Espai que combina l’actualitat al voltant de les polítiques de les administracions valencianes en matèria de memòria democràtica i exhumació de fosses amb continguts més especialitzats sobre la història de la repressió franquista i els avanços en les investigacions acadèmiques. Reportatges, entrevistes, actualitat, opinions, informació sobre recerques universitàries o publicacions...
Una placa del Ayuntamiento de València para recordar la represión “misógina y patriarcal” a las presas políticas del franquismo en la cárcel de mujeres
Los alumnos que entran de uno en uno y con mascarilla al colegio público 9 d'Octubre, en la calle de la Democracia número 32 del barrio de La Petxina de València, no saben que su centro educativo fue una cárcel de mujeres en la dictadura franquista. “Cuando entramos aquello estaba llenísimo de gente; para pasar teníamos que ir pisando cabezas y pies; los pasillos, las habitaciones, todo estaba lleno”, le contó Ángela S. a la militante comunista Tomasa Cuevas en su monumental libro Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas (Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2004). Josefa B. cuenta en el mismo libro su experiencia en la prisión durante cuatro años y medio: “Estábamos muy mal; pasaban las ratas por encima de nosotras, comíamos las habas llenas de gusanos y nos daban muy mal trato”.
Ocho décadas después de la caída de la ciudad a manos del franquismo, el Ayuntamiento de València instalará una placa conmemorativa el próximo 14 de octubre en un acto al que asistirá el alcalde Joan Ribó. La iniciativa parte de una grupo de expresas políticas que cumplieron condena en la tétrica cárcel por defender la democracia.
La socióloga Lucila Aragó, una de las impulsoras de la iniciativa, explica que la placa conmemora el tormento de miles de presas políticas antifranquistas pero también de las mujeres que cumplieron penas de prisión por la discriminación de la legislación franquista. A Aragó, que estuvo presa dos meses en 1975 tras haber sido detenida por militar en la izquierda radical antifranquista, la cárcel de mujeres le recordaba a los internados de las monjas: “Era todo bastante cutre”.
La impulsora revisitó el antiguo espacio carcelario con Judith García, también presa política e hija de histórico abogado comunista Alberto García Esteve. A ambas les sorprendió que el colegio no contaba con ninguna placa conmemorativa o explicativa sobre la historia del edificio. En una cena con Carmen Pérez Navarro, detenida el Primero de mayo de 1969, decidieron movilizarse para conseguir que las instituciones públicas espabilaran y colocaran una placa como han hecho en otros puntos vinculados a la memoria democrática (masculina) de la ciudad, ya sea en la antigua prisión de Sant Miquel del Reis, hoy en día sede de la Biblioteca Valenciana, o en la Prisión Modelo, reconvertida en la Ciudad Administrativa de la Generalitat Valenciana.
Tras meses de reuniones con representantes públicos de la Generalitat y del Ayuntamiento de València y de pasar de ventanilla en ventanilla en el laberíntico mundo de la burocracia institucional, las impulsoras han conseguido que el consistorio instale finalmente la placa conmemorativa en un acto al que está prevista la asistencia de la vicepresidenta del Consell, Mònica Oltra, y del alcalde Joan Ribó.
La prisión provincial de mujeres, un edificio construido en 1925 en el solar de un antiguo hospital, se saturó con el ingreso de 1.486 presas entre abril y noviembre de 1939. Ana Aguado, catedrática de Historia Contemporánea de la Universitat de València (UV), defiende que una de las características que se suele olvidar del régimen franquista fue su carácter “misógino y patriarcal”. “En el caso de las mujeres hay una represión específica con carácter político y de género, que viene de la propia ideología franquista”, declara Aguado a este diario. En el “modelo ideal de feminidad” del franquismo las mujeres republicanas y rojas eran el “antimodelo” por antonomasia, a las que las teorías del psiquiatra franquista Antonio Vallejo Nágera adjudicaban un carácter demoniaco y esquizofrénico.
Los castigos a las presas denotan esa especificidad represiva de género: fueron obligadas a lavar y barrer en prisión (e incluso en la calle tras haber sido puestas en libertad) y, en algunos casos, les raparon el pelo “para estar marcadas y como forma de avergonzarlas públicamente ante toda la comunidad”, apostilla Aguado. Ángela S., una de las mujeres valencianas que prestó su testimonio para el libro de Tomasa Cuevas, ingresó en la “celda de madres” de la prisión provincial, que “en principio era para cinco personas, y cuando entramos la tía y yo éramos cuarenta y dos”.
La historiadora Vicenta Verdugo, una de las máximas especialistas sobre género y represión franquista en el País Valenciano junto a Ana Aguado y a la investigadora Mélanie Ibáñez, ha estudiado en profundidad los expedientes penitenciarios de las presas políticas de la dictadura en la posguerra. En la cárcel provincial “mujeres con niños eran internadas en condiciones infrahumanas y la tuberculosis y las plagas de chinches se extendían por toda la prisión”, ha escrito Verdugo, coordinadora de la guía didáctica Mujeres y represión franquista (PUV, 2017).
Las investigadoras, integrantes del Aula de Historia y Memoria Democrática de la UV, han rescatado las principales fuentes documentales en archivos y también las fuentes orales de las presas políticas encarceladas en la prisión provincial. A los testimonios de las presas recogidos por Tomasa Cuevas se suman las memorias que escribió Ángeles Malonda, farmacéutica de Gandía, sobre el calvario que vivió en la posguerra. “No se necesita gran imaginación para comprenderlo, pero cualquier descripción que pudiera hacerse quedaría muy por debajo de la lamentable realidad”, escribe Malonda en Aquello sucedió así (PUV, 2015) en referencia a la prisión.
Durante toda la dictadura la cárcel para mujeres del barrio de la Petxina estuvo en activo (cerró en la década de 1980). Varias generaciones de luchadoras antifranquistas fueron recluidas en la prisión, a tiro de piedra de la Cárcel Modelo. La pintora Jacinta Gil Roncalés, detenida por la Brigada Político Social en 1962, describió así su celda en Condenada por pensar. Testimonio de una presa política (Obrapropia, 2013): “Había un wáter sin tapadera y con la cisterna estropeada. Un pequeño lavabo con algunos desconchados, con dos grifos, de los cuales sólo funcionaba uno, para el agua corriente. El resto, de una absoluta desnudez; ni una silla, ni una mesa de noche. Nada de nada”.
En la década de 1970 llegaron las antifranquistas más jóvenes, víctimas de la incansable represión de la dictadura. Lucila Aragó aún recuerda el dormitorio colectivo en el que compartió celda con una docena de presas del FRAP, del Movimiento Comunista y de la Joven Guardia Roja. “Éramos un grupo bastante numeroso y nos dábamos mucho apoyo mutuo; era un ambiente muy hostil pero, dentro de lo que cabe, no era nada comparado con aquellos primero años de posguerra”, dice Aragó, quien añade: “Recuerdo que algunas mañanas cuando teníamos que limpiar había una ventana que si me ponía de puntillas veía el río y algún coche o autobús. Hay vida ahí fuera, recuerdo esa sensación tan tremenda de pensar que la libertad está ahí pero eres completamente ajena a ella”.
El próximo 14 de octubre varias generaciones de mujeres antifranquistas por fin tendrán una placa conmemorativa en el lugar donde fueron encarceladas por combatir a la dictadura.
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