Cuento de Navidad
El 1 de enero de 2015 Venancio tropezó con un adoquín mal encajado en la Plaza del Ayuntamiento cuando iba a dar de comer a las palomas como cada día. A causa del tropiezo y el consiguiente golpe en la cabeza, ha estado casi un año en coma. Después de pruebas y un periodo de observación, el 2 de enero de 2016, recibe el alta.
A Venancio, que no le gustan los cambios, decide que nada va a variar en su vida. Por eso, la mañana del día 3 se dirige, como si ese año perdido en una cama de hospital nunca hubiese existido, a la Plaza, con su bolsa de miguitas de pan. Cuando se sienta en el banco, se da cuenta de que alguna gente se congrega bajo el balcón del Ayuntamiento. Cree divisar arriba a unas señoras con trajes de colores que deben ser falleras, pero como su vista ya no es lo que era, se acerca para verlas mejor. Cuando llega, descubre horrorizado que las Navidades tampoco son ya lo que eran, porque esas tres mujeres son las tres magas republicanas, según le dice un chaval con rastas, al que, si el fuera uno de los policías de la puerta, le pediría al menos la documentación, porque no se puede tener una pinta más sospechosa.
Pero Venancio aún no sabe que los policías del consistorio tampoco son como eran, porque ahora dejan entrar cada día a montones de personas a curiosear por el edificio. El buen hombre no se explica cómo a la alcaldesa se le ha ocurrido resucitar una idea tan irrespetuosa con la tradición cristiana y se pregunta dónde estará ella, y quién será ese señor canoso, con gafas y sin corbata que sonríe desde el balcón.
Como al de las rastas no piensa preguntarle, se dirige a una señora de mediana edad que le dice que la alcaldesa ya no es la que era, y que el de ahí arriba es el alcalde. Venancio se teme lo peor, pero aún así interroga a la mujer sobre el partido al que pertenece. Con el corazón a mil por lo que oye, Venancio se marcha sin dar las gracias y se encamina todo lo rápido que puede hacia el Palau de la Generalitat: quiere comprobar que sus peores sospechas no se hacen realidad. Pero no hace falta. Por el camino, un periódico abierto, tirado en el suelo, le derriba las esperanzas con una foto a cuatro columnas de Ximo Puig dando el mensaje de fin de año.
Abatido, Venancio se apoya en una farola para recuperar el resuello, pero al poco se retira espantado cuando comprueba, al leer en un cartel pegado a la luminaria, que los espectáculos tampoco son lo que solían ser, porque Pep “El Botifarra” , Miquel Gil y Xavi Castillo actúan en el Principal.
Con la vista nublada, dirige sus pasos hacia la primera cafetería que ve y se pide una tila doble. Cuando los nervios se le van calmando, en la radio dan las señales horarias y la programación musical da paso al informativo. En el momento en que Venancio se entera de que El Coleta tiene 68 escaños en el Congreso y de que el PP no va a poder gobernar, deja rápidamente unas monedas en la barra y sale con desesperación a buscar el aire de la calle. Mientras camina sin rumbo, una idea va tomando forma en su cabeza. Sí, lo tiene decidido: irá hacia la Plaza, se colocará frente al adoquín levantado, dará una carrerita y ¡zas!, tropezará otra vez con él para volverse a golpear la cabeza, y cuando despierte de nuevo, toda esta pesadilla habrá terminado. Pero cuando Venancio llega a la altura de la plaza donde estaba el adoquín, la piedra ya ha sido nivelada. Las aceras tampoco son ya lo que eran.
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