Luda Merino: “Los protagonistas de la adopción somos los niños y niñas, no los padres”
Luda Merino nació en Kochenevo, Rusia, el 27 de marzo de 2001. Los primeros meses de su vida los pasó sola en el hospital, y después estuvo en un orfanato. Con tres años, su madre española la adoptó. Desde entonces vive en Madrid. Hace tiempo que se dedica a divulgar sobre el trauma temprano de las personas adoptadas. Primero lo hizo en redes sociales y medios de comunicación, y ahora acaba de publicar un libro autobiográfico, No lo entenderías (Penguin, 2024).
A lo largo de la entrevista, por videoconferencia desde su casa, va enseñando recuerdos y fotografías que guarda de todo su proceso de adopción: una maqueta del ruidoso avión en el que viajó desde Rusia, los libros que su madre compró para hacerlo lo mejor posible y fotografías que muestran momentos significativos de su vida, como su llegada a España con cara de susto rodeada de familiares. “Todos querían conocerme nada más llegar y yo no entendía nada”, bromea.
El motivo para escribir el libro, tal y como cuenta en las primeras páginas, fue la necesidad de encontrar relatos en primera persona sobre adopción. ¿Por qué hasta ahora no se había escrito algo así?
Cuando yo era pequeña y adolescente, mi madre tenía algunos libros sobre adopción bastante buenos, escritos por psicólogos y expertos en el tema, en el que se daban una serie de consejos sobre cómo actuar con tus hijos adoptados. Pero yo no buscaba una guía para padres y madres sobre qué hacer con una niña adoptada, porque la niña era yo. Así que siempre me iba a buscar aquellas partes en las que se daba voz a los niños y niñas, y así era como iba entendiendo lo que a mí me pasaba. Cuando llegué a la adolescencia necesitaba más respuestas, encontrar a personas como yo con las que sentirme identificada, y no las había en aquel momento. Por eso me decidí a escribir lo que a mí me habría gustado leer cuando tenía 15 años.
¿Nos falta escuchar a los niños y niñas que han sido adoptados? ¿Es un relato pendiente de crear?
Afortunadamente, esto está empezando a cambiar, porque el boom de la adopción en España se dio entre los años 1995 y el 2005, así que ahora esos niños ya han crecido y están empezando a contar sus experiencias. Lo más bonito que me está pasando con el libro es que me está escribiendo gente adoptada, o personas que han adoptado niños y niñas, diciéndome que gracias a mi relato están entendiendo cosas de su propia vida.
Su madre escribe en la carta que cierra el libro: “Digo tu libro porque la protagonista eres tú, aunque yo sea una parte importante de tu relato”. ¿Debemos cambiar el foco adultocéntrico para pensar en la adopción como una medida de protección a la infancia, y no como una forma de cumplir el deseo de maternidad o paternidad?
Es que de hecho ya es así, la adopción ya funciona como una medida de protección a la infancia, lo que cuesta más es que la sociedad cambie la forma de entenderla. Algunos padres que quieren adoptar lo hacen por un motivo egoísta, porque quieren ser padres. No lo juzgo ni digo que sea necesariamente malo, pero es así y no debería. Niños y niñas tienen derecho a tener una familia, lo dice la Convención de Derechos del Niño, y el Estado tiene que darles una familia. Los protagonistas en todo el proceso deberíamos ser los niños y niñas, no los padres.
En 2022 se viralizó un hilo de Twitter suyo sobre la disociación del dolor tras la adopción. Explicaba que no lloraba nunca de pequeña, y que eso era consecuencia de que no hubieran atendido sus llantos en los primeros años. ¿Fue esa una de las semillas del libro?
Publiqué aquel hilo como una manera de contar una curiosidad, pero jamás calculé la repercusión que tendría, con cinco millones de visualizaciones y decenas de comentarios. Fue una locura. A raíz de aquello, me llamaron de muchos medios de comunicación y se empezó a hablar del tema. De hecho, yo ni siquiera sabía que lo que me pasaba tenía un nombre, se llama disociación del dolor, y de hecho antes de ese hilo solamente había encontrado un artículo que fue donde me enteré del nombre de lo que me pasaba. Me escribieron muchas personas, recuerdo especialmente a la familia de un bebé adoptado que se había quedado pegado contra una lámpara, se quemó mucho y no lloraba. En mi caso, mi madre me revisaba todos los días en la ducha para ver si me había hecho daño porque nunca me quejaba. Menos mal que no tuve una apendicitis, porque ahí me quedo…
¿En qué consiste esa disociación del dolor?
La disociación es una desconexión del cerebro con lo que ocurre fuera o en tu propio cuerpo. Hay muchas variantes, la que yo tenía es una disociación del dolor, que consiste en bloquear el dolor físico, a veces el emocional, y también otros malestares como el frío o la fatiga. Cuando un bebé llora y nadie le atiende, a la larga deja de llorar porque aprende que no le sirve de nada. Su cerebro desconecta cuando siente dolor.
