Viqui Molins: “Salir de la pobreza es más difícil con la precariedad laboral y el precio de la vivienda”
Viqui Molins (Barcelona, 1936) se sienta en uno de los bancos de la nave central de la iglesia Santa Anna, en el centro de Barcelona, para charlar sobre su labor de asistencia a los más desfavorecidos desde que aterrizó en el Raval a mediados de los 80. Tras tres décadas trabajando con los sin techo y las prostitutas del centro, esta monja teresiana, de 83 años, se ha convertido en una cara ya emblemática de las reivindicaciones vecinales de los barrios céntricos de la ciudad.
“Esta ciudad se ha vuelto más para los de fuera que para los de dentro”, lamenta esta mujer, implicada desde hace unos años en el Hospital de Campaña de la iglesia Santa Anna, que da comida y cobijo a los sin techo de la ciudad. Entre ellos, se cuentan cada vez más jóvenes migrantes y extutelados, e incluso algunos menores de edad que se escapan de centros de acogida o que nunca han llegado a entrar en ellos.
¿Qué es el Hospital de Campaña?
Lo hicimos hace unos tres años desde que el Papa Francisco, siempre detrás del problema de la desigualdad, lanzó una idea: si las iglesias de los centros de las ciudades se han convertido en museos, con muchos turistas, ¿por qué no hacemos que en cada ciudad haya una que sea un hospital de campaña para emergencias? Aquí no solucionamos las cosas, pero hacemos una primera acogida para luego derivarlos. Algunos de los que vienen están tan mal que necesitan ayuda para ir a servicios sociales. Hasta ahora eran sobre todo personas mayores que viven en la calle y jóvenes en situación de drogoadicción, pero ha ido variando.
Ahora atienden a muchos jóvenes migrantes extutelados o incluso a menores.
Vienen algunos de los que están abandonados por la ciudad. Y muchos de ellos se dedican al robo, pero no les culpo. De algo han de vivir y no saben ni el idioma. Es un descalabro terrible. Este es un trabajo que no tenemos por qué hacer, y llamamos a la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA), pero nos dicen que no tienen sitio. O que los niños se escapan. A la Generalitat le pedimos al menos que nos envíe educadores de calle que atiendan a estos chicos.
¿Qué piensa cuando ve escenas como la de El Masnou, con protestas e intentos de asalto a centros de menores extranjeros?
Es que la raíz del problema no es la falta de seguridad, aunque esta existe. El tema es que si tienes a un niño de 15 años sin familia, suelto, acabará robando para sobrevivir. La fobia contra los marroquíes se crea porque no se va a la raíz. Yo siempre digo: una cosa es abrir las puertas y otra acoger. En España no acogemos. A lo sumo abrimos las puertas. ¿Qué dirías tú de una familia que abre las puertas de su casa y luego deja a los chavales en el vestíbulo sin siquiera un vaso de agua?
Usted lleva más de 30 años trabajando en el Raval, un barrio del que se dice que se ha degradado y que, en cuanto a inseguridad o consumo de drogas, ha retrocedido a niveles de los 80. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación?
No es que haya más droga, por ejemplo, la hay de otra forma. Desde el 84 he visto la evolución del Raval y entonces la droga dura llevaba acarreado el problema de que no se había avisado de que podías contraer el sida. Entonces veíamos imágenes de gente cayéndose por la calle y que se morían. Afectaba a la salud pública de una forma que no se ve ahora, que se ha sofisticado más. Hay más cocaína que heroína. Esto ha ido pasando poco a poco, pero hay un problema fortísimo en la ciudad, que es el de la vivienda. La libertad terrible, la falta de control, la especulación...
¿Cree que esto ha agudizado la situación de pobreza de muchas familias?
Lo primero de todo es tener un piso. Tú empiezas a arreglarte cuando tienes un piso y un trabajo, pero el problema de la vivienda es gravísimo. Y ahora hay pobres que viven además en la precariedad laboral. Si tienes un salario mínimo, antes alquilabas una habitación para vivir por 100 o 150 euros. ¡Pero es que ahora te cuesta 400 o 450! Y te piden avales y pagar dos o tres meses para empezar. Es un pez que se muerde la cola: no te dan trabajo porque vives en la calle, y vives en la calle porque no te dan trabajo. En estos momentos los servicios sociales no dan abasto.
