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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Los estados emocionales de la crisis climática

Chorros del Río Mundo en Riópar (Albacete)
22 de marzo de 2023 06:01 h

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Aristóteles definió al ser humano como el único ser racional. Descartes dijo: “Pienso, luego existo”. Más tarde Kant afirmo, “Atrévete a pensar”. Y la Ilustración consiguió encumbrar a la razón a fundamento y causa original de todo conocimiento. De esta forma las emociones se han mantenido en el pozo del olvido científico durante más de 2000 años. Afortunadamente los avances en la ciencia están sacando a las emociones de este pozo. Antonio Damasio, brillante neurocientífico, nos enseña que las emociones están en la base de todo conocimiento y que el cerebro trabaja manejando todos los datos de manera interconectada. De hecho, los últimos estudios evidencian que las emociones guían las conductas, trazan los caminos que conforman las maneras de pensar, de reaccionar, de tomar decisiones y de vincularnos con el mundo. Son las emociones las que nos acompañan en el modo que tenemos de habitar el mundo. Un mundo cambiante que nos sumerge ahora en una de las más potentes pesadillas, la de un planeta en calentamiento con cada vez menos margen para la civilización actual.

En estos momentos de incertidumbre ante el futuro, las investigaciones del premio Nobel D. Kahneman junto a A. Tversky acerca de los procesos de toma de decisiones, pueden ser de gran ayuda. Al estudiar el comportamiento humano obtienen datos que no corroboran la teoría tradicional de que las personas siempre actúan sopesando todas las opciones y eligiendo aquella que más beneficios le reporte. Por el contrario, sus investigaciones evidencian que el pensamiento humano es menos racional y más intuitivo de lo que se creía. Descubren que hay un sistema de pensamiento voluntario, intencional pero que requiere mucho esfuerzo y recursos mentales y un segundo sistema, intuitivo e involuntario que de manera automática emerge en las mentes. Estos heurísticos o atajos mentales para tomar decisiones se encuentran plagados por sesgos cognitivos, que no son otra cosa que alternativas que se han seguido en el pasado y que se siguen para resolver situaciones nuevas. Estos heurísticos dan lugar a formas de actuar mecánicas e inconscientes ligadas más a los contenidos emocionales que a una verdadera deliberación racional. 

Sabemos, conocemos y tenemos los datos: la crisis climática ha sido ocasionada por los comportamientos y las actividades que durante siglos ha mantenido el ser humano. Pero no tenemos casi datos de cuáles son las emociones que amparan a estos estilos de vida y cómo se conectan con las acciones pro-ambientales. ¿Pueden predecir las emociones los comportamientos relevantes para el medio ambiente?, ¿Qué emociones nos relacionan con el cambio climático? Emociones que nos llevan a tomar decisiones diariamente, que nos generan diversos estados de ánimo, que influyen en nuestra salud, que impactan la economía o que llevan al activismo social.

En un estudio inédito y preliminar (ver nota al pie), se diseñó un cuestionario para profundizar en las emociones relevantes y descubrir de qué pensamientos y conductas se acompañan. 

La muestra estaba compuesta por un total de 25 personas. El 56% fueron mujeres. El porcentaje mayoritario de participación por edad, un 48%, lo compusieron las personas de entre 45 a 64 años. Según los estudios finalizados el 44% de la muestra dijo estar en posesión de una titulación universitaria. También se recogieron datos por ámbitos de trabajo, siendo el mismo porcentaje, 44% las personas que decían trabajar en la administración pública o para empresas privadas. Los ingresos mensuales se tuvieron en cuenta, estando representados de un 20 a un 25% todos los tramos de renta desde 1000 euros a más de 2500 euros al mes.

En este estudio, la emoción más frecuente fue la tristeza. Hasta un 72% de las personas entrevistadas, dijeron sentirse tristes cuando piensan en el cambio climático. Le siguen la impotencia, el enfado, la preocupación, la esperanza, la rabia, la frustración, el miedo, la decepción, la culpa y la indignación. Once emociones que pueden tener una influencia decisiva en cómo se siente y cómo se piensa el cambio climático. Así mismo se observa que el sexo, el nivel de ingresos y la edad modulan la capacidad y enmarcan las normas de lo que es permitido, apropiado o más frecuente sentir. Las mujeres entrevistadas dicen sentirse mayoritariamente esperanzadas, mientras que menos del 30% de los varones nombra este sentimiento. La esperanza es una convicción que indica que la meta deseada puede ser alcanzada en algún momento. Poseer esperanza en la tecnología, la educación o la juventud parece ser imprescindible para mantener el compromiso con un futuro habitable.

La tristeza es un sentimiento que refleja la pérdida de algo insustituible, de valor incalculable. La tristeza, se relaciona con el dolor, con la resignación y la depresión. Hay que decir, que es un paso necesario para evaluar y afrontar la nueva situación que se vive, pero queda muy lejos del impulso necesario para emprender acciones a favor del planeta.

Se observa una tendencia a sentir más miedo cuanto menor es el nivel de ingresos de las personas entrevistadas. El miedo cumple una función esencial ya que previene del peligro que amenaza la supervivencia. En este sentido, el cambio climático representa un miedo existencial cuyas causas se encuentran enraizadas en la proyección que se hace del futuro. Las personas entrevistadas dicen sentir miedo “a dejarles a nuestros hijos un futuro incierto”, a los impactos que las alteraciones del clima tienen sobre la salud y a la percepción de desprotección por parte de las instituciones y gobiernos. Este resultado podría estar relacionado con las investigaciones que sugieren que aquellas personas que cuentan con menores ingresos y por tanto también con menores recursos a su alcance para disponer de soluciones muestran emociones más intensas.

