Alarmas domésticas anti-robos: ¿funcionan de verdad o solo tienen un efecto placebo?
Empecemos
Soy usuario de una empresa de seguridad y hace nueve años instalé un sistema de vigilancia en mi casa, consistente en dos sensores volumétricos y cuatro magnéticos. Cuando el sistema está activado, y en caso de alteración del campo de alguno de los sensores, todos ellos envían una señal a una centralita, que se conecta por redes móviles con la central de alarmas (CRA) de la empresa de seguridad. El protocolo entonces debería ser que la CRA nos avisara e interviniera mediante vigilantes o llamando a la policía. Al menos, así me lo explicaron cuando me vendieron el sistema.
¿Funcionan las alarmas domésticas?
Las alarmas funcionan. Es decir, pitan cuanto están activadas y hay alguna alteración en los sensores, ya sean magnéticos, volumétricos, de temperatura o de cualquier otro tipo. Hasta ahí, todo es correcto. Si un caco entra en nuestra casa mientras estamos fuera y viola el campo de uno de los sensores, este enviará una señal a nuestra centralita, que trasmitirá la señal a la CRA. En la CRA recibirán el salto y nos llamarán a nosotros para confirmar que han detectado un salto de alarma. A partir de este punto las cosas dejan de funcionar, digamos, de manera ortodoxa.
Lo normal sería que la CRA se pusiera en contacto inmediato con la policía si nosotros le confirmamos que no estamos en casa y nadie conocido puede estar. Sin embargo, al parecer las centralitas domésticas fallan más que una escopeta de feria y es usual que den numerosas falsas alarmas sin motivo a diario en un solo barrio, por lo que es fácil imaginar que serán miles en una ciudad grande como Madrid, Barcelona, Valencia, etc. La policía está harta de recibir falsas alarmas y, literalmente, carece de suficientes agentes para cubrirlas todas.
De hecho, la antigua Ley de Seguridad Privada de 1992 ya obligaba a las empresas de seguridad a confirmar por vídeo o mediante un vigilante de zona que la alarma no era falsa, y castigaba con hasta 6.000 euros de multa a las empresas que no procedieran de este modo. Pero incluso así, en 2008 se registraron 377.457 alarmas, de las que el 90% eran falsas, según datos de las propias empresas. De estas, un 89% fueron derivadas a los cuerpos de policía, que acabaron expresando su malestar, ya que consideraban que el atender estas alertas estériles les impedía el ejercicio correcto de su labor.
Tras la puesta en práctica de los planes PROCEDA y PRISA, que establecen el actual protocolo de acción de una patrulla de policía ante una alarma, las falsas alarmas comunicadas a este cuerpo se redujeron en un 90%, hasta las 20.600, según una nota de prensa de la propia policía.
La policía no acude inmediatamente
Además, según el artículo 57 de la Ley de Seguridad Privada de 2014, “la comunicación de una o más falsas alarmas por negligencia, deficiente funcionamiento o falta de verificación previa” se considera una infracción grave que puede acarrerar multas de 3.001 a 30.000 euros, así como la suspensión de la autorización de ejercicio entre seis meses y un año. Es decir, las empresas de seguridad siguen obligadas en la versión más actualizada de la ley a comprobar las falsas alarmas antes de establecer contacto con la policía.
Por lo tanto, según la ley, la policía, en primera instancia, no va. ¿Quién va entonