Sant Felip Neri se queda con un solo padre tras 340 años en el centro de Barcelona: “Aquí también han querido hacer un hotel”
Escondida entre callejones pero a dos pasos de la Generalitat, el Ayuntamiento y la Catedral se encuentra la plaza Sant Felip Neri. Al igual que todo el centro de Barcelona, la pequeña plaza pierde habitantes, que ya se pueden contar con los dedos de una mano. Uno de ellos es el padre filipense –'felipó', en catalán– Antoni Serramona, que lleva desde 1967 en la Congregación del Oratorio que da nombre a la plaza y ha pasado de convivir con otros once miembros de la comunidad a quedarse solo en “la casa”. Su Prepósito es el padre Ferran, de la Congregación de Gràcia, que el año 2018 asumió el cargo.
A diferencia del resto de casas religiosas de Barcelona, que han cambiado de ubicación una o varias veces a lo largo de los siglos, la comunidad del Oratorio de Sant Felip Neri lleva desde 1678 en el mismo convento, con las únicas interrupciones de la Guerra del Francés y la Guerra Civil. El P. Serramona no se ve viviendo en otro lugar. “Mantengo todo lo que he recibido”, expresa el clérigo.
Las paredes de Sant Felip Neri enseñan historia desde la fachada, que mantiene las cicatrices del bombardeo de la aviación fascista italiana del 30 de enero de 1938 y que provocó una de las matanzas más crueles de Barcelona. En los últimos años de la dictadura, explica el padre, las autoridades propusieron restaurar la fachada, pero la comunidad decidió mantenerla tal y como estaba “para conservar para las generaciones futuras la memoria de la guerra”.
Además de destrozar dos casas de la plaza, una de las bombas cayó en la sacristía de la iglesia, causando el derrumbe del refugio donde se resguardaban una cuarentena de niños y niñas, la mayoría provenientes de zonas ocupadas por las tropas franquistas y que durante los primeros años del conflicto vivieron en el refugio situado debajo de la sacristía de la iglesia. Cuenta Serramona que las marcas del bombardeo permanecieron incluso en el crucifijo del altar mayor de la iglesia: años después, su restaurador encontró metralla incrustada debajo de la pintura.
Si bien los padres tuvieron que esconderse por miedo, durante los primeros compases de la Guerra Civil, la iglesia de Sant Felip no fue asaltada ni quemada por los anarquistas, al contrario que otros templos de Barcelona. Los motivos fueron su proximidad a la Catedral y a la plaza Sant Jaume y porque en los primeros días de la contienda los jóvenes 'escolans' de la iglesia taponaron con cera en las cerraduras para bloquearlas. Así se lo contó al P. Serramona, Ramon Valero, uno de aquellos 'escolans'.
Ello no ha evitado las versiones que nada tienen que ver con la realidad. El relato oficial (y falso) franquista aseguró que las marcas de la fachada eran fruto del fusilamiento de religiosos. Después circuló lo contrario, hasta llegar a nuestros días, tal y como Serramona pudo escuchar de un guía turístico. “Le dijeron a un grupo que Franco en la guerra fusiló a los niños de esta escuela, lo que es anti histórico, porque por entonces no existía ni plaza, ni escuela, ni niños”, recuerda el padre. El centro educativo, que sigue en la plaza a día de hoy, no se fundaría hasta 1959.
Las incongruencias de ciertos guías turísticos que Serramona ha escuchado a pie de plaza no se limitan al periodo de la Guerra Civil. “También contaban a los turistas que Antoni Gaudí se volvió tan beato que iba a misa dos veces al dia: por la mañana en Gràcia y por la tarde aquí en Sant Felip Neri. Es otra trola: no se celebraron misas vespertinas, hasta el Concilio Vaticano II [que terminó en 1965]”. Sí es cierto que fue bajando a Sant Felip Neri una tarde del 7 de junio de 1926 cuando el célebre arquitecto fue atropellado por un tranvía en el cruce entre la calle Bailén y la Gran Via. El confesor de Gaudí era el padre de Sant Felip Neri Agustí Mas, Prepósito de la Congregación, quien sería asesinado en marzo de 1937 tras ser descubierto en su escondite de la cercana calle dels Arcs.
La relación de un personaje tan religioso como Gaudí con Sant Felip Neri no se limitaba a su confesor. Dos padres de la comunidad le asesoraban sobre temas litúrgicos relacionados con la construcción de su obra más conocida, la Sagrada Familia, y también musicales. Quizás por este motivo el san Felipe de los dos grandes lienzos de la iglesia (1901 y 1902), obra del pintor Joan Llimona, guarda un parecido más que razonable con el genio de Reus. No en vano la comunidad de Sant Felip Neri era conocida entonces como el 'pequeño Montserrat', por ser un espacio de oración, música religiosa y canto de la Capella Oratoriana del 'mestre' Lluís Millet, formada por un grupo de 'cantaires' del Orfeó Català, sobre todo, para los oficios de Semana Santa.
Así procura que siga siendo el P. Serramona, que tras el primer estado de alarma de la pandemia actual retomó, junto al organista del templo, Bernat Bailbé, los ciclos de conciertos que desde hace más de 20 años organiza la Congregación. Para esta Cuaresma se ha querido –“como no podía ser de otra forma”, apunta el padre– que el ciclo versara sobre la pandemia combinando los conciertos con la lectura del libro de las Lamentaciones del profeta Jeremias. “Se trata de ofrecer un rato de solaz y de sosiego en el corazón de la ciudad”, resume Serramona, que en paralelo también anima con la Fundación Montserrat Torrent la finalización del gran órgano barroco, que llevará el nombre de la organista catalana de 95 años y prestigio internacional.
¿Y el futuro de la casa? “La pandemia no ayuda”, concede Serramona, que destaca los “muchos pretendientes” que ha tenido Sant Felip Neri. “Aquí también han querido hacer un hotel”, rememora Serramona, aunque finalmente sus promotores renunciaron a los proyectos porque las pequeñas habitaciones de los doce padres no garantizaban la rentabilidad de los establecimientos. La austeridad es una de las marcas de la casa: Serramona recuerda que, cuando eran doce padres en la comunidad (las Congregaciones no han de ser numerosas), en las comidas solo estaba permitido hablar el día de San Felipe y la noche del día de los difuntos.
Pero también está la relación con la Iglesia: cabe recordar que los filipenses son clero secular pero no dependen jerárquicamente del arzobispado, sino que son Congregaciones autónomas, con supervisión de un delegado de la Santa Sede. El derecho canónico les define como una sociedad de vida apostólica, es decir, clérigos seculares de vida común sin votos.
Al P. Serramona le gustaría que viniera algún oratoriano de otra Congregación –hay unas 70 en todo el mundo; en España las únicas algo más numerosas son las de Alcalá de Henares y Sevilla, siendo la de Barcelona la decana–. Pero su propia democracia interna es su propia debilidad: no hay superior general, no hay votos y por tanto nadie puede ordenar a un padre trasladarse a otro oratorio.
“Hay que repensar el sentido de una Congregación ubicada en una ciudad como Barcelona, donde la gente va desapareciendo del centro pero no se mueven los edificios ni las instituciones histórica. De la misma forma que la Confederación se plantea el proceso para nuevas Congregaciones, insisto en que debe plantear cómo y cuándo debe proceder a mantener las históricas”, reflexiona el P. Serramona tras más de medio siglo en Sant Felip Neri. “La ciudad, el barrio, ha cambiado mucho, pero, de momento, aquí me quedo”, agrega, dispuesto a intentar crear “un tipo de presencia nueva, creativa en la pastoral de las grandes ciudades”, aunque consciente de los límites y las posibilidades de su propuesta. “¡Ya no depende de mí!”, concluye Serramona, rodeado de historia.
3