El enfado fue una emoción nombrada por el 56% de las personas entrevistadas. Este resultado nos informa de que un objetivo importante para la persona ha quedado bloqueado y de que las dificultades para conseguirlo se agrandan. Las actitudes pasivas, negligentes e indolentes de los Estados y Organismos Internacionales son las principales causas del enfado. Los datos sugieren que con la edad, el enfado y la preocupación aumentan. Varias investigaciones han comprobado que cuando se percibe que el cambio climático tiene impactos directos en la vida diaria, las emociones más difíciles de gestionar como el miedo, la tristeza o el enfado aumentan.

Los datos indican, sin embargo, que son las personas que manifiestan emociones como la preocupación, el enfado, la rabia o la indignación las que hacen compromisos de mayor envergadura con las practicas individuales de protección al medio ambiente y son las que apoyan políticas de mitigación del cambio climático con mayor determinación. Las emociones y tendencias de acción que han surgido de la investigación necesitan de un trabajo con capas más amplias de la población que incorporen una mayor diversidad de perfiles sociales, económicos e ideológicos. De esta manera se podrían describir con mayor precisión los estados y disposiciones emocionales que prevalecen con el objetivo de apoyar las intervenciones tanto de adaptación como de mitigación del cambio climático.

La inteligencia emocional puede proporcionar el marco en el que organizar las respuestas emocionales, ya que, si bien no hay unas emociones mejores que otras, si hay emociones que pueden ser más adaptativas que otras y que pueden conducir a tomar mejores decisiones. Mayer y Salovey definen la inteligencia emocional como una habilidad que permite incorporar las emociones para mejorar el pensamiento y también la acción. De este modo se facilita la adaptación a las condiciones y situaciones de vida personales. Ser consciente de la conexión que existe entre las emociones, los pensamientos y las acciones, según la teoría de la inteligencia emocional, se relaciona con la capacidad de gestionar los problemas y superar las ambigüedades de la civilización occidental. Reconocer y aprender de nuestras emociones climáticas, transitar a través de ellas los malestares y comprender de dónde vienen y a dónde nos llevan es una manera de cultivar las habilidades que subyacen al bienestar emocional.

Descubrir y analizar los vínculos de las emociones con las acciones relacionadas con el cambio climático es también una obligación de las instituciones. Facilitar las transiciones y acabar con los dilemas que atraviesan a la ciudadanía es una tarea pendiente de administraciones y gobiernos. Enriquecer a estas organizaciones con mejores habilidades emocionales solo puede desembocar en un proceso de concienciación hacia la necesidad indispensable de los cuidados. La responsabilidad de acción conjunta, solidaria y colectiva tiene que conducir a elevar los niveles de bienestar físico y mental de todas las partes implicadas, no solo de unas pocas de ellas. La acción individual es imprescindible, pero debe ser impulsada por políticas firmes que permitan restituir el equilibrio del planeta y todas sus formas de vida.

Cada vez con más frecuencia se escucha y se lee sobre el concepto de ecoansiedad. La ecoansiedad es el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones. Más de la mitad de los niños y jóvenes menores de 25 años sufren emociones negativas con respecto a la crisis climática, y más del 45% de ellos asegura que esos sentimientos afectan negativamente a su vida diaria

La ecoansiedad está muy ligada al concepto de solastalgia, entendida como el conjunto de trastornos psicológicos que se producen en un individuo o una población tras cambios destructivos en su territorio. La solastalgia, que revela nuestra estrecha conexión con el medio ambiente, afecta a personas que ya han padecido las consecuencias de un desastre natural y que, como revelan diversos estudios, tienen por ello un 4 % más de posibilidades de padecer una enfermedad mental y de sufrir cuadros de estrés postraumático o depresión.

Los efectos de la ecoansiedad pueden abordarse buscando la parte positiva ante las circunstancias, trabajando la regulación emocional de los impulsos propios y desarrollando resiliencia para afrontar adversidades. Es clave pasar a alguna forma de acción, empezando por conocer los problemas ambientales, y por concienciarse y concienciar a los demás. Importante entre las soluciones está revisar nuestro modo de vida, buscando la sostenibilidad ambiental de nuestras actividades. Reducir el consumo, reciclar, hacer una vida sana, con una dieta saludable y apostando por la movilidad, recoger basura y un largo etcétera que la mayoría conocemos bien. Para gestionar las emociones generadas por el cambio climático en positivo no podemos quedarnos quietos y esperar. Hay que pensar y hacer. Solo sentir, puede ser letal.

La inteligencia emocional ayuda a lidiar con las emociones intensas y muchas veces desagradables que la información sobre la emergencia climática genera y a amortiguar la incertidumbre sobre los cambios que se deben implementar en los estilos de vida para alcanzar un mundo sostenible. Es indispensable una educación sentimental y emocional para transformarnos y transformar la sociedad en una más justa, que tenga en consideración a todos los seres vivos del planeta y que permita cambiar su rumbo de colisión con los límites planetarios. Indispensable para que salga lo mejor de cada uno de nosotros mientras tiene lugar ese cambio ineludible.

Nota. Los resultados presentados forman parte del trabajo fin de master “Las emociones en el contexto de la crisis climática” realizado por Carolina Belenguer Hurtado en 2022 dentro del Master Inteligencia Emocional: estudio científico desde la Psicología, la Neurociencia y la Salud, impartido por el Instituto Psicobiológico de la Universidad Isabel I.

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