Todavía no vemos neoluditas arrasando robots y ordenadores pero siento que se ha instalado en la sociedad el tecnopesimismo que se refleja en cierto miedo al futuro en base al relato que nos llega respecto a algunos problemas de la actualidad frente a la tecnología.
Esto ha generado dos ideas que me llaman mucho la atención, ambas instauradas en el pensamiento colectivo como dos verdades absolutas, que prácticamente no se discuten; no creo que sean ciertas o, al menos, no absolutamente ciertas.
La primera idea es que los jóvenes de hoy en día vivirán peor que sus padres. Esta idea tan pesimista que se generó en los peores años de la crisis financiera de 2008 aún persiste en la actualidad con nosotros. Y esta idea se repite en estudios como este reciente de McKinsey o en constantes artículos de opinión que claman por la ruptura del “pacto generacional”, ideas que la clase política se ha lanzado a repetir.
Esta idea, además, se mezcla con las discusiones sobre la creciente desigualdad y sus consecuencias económicas y sociales, sobre todo al respecto de la movilidad social.
Sin embargo, no es lo mismo la baja movilidad social que la incapacidad de vivir mejor que tus padres. Quizá primero deberíamos definir qué significa vivir mejor que la generación anterior ya que puede ser algo bastante subjetivo. En todo caso, lo más cercano que tenemos para objetivar esta discusión es saber si los jóvenes son capaces de ganar más dinero que sus padres.
Un reciente estudio realizado en EEUU intenta responder a esta pregunta y queda recogido en el Fin del Sueño Americano, publicado en el Washington Post.
Cada vez resulta más difícil que un joven llegue a obtener más ingresos que su padre. Si de los nacidos en 1940 un 92% lo conseguían, sólo la mitad de los nacidos en los años 80 lo han logrado. No cabe duda: la situación ha empeorado.
Sin embargo, cuando se entra un poco más en detalle, todo se vuelve un poco más complicado. Si bien es cierto que en la actualidad menos del 20% de los más ricos ganan más que sus padres, el 75% de los hijos de los más pobres sí consiguen superar el nivel de renta de sus padres. Es decir, resulta mucho más probable que un hijo de familia humilde supere el nivel de renta de sus padres que en el caso equivalente para un hijo de las clases más altas. Cuanto más acomodada sea la familia menos posibilidades existen de que los hijos obtengan rentas más elevadas que sus padres.
Parece lógico. Si tus padres han seguido una exitosa carrera profesional, te será difícil superarla aun cuando hayas tenido la suerte de disponer de todos los recursos. Si me permiten el paralelismo, el hijo de Messi, estadísticamente, tendrá muy difícil superar a su padre por mucho que sea hijo de Messi; quizá, precisamente por eso.
Si además ponemos perspectiva histórica, en EEUU, los nacidos en los años 40 nacieron en plena Segunda Guerra Mundial; en España, con la Guerra Civil recién acabada. Mis padres, por ejemplo, nacieron en la postguerra, tuvieron acceso muy limitado a la educación y contaron con unas oportunidades muy limitadas. Habría sido un delito que mi generación no ganara más dinero que sus padres.
Y por supuesto no podemos olvidar que todo este debate nace en medio de una grandísima crisis financiera que obviamente ha tenido su impacto y cuyas consecuencias se notarán durante años.
No cabe duda de que la crisis tuvo y está teniendo un claro efecto sobre las oportunidades que tienen los jóvenes.
Sin embargo, esta idea de que los jóvenes no vivirán mejor que sus padres se suele argumentar -más que sobre lo descrito hasta ahora- a propósito de la digitalización de la economía, la automatización que nos viene, y en general con respecto a eso que se conoce como “uberización de la economía”.
En definitiva, se articula el debate sobre la tecnología aunque no parece que el efecto de la automatización sea una verdad absoluta y, además, la realidad sobre el futuro de los jóvenes se explica más adecuadamente por motivos no tecnológicos.
Hay una segunda idea que sostiene la primera y que ya se ha instalado como una verdad absoluta. Algunos artículos la titulan como “La Gran Estafa de la Revolución Tecnológica” .
Esta idea se resume en que la tecnología digital no ha hecho crecer la economía como lo hicieron otros grandes avances como la electricidad. Bajo este discurso, ese poco impacto se refleja en el bajo incremento de la productividad en las últimas décadas. A esto se ha llamado el Gran Estancamiento, título de un libro de uno de los economistas que más ha hablado al respecto, Tyler Cowen.
Sin embargo, la OCDE publicó hace unos meses un estudio que analizaba la desaceleración de la productividad en los países maduros, y reconocía que el fenómeno venía desde mucho antes de la crisis financiera e incluso de la revolución digital. De hecho, el fenómeno puede observarse desde el principio de su serie histórica, desde 1970.
Este año España recuperará su nivel de PIB pre-crisis (EEUU lo hizo en 2014) y lo haremos con muchos millones de horas trabajadas menos, es decir, con una mayor productividad. Si calculamos el tipo de crecimiento medio de la productividad para los últimos 45 años en España, estaríamos hablando de un 2,2% anual, mientras que para EEUU sería de un 1,6%. Y ya saben que la fuerza más poderosa del universo es el interés compuesto. En esos 45 años, España pasó de menos de 18 dólares por hora trabajada, a más de 47 dólares, con nivel de precios constante.
En todo caso, puede que estas tasas de crecimiento de la productividad parezcan pequeñas. Sin embargo, creo que hay dos argumentos a tener en cuenta.
Por un lado, y dando la razón a Cowen, es cierto que la ola de digitalización no ha llegado a todos los sectores económicos aunque nos parezca lo contrario. Este interesante estudio de McKinsey nos habla exactamente de esto.
El Internet de las Cosas (IoT) va a transformar verdaderamente muchos sectores en los que hasta ahora la digitalización había sido muy superficial. Sectores como la agricultura, grandes partes de la industria o incluso el comercio tradicional no han sido profundamente transformadas por la digitalización. Hasta ahora. Esto ya ha empezado a cambiar y, por tanto, los incrementos en la productividad de esos sectores los vamos a ver en los próximos años.
Empresas como Inditex están liderando una verdadera transformación digital y están consiguiendo claras ventajas competitivas en base a esa transformación.
Pero por otro lado, y esta duda es de alguna forma negar la mayor, debemos preguntarnos si estamos midiendo bien la productividad.
La productividad del trabajo puede calcularse con una simple fórmula: PIB entre horas trabajadas. Sin embargo, el PIB es un indicador considerado por muchos como anticuado, irrelevante y tremendamente inexacto.
El PIB es un indicador nacido en una época de industria y agricultura, y vivimos en una era de servicios. Servicios en muchos casos digitales e incluso gratuitos. Precisamente allí donde lo digital ha tenido un profundísimo impacto. Así que no parece justo medir el impacto de la transformación digital en la economía basándonos en su impacto sobre el PIB.
No es mi intención dibujar un futuro de tecnofelicidad sin matices ni tonos oscuros. Muy al contrario, nos enfrentamos a un futuro en el que la tecnología nos presentará grandes retos como sociedad y nos enfrentará a nuevas realidades que a veces serán difíciles de digerir. Sin embargo, la tecnología sera parte de la solución, no del problema.
Pese al pesimismo generalizado, procedente de la reciente crisis financiera, no haríamos bien en dejar que éste se adueñara del discurso sobre la tecnología.