¿Algunos de los sin techo que acuden a su parroquia tiene trabajo?
No. Lo que sí hay es gente que acaba de empezar y viene a pedir una primera ayuda hasta que pueda encontrar una vivienda. Alguna vez les hemos anticipado lo que les piden por una habitación y que nos lo paguen con el primer sueldo.
Hablando de vivienda, ¿qué le parece que cada vez se den más casos de fondos de inversión y bancos que compren bloques enteros en el centro de la ciudad para rehabilitarlos y ponerlos más caros en el mercado?
Esta es una de las cosas que siempre denuncio. ¿Qué pasa cuando ves un cartel que dice “compro todo el edificio y pago al contado”? ¿Quién puede comprar así? Estos señores o empresas no se sabe quién son porque no dan la cara... El que va a ver a los vecinos suele ser el administrador, que va allí a decir que van a hacer unas reformas y que van a triplicar la mensualidad. Esto está pasando a diario. También hay pisos con hacinamiento con tres o cuatro familias. Estamos en un momento muy duro, y de este problema de la vivienda deriva el de los sin techo. Barcelona se ha vuelto una ciudad más para los de fuera que para los de dentro.
¿Es más difícil hoy salir de la pobreza que hace años?
Sí. Por la precariedad laboral y por el problema de vivienda.
¿Qué les diría a Pedro Sánchez, Quim Torra o Ada Colau si entrasen por la puerta de la parroquia?
Que lo que aquí hacemos es como poner un parche. El remedio es ir a la raíz de la pobreza, y esto pasa por preguntarse de entrada qué pasa con la vivienda.
Usted ha trabajado durante años con otro perfil de personas a menudo en riesgo de exclusión, las prostitutas. Hay de nuevo ahora el debate sobre si debería ser una actividad regulada o si se debería abolir. ¿Cómo lo ve usted?
Hay que regularlo.
¿Por qué?
Bueno, primero lo que hay que hacer es ir contra las mafias. A mí no me gusta la prostitución porque es vender el cuerpo, pero si una mujer decide hacerlo, que tenga seguridad. ¿Qué pasa también? Que tengo algunas amigas ya viejitas que no han tenido nunca seguridad social y que ahora están muy mal, con una paga mínima. Tienen una vejez muy mala. No es que yo apruebe la prostitución, para mí es denigrante, pero si lo han elegido... Y más denigrante es estar sometida a una mafia.
Usted dijo en una ocasión que si el Papa conociese a alguna de las trabajadoras sexuales con las que usted ha estado, entendería la importancia de los anticonceptivos.
Y creo que este Papa lo entendería. Para mí, es maravilloso que el acto sexual sea fruto del amor, pero hay personas a las que esta idea no llega. Las Hermanas Oblatas tienen un espacio en el que pueden ir a buscar preservativos [en referencia a las trabajadoras sexuales]. Queremos preservarlas del contagio de enfermedades.
Y sobre el derecho al aborto, ¿qué opina?
Que estoy bastante en contra, porque he conocido el sufrimiento de algunas mujeres después de haber abortado. A una mujer que quiera abortar le diré que no lo haga, pero si se empeña, la acompañaré para que lo haga bien. Para mí, el aborto es siempre un descalabro para el niño que muere y para la madre.
Del mismo modo que cree en la libertad de la mujer para ejercer la prostitución pese a que lo desaprueba, ¿no piensa lo mismo sobre el aborto?
No estoy de acuerdo en que sea libre en este caso. Amo mucho la vida.
Por último, usted que ha sido crítica con algunos aspectos de la Iglesia, ¿cómo ve que hayan silenciado en muchos casos abusos sexuales a niños y niñas?
Que lo hemos hecho muy mal hasta ahora. Indulgencia mínima. Que paguen todos. Se ha hecho mal escondiéndolo. Ha sido un problema de abuso de poder, sobre todo, y de mala formación sexual y afectiva de los noviciados. Era una formación muy mala que escondía cosas, y los que hemos salido bien ha sido porque nuestra inteligencia nos ha dado para olvidar las tonterías que nos dijeron.