimientos y no es segura, pero aun así un equipo de TV3 logró entrar con la ayuda de técnicos para rodar el documental El setè camió, hoy descatalogado. Fue en 2008. En él se puede ver como acceden a la cámara acorazada, de 112 metros cuadrados, para tratar de averiguar qué pudo haber albergado. La solidez del suelo llevó a los expertos a deducir que estaba preparada para cargas muy pesadas, quizás lingotes de oro o plata, pero sus pesquisas quedaron inconclusas.
¿Hubo Oro? ¿Joyas? ¿Cuadros del Prado?
La mina de la Vajol fue uno de los múltiples depósitos que se habilitaron cerca de la frontera con Francia al final de la Guerra Civil, como último refugio –antes de su evacuación– del tesoro artístico español, sobre todo obras del Museo del Prado, y también de las joyas y otros bienes valiosos incautados por la Caja de Reparaciones. Los dos más conocidos fueron el castillo de Peralada y el de Sant Ferran, en Figueres.
No hay ningún inventario sobre qué obras y qué bienes se guardaron en cada depósito. En el castillo de Peralada, por el que pasó también Azaña –allí escuchó por la radio la noticia de la caída de Barcelona–, consta que hubo cuadros y esculturas. Así lo contó en su diario el restaurador Manuel Arpe y Retamino, que improvisó un taller en la cocina, o el propio presidente de la República. “Debajo de nuestro comedor estaban los Velázquez. En un edificio anejo, otro gran depósito. Cada vez que bombardeaban en las cercanías me desesperaba”, relata Azaña.
La angustia del presidente de la República por la suerte de las obras del Museo del Prado es una constante durante su periplo hacia el exilio. A ello se refiere una y otra vez en la carta que envió a Ángel Ossorio en junio de 1939, y que constituye un preciso relato cronológico de los frenéticos días que precedieron al exilio. A falta de documentos, estas memorias son de lo poco que menciona qué se escondió en la Vajol. “En la mina, aprovechando sus instalaciones, y en otras construidas para el caso, estaban depositados los cuadros que no cupieron en el Peralada, y joyas y otros objetos que según me dijo Negrín valían doscientos millones”, anotó Azaña
Desde que se incautaron de la mina, en 1937, el Gobierno mantuvo sus accesos cerrados a los vecinos y custodiados por el cuerpo de carabineros, el más fiel a Negrín. En sus estancias incluso se llegó a instalar, al final de la contienda, el ministro de Hacienda Francisco Méndez Aspe. Para Arturo Colorado, el historiador que mejor ha documentado la epopeya del patrimonio artístico durante la guerra, estos elementos son una señal de que la mina no fue un depósito cualquiera.
Colorado es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y autor del libro Éxodo y exilio del arte, el resultado de su investigación sobre la evacuación de las obras del Museo del Prado y otras piezas como las del Monasterio de El Escorial y otras instituciones religiosas y patrimoniales. Dirigida por la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional, que presidió el pintor Timoteo Pérez Rubio, está considerada como una de las operaciones de salvaguarda del patrimonio artístico más importantes de la historia de la humanidad. “Es una de las secuencias más dramáticas de la Guerra Civil, una auténtica proeza”, considera Colorado. Se refiere no tanto a su salida de Madrid y primer almacenamiento en Valencia, sino sobretodo su evacuación de España al final de la contienda.
Miles de piezas -con más de 500 del museo del Prado- quedaron distribuidas por los distintos depósitos del Empordà. Las Meninas, cuadros de Goya... Una vez pactada in extremis su entrega a la Sociedad de Naciones, en Ginebra, las piezas se cargaron precipitadamente en varios convoyes y se enviaron a cruzar la frontera entre los días 4 y 9 de febrero, sorteando en todo momento los bombardeos de la aviación franquista.
Las indagaciones de Colorado llegan a precisar cuántos camiones salieron de cada depósito durante los primeros días de febrero de 1939. El día 5 fueron 22 convoyes los que salieron desde la Vajol y Peralada y pasaron a través de la Jonquera hasta el Chateau Bardou, en la localidad francesa de Céret. En total, esos días se enviaron 71 camiones con cargamento artístico desde los refugios del Empordà. De ese movimiento dejaron constancia en sus informes los miembros del Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles, que firmó el Acuerdo de Figueres que hizo posible el traslado de las obras hasta Ginebra una vez cruzada la frontera
Los bienes de la Caja de Reparaciones
Una vez más, no hay referencias en los informes del Comité Internacional sobre las obras concretas que pasaron por la Mina Canta, como tampoco hay ninguna otra evidencia documental de que, más allá de piezas artísticas, el búnker de la Vajol llegase a albergar reservas estatales de oro o plata en lingotes, aunque así lo afirmaban durante años algunos vecinos coetáneos de los hechos. Muchos curiosos se han acercado desde entonces a la mina atraídos por ese enigma, por las historias de un supuesto camión extraviado o simplemente por la posibilidad de que los que transportaron las riquezas se dejasen algo por el camino. “A veces te cruzas a por ahí a grupos que van con detectores de metales, pero solo encuentran balas”, comenta el alcalde.
¿Pudo haber lingotes de oro en la mina de Vajol? Es una posibilidad. Lo que es altamente improbable, según Ángel Viñas, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, es que estos fueran de la reserva del Banco de España. “A no ser que se encuentren evidencias de lo contrario, si había oro allí no sería procedente del banco, porque sus reservas se evacuaron a París y a Moscú mucho antes, desde el inicio de la guerra”, resume el autor de Las armas y el oro, entre otras muchas publicaciones sobre la Guerra Civil.
Si la Mina Canta llegó a almacenar lingotes, estos procedían de la Caja de Reparaciones, el organismo creado en 1936 por el Ministerio de Hacienda con el objetivo de incautar inmuebles, vehículos, joyas y otros bienes a los que apoyaron la sublevación de Franco. El oro y la plata de algunas de esas riquezas se fundió para su mejor transporte, y la mayor parte de todos esos bienes pasaron por los depósitos del Empordà antes de embarcarse en el yate Vita en dirección a México.
Se conoce que el Castillo de Sant Ferran de Figueres fue uno de los principales almacenes de estas joyas y reliquias. Los republicanos no pudieron evacuar buena parte ese depósito y se lo encontraron las tropas franquistas al llegar. Con toda probabilidad, la Vajol fue otro de los depósitos de esos bienes de la Caja de Reparaciones, pero en este caso cuando el ejército sublevado llegó a la mina, la cámara acorazada estaba completamente vacía. Solo quedaban dos bolsas sin ningún contenido, según reflejaron en sus informes.
El camión del teniente Blasi
El origen de los rumores en torno al oro en la Vajol tienen que ver también con un supuesto camión extraviado durante la evacuación de febrero de 1939. Pero, de nuevo, no hay evidencias de ello. Sí existió un último camión que, bloqueadas todas las vías de salida, protagonizó una auténtica proeza para trasladar su carga. Sus hombres acabaron salvando el Collado de Lli con las obras de arte a hombros. Ese vehículo estaba conducido por el carabinero leridano Alexandre Blasi Boher.
Varias fuentes históricas se refieren a este camión. Colorado lo recoge en su libro a partir del testimonio de Pierre Schommer, miembro del Comité Internacional, que dejó constancia de un camión que llegó el 10 de febrero por la ruta de montaña. Un relato que coincide con el de la prensa local francesa, que cita a Blasi, aunque no tanto con el de Azaña. En su carta habla de una peripecia similar, pero de “uno de los últimos camiones” que fue “alcanzado por las bombas” y se quedó en España. “Algunas cajas de cuadros, no pudiendo ya utilizarse la carretera, pasaron de la Vajol a Francia atravesando la montaña, llevados a hombros por los carabineros, que trabajaron con tanto tesón como si los cuadros fuesen suyos o los hubiesen pintado ellos”, escribe.
Desde 2017, el misterio del último camión es menos misterio, porque el Museo del Exilio recibió en donación todo el archivo personal de Alexandre Blasi, el carabinero que condujo el vehículo y que, según dejó escrito en su dietario, tenía interlocución directa con los responsables de la mina: Negrín y Méndez Aspe. Miquel Serrano, conservador del museo y uno de los historiadores locales que mejor conoce la mina, explica que los papeles de Blasi todavía no se han analizado a fondo, pero sí se han revisado sus anotaciones sobre esos días y sobre el último camión.
El relato del teniente de carabineros evidencia una vez más el caos que reinó en la evacuación. Viajes entre colapsos a Agullana, Peralada, Darnius… A este último pueblo, donde había patrimonio artístico de la Generalitat, se dirigió el día 8 de febrero con 10 camiones. “Visité el lugar donde estaba el tesoro y comprobé que era inmenso y muy superior a las posibilidades de tiempo y camiones. Seguidamente, empezamos a cargar mientras yo iba a ver el cabo de la división que allí operaba. Los camiones una vez cargados, salían de dos en dos hacia la Jonquera con objeto de formar la caravana allí. Hacia las diez de la mañana [se supone que del 9 de febrero] salíamos con el último camión. Mientras el anterior iba hacia Le Pertús nosotros íbamos a buscar el equipaje a la Vajol. Ya no pudimos volver a la carretera general. Estaba ocupada por los facciosos y nos cogieron el anterior camión a pocos metros de la línea de cresta. En el que íbamos nosotros salvamos el contenido pasándolo por la montaña. Estuve en el Mas Cros [donde se hospedaba] y aunque no me despedí, sabía perfectamente que era mi última visita”, escribe.
Este hombre fue, según su familia, uno de los encargados de la mina, aunque nunca le dio a ello demasiada importancia. Casi un siglo después, el alcalde de la Vajol y los historiadores locales sueñan con homenajear a ese teniente y a tantos otros protagonistas del salvamento del tesoro artístico con un acondicionamiento de la mina que permita visitarla.
Junto a eldiario.es, acude a la visita con el alcalde Ferran Riera, bombero de profesión y autor de la tesis Valorización patrimonial de la mina Canta mediante una propuesta aplicada al turismo cultural. Su propuesta es parecida a la de otras minas visitables en Catalunya e iría acompañada de un centro de interpretación. Pero la capacidad económica del consistorio es reducida. El alcalde estima que haría falta cerca de un millón de euros para llevarlo a cabo, quizás con ayuda de la Generalitat. De lograrlo, el alcalde se imagina cómo una vagoneta introduciría a grupos de escolares túnel adentro, mientras sus compañeros aguardan haciendo cola o merendando bajo un toldo. Bien asegurada la galería, se podría acceder a la cámara acorazada y allí proyectar imágenes de lo que fue el exilio, con suerte alguna de esos días de ajetreo en el búnker de Negrín. Hoy no se conserva ninguna.
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