El primer bloque del libro está dedicado a los traumas, especialmente al miedo al abandono, la disociación y el apego. ¿En qué consiste la famosa “mochila” que llevan las personas adoptadas? ¿Siempre está cargada de cosas malas?
No necesariamente. Por ejemplo, esa disociación del dolor de la que hablábamos es peligrosa cuando no sabes que la tienes, porque puedes estar quemándote o tener una pierna rota y no darte cuenta. Pero cuando lo sabes, aprendes a utilizarlo a tu favor. Por ejemplo, yo en el colegio, en Educación Física, sacaba siempre las mejores notas en las pruebas de esfuerzo porque era capaz de desconectar de la fatiga y el dolor cuando lo necesitaba. Otra cosa a la que he sacado partida es al hecho de que yo no soy capaz de fijar la mirada, porque no lo aprendí. Los bebés aprenden a fijar la mirada por imitación de sus padres o figuras de apego, y como yo no los tenía, cuando me hablaban miraba para otro sitio o incluso me ponía de espaldas. Así que me convertí en una niña muy observadora, porque siempre estaba mirando el entorno, y eso por ejemplo me ha venido muy bien para dibujar. Ya que tengo otras cosas que son una mierda, como el trauma de abandono, intento sacar partido de otras cosas “raras” que tengo y que no son necesariamente malas.
Ese trauma de abandono viene de antes del proceso de la adopción, y usted siempre lo aclara. ¿Por qué las personas adoptadas tienen miedo a que las vuelvan a abandonar?
Es algo completamente irracional. Sabes que tu madre (la adoptiva), tu familia y tus amigos no te van a dejar, pero tu cabeza cree que te puede volver a pasar porque ya pasó. Siempre aclaro que mis traumas no vienen del proceso de adopción en sí, sino de antes, del hecho de que mi madre biológica me abandonara nada más nacer y de mis primeros años en el hospital y el orfanato. Lo único traumático del proceso de adopción en sí es que al niño lo separan de todo lo que conoce. Yo tengo una anécdota de cuando vine de Rusia, que es cuando mi madre me mete en un avión superruidoso –a día de hoy sé que es uno de los que más ruido hace, y que se mueve mucho–, y además sin hablar ruso, que era lo único que yo entendía, le monté una tremenda… no paraba de llorar y de gritar. Tuvo que tranquilizarme una pasajera que hablaba ruso para que pudiéramos despegar.
Otro de los capítulos está dedicado a los mitos que existen sobre el proceso de adopción. Que es caro, que se quiere más a un hijo biológico que a uno adoptado, que los niños se pueden devolver… ¿Cuáles son los más dañinos y que más urge desterrar?
Sin duda el de que los niños y niñas adoptadas se pueden devolver, porque conecta con ese miedo al abandono. A mí me pasó de pequeña, y es algo que ya le he perdonado a mi madre. Tenía siete u ocho años y tuve una de mis rabietas. Monté tal pollo que mi madre ya no sabía qué hacer. Ella siempre se ha informado mucho, pero las situaciones a menudo la superaban. Así que agarró el teléfono fijo del salón y me dijo: “Luda, voy a llamar a Rusia y te devuelvo ahora mismo”. Yo me lo creí, claro, y me eché a llorar. Ella se dio cuenta y enseguida se disculpó; años después supo que es una frase que jamás se debe decir a un hijo adoptado. No somos paquetes de Amazon.
En cuanto a la escolarización, que en su caso fue muy problemática, ¿cuáles serían las claves en la comunidad educativa con respecto a las personas adoptadas?
Lo mínimo que podrían hacer los profesores es intentar entender la situación de los niños y niñas adoptadas y dejar que les aconsejen. Ya no digo que tengan que saberlo todo sobre los procesos de adopción, pero sí deberían al menos tener un poco de cuidado y escuchar a los padres. A mí me pasó en todas las etapas educativas: muchas personas no entendían mis peculiaridades, por ejemplo que habitualmente necesitaba abrazar a los profes por la falta de cariño. Hubo de todo, pero algunos se molestaban mucho con eso.
En otro de los capítulos reconoce que va a pisar varios charcos, pero no se corta en hacerlo. ¿Por qué se posiciona a favor de la adopción de familias diversas, parejas homosexuales por ejemplo?
Siento que es necesario seguir explicando que todo tipo de familias pueden adoptar, siempre que tengan las condiciones para hacerlo. El motivo es simple: si las parejas homosexuales o las personas sin pareja pueden adoptar, habrá más familias disponibles para adoptar niños y niñas. Y esto tiene que ver con lo que hablamos de cambiar el foco, porque supone ver la adopción como una familia para un niño. Cuantas más familias disponibles, mejor: madres y padres solteros, gays, lesbianas… qué más da, mientras sean personas estables. Si la respuesta es sí, si eres idóneo, ¿por qué no?
Usted siempre utiliza el humor negro para divulgar sobre adopción. ¿Por qué?
El humor a mí me ayuda a soltar, a descargar tensión en temas dramáticos. Al final, estoy hablando de cosas que me pican por dentro, y hacer la broma de que mi madre biológica no conocía lo que era un condón, por ejemplo, me ayuda a destensar.
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