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La cazadora de las masías, un patrimonio en peligro de extinción: “La mayoría no están protegidas”

Ca l'Amell Gros, una masía de origen medieval en Lliçà d'Amunt (Barcelona)

Pau Rodríguez

27 de agosto de 2021 21:53 h

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Si mon nom saber voleu, Joan Rovira trobareu. Esta inscripción, que en castellano significa “si mi nombre queréis saber, a Joan Rovira encontraréis”, preside el dintel de piedra de la puerta de entrada de Can Paperines, una masía destartalada de Sant Gregori, en el gerundense Valle del Llémena. “¡Vaya cachondo debía ser este Rovira!”, comenta Marta Lloret mientras accede al recinto. Le guían el paso los nuevos propietarios del inmueble, Erica Van Rafelghem y Jordi Roca. Esta pareja acaba de cumplir su sueño: comprarse una finca antigua –concretamente, de 1793– para convertirla en un hogar. El problema es que, a día de hoy, se cae a pedazos.

No es esta la primera ni va a ser la última masía en estado ruinoso que visite Marta Lloret. Ella es técnica en patrimonio en una empresa privada, Antequem, con la que se dedica a la catalogación de todo tipo de edificios. Pero en sus ratos libres es también La caçadora de masies, un alter ego en redes sociales (25.000 seguidores en Instagram y en Twitter) con el que se dedica a retratar y sobre todo divulgar el valor patrimonial de estas casas tan particulares de la zona del Mediterráneo y sobre todo de la Catalunya interior: las masías. Las casas de campo que vertebraron y dieron continuidad a generaciones de familias durante siglos en torno a unas tierras y a un ganado. 

Hoy Lloret está de suerte en su visita a Sant Gregori. Está presenciando en directo el entusiasmo con el que Erica y Jordi le explican sus planes para restaurar la casa, que en estos momentos no tiene techo, ni apenas suelo, ni por supuesto suministros básicos. Can Paperines pasó unos diez años en venta. Antes estuvo décadas sin habitar, incluso se quemó mientras fue almacén de una fábrica cercana.

A la caçadora de masies esta pareja la contactó por Instagram, al ver el debate que había suscitado con sus comentarios críticos con las pocas ayudas públicas que existen para preservar este patrimonio arquitectónico. Y rápidamente se pusieron de acuerdo para verse y compartir su experiencia.

Ahora discuten junto a la arquitecta sobre lo que tratarán de preservar de la antigua construcción. “Es un dilema porque lo dejaría todo, pero a la vez necesitas un mínimo de confort”, comenta Erica, que pone como ejemplo –un clásico, dice Lloret– la escasa luz que entra por las ventanas, pensadas antaño para tener un mejor aislamiento. Sea como sea, tendrán tiempo para decidirlo, comenta la pareja, porque se han dado nueve años de margen para rehabilitarla poco a poco: hay mucho trabajo que hacer y dinero que ahorrar. Hasta le han puesto nombre al proyecto: The 9 year project.

Miles de masías y el riesgo de sus nuevos usos

Hasta mediados del siglo XIX, las masías, con sus usos de vivienda y de explotación agraria, eran omnipresentes en el territorio catalán. Según un análisis a partir del nomencátor de 1860, elaborado por Albert Esteve y Miquel Valls, llegó a haber 19.465, si se suman masías, alquerías, casas de labor, caseríos y otras denominaciones parecidas. Hoy puede que la mayoría estén todavía en pie, pero sin la misma utilidad. Algunas pocas siguen dedicadas al sector primario; otras son viviendas. Y muchas se han convertido en restaurantes, casas rurales, casa de campamentos, chalés y segundas residencias… 

“En la zona del Empordà, igual que en Mallorca, todo son chalés. Y sobre todo de extranjeros. En la comarca de Osona, o en la del Moianès, todavía queda gente que explota los terrenos o, cuando menos, los tiene subarrendados. Y luego están las comarcas de la Anoia, la Segarra… Allí hay muchas casas y muy importantes abandonadas”. Marta Lloret parece tener el mapa catalán de las masías en su cabeza. Son muchas visitas al año, más de una al día.

En sus exploraciones, ya sea por trabajo o por pura curiosidad, se ha llegado a encontrar torres de vigía absorbidas por construcciones posteriores. A menudo da con elementos medievales como arcos, dinteles… Hace unos años, el Ayuntamiento de Teià (Barcelona) les encargó les encargó la documentación histórica de Cal Llibreter, una señorial vivienda del siglo XIX que por entonces estaba a la venta. Tras bucear en los archivos de la Corona de Aragón descubrieron que la pequeña masovería que se levantaba al lado la casa en cuestión ya aparecía referenciada en el siglo XVI. 

“El problema de las masías es que la mayoría no están protegidas. Solo lo están las más emblemáticas y dependiendo del municipio”, se lamenta Lloret. Están catalogadas, pero normativamente solo se suelen proteger elementos de la fachada. “Es el país del fachadismo”, se lamenta esta instagramer y tuitera especializada en patrimonio rural. Muchos de sus “tesoros”, dice, están en el interior. “Yo no lo puedo entender. Quizás unos años nos daremos del error que estamos cometiendo”, añade. 

Entre las razones que se esconden detrás del abandono de estas fincas, la de mayor peso es el cambio de actividad económica. Con la revolución industrial y la crisis de la filoxera muchas quedaron abandonadas. No es lo mismo vivir en una masía como la de Erica y Jordi, a diez minutos en coche de Girona, que hacerlo en medio del monte y tras conducir por caminos rurales. Pero luego hay problemas más actuales. “Lo más habitual es que haya problemas de herencia. Su división suele ser objeto de disputa entre los hijos y, mientras ellos se pelean, la casa se cae a trozos”, comenta Lloret.  A ello se le añade, además, un mercado inmobiliario con precios desorbitados, según compradores como esta pareja de Sant Gregori. 

Por eso se abrió Marta Lloret su cuentasde Instagram hace unos años. Para ella, la única solución para conservar este patrimonio arquitectónico es no ya protegerlo al máximo, lo cual suele traer de cabeza a muchos propietarios, sino incentivar la vuelta a la actividad que los hacía necesarios. “No se da valor a la ganadería, a la agricultura, y es nuestro origen. Aquí solo se enfoca todo al tercer sector”, comenta. Y cierra: “¡Luego querremos comer todos de kilómetro cero!”.

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