Memorias de un forense tras medio siglo detrás de la escena del crimen: “La muerte todavía es un tabú”
Narcís Bardalet acudió a su primera autopsia con 14 años. Fue gracias a su abuelo, que era juez y por quien sentía una gran admiración. Allí empezó una vocación que lo llevó a estudiar medicina y a convertirse en forense. Tras toda una vida detrás de la escena del crimen, Bardalet ha reflexionado mucho sobre la muerte, pero también sobre la condición humana.
La periodista Clàudia Pujol ha recopilado en ‘Els casos més impactants del forense Narcís Bardalet’ (Ara Llibres) medio siglo de profesión que le ha llevado desde practicar autopsias a cadáveres anónimos a embalsamar a personajes ilustres como Salvador Dalí (al que exhumaría también en 2017).
Detrás de muchas muertes se esconden lecciones sobre los aspectos más oscuros de la vida. Por ejemplo, esos impulsos tan primarios que, en ocasiones, están detrás de los crímenes violentos. “La competitividad del mundo de hoy lo ha vuelto todo más agresivo”, apunta Bardalet, que también destaca las drogas modernas como un factor a la hora de explicar los cambios en la criminalidad.
Directora de la revista especializada en historia Sàpiens, Pujol apunta a un aumento de la “complejidad” en la actividad delictiva, que hace que forenses, policías y jueces deban enfrentarse a mayores dificultades para desentrañarlos. Por ejemplo, los delitos contra el medio ambiente o los que ocurren en ese mundo paralelo llamado Internet.
Bardalet coincide con la explicación de Pujol: “Antes los homicidios eran por temas de celos o por la tierra, dos discutían por dónde empezaba su campo y se pegaban un tiro, pero hoy los mecanismos mentales son distintos, más complejos”.
Lo que con el paso de los años no ha cambiado, a juicio de ambos profesionales, es el tabú que mantiene la muerte en nuestra sociedad. “La muerte siempre ha sido un tabú y lo sigue siendo, hay mucha gente que no ha visto nunca a un muerto y sigue teniendo reparo a entrar en un cementerio”, asevera Bardalet, muy conocido en Catalunya por sus apariciones en el programa ‘Crims’ de TV3 y Catalunya Ràdio.
Para Pujol, estos reparos ante un hecho biológico ineludible (aunque ponga fin a la vida) se deben a una “falta de pedagogía alrededor de la muerte”. “Necesitamos más reflexión”, apunta la periodista, que recuerda que el primer impulso tras el fallecimiento de un ser querido suele ser querer enterrarlo rápido, pasar página y “recordarlo en vida”.
De Prim a Dalí
De todos los cuerpos que ha visto, el que más impresionó a Bardalet fue el del general Prim, a quien exhumó para aclarar mediante técnicas más modernas las causas de su muerte en 1870, cuando no se hacían autopsias. “Como me habían enseñado que Prim fue un gran general, me lo había imaginado fuerte y alto, pero no medía más de 1,65. Eso sí, la barba la mantenía muy bien cuidada, lo embalsamaron bien”, recuerda.
Bardalet constató que Prim murió de un disparo, pero quedó marcado por los ojos de cristal que mantenía el general. “Parecía que me estuviera vigilando todo el rato, y yo estaba acostumbrado a trabajar con cadáveres con los ojos cerrados”, rememora Bardalet, que además de ser subdirector en Girona del Instituto de Medicina Legal de Catalunya es pediatra y ha dado clases en la Universidad de Girona.
En el libro, Pujol también repasa cómo, por encargo del entonces alcalde de Figueres Marià Llorca, Bardalet embalsamó a Dalí tras la muerte surrealista del artista del Empordà: su cuerpo estuvo clínicamente muerto durante 20 minutos, pero su corazón estuvo latiendo durante 20 minutos gracias al marcapasos que llevaba.
El forense recuerda que su obsesión durante el embalsamamiento fue mantener para la eternidad la forma característica del bigote de Dalí. Para ello no dejó de recordar durante todo el proceso que la forma del bigote de Dalí marcaba las 10 y 10, como las agujas de un reloj. Y lo consiguió.
Más allá de sus casos más célebres, Bardalet recuerda que el objetivo de la ciencia forense es ayudar a jueces, fiscales y policía a resolver los casos, algo a lo que ha ayudado el desarrollo científico de los laboratorios forenses y las nuevas técnicas de ADN. “Cuando empecé, las autopsias se hacían en el cementerio, como en el medievo”.
Pero su profesión también contiene un lado humano. Además de proporcionar cierto alivio a los familiares del fallecido, hablar con ellos puede resultar fundamental a la hora de identificar un cadáver, ya que proporcionan características físicas o médicas del cuerpo.
Además, en la mayoría de casos, el trato con los familiares les ayuda a empezar a cerrar el duelo. Le ocurrió a Bardalet en el caso de un niño suizo desaparecido en Sant Pere Pescador en 1980 y cuyo caso, tal y como se relata en el libro, se resolvió gracias a la perspicacia y al buen hacer del forense, a quien Pujol describe como “una combinación de Gil Grissom [el mítico forense de CSI Las Vegas] y el detective Colombo”.
“Uno puede pensar que el familiar se derrumbará cuando le comunicas que se ha hallado el cadáver de su ser querido desaparecido y que solo queda identificarle, pero suele ocurrir lo contrario: los familiares, en cierta manera, se tranquilizan y alivian, se acaba su sufrimiento y el pensar permanentemente qué ha ocurrido”, expone el forense.
Lo principal, concluye Bardalet, es hacerse preguntas, de forma que incluso los muertos puedan responderlas: “La ciencia forense no deja de ser una gran manera de curiosear”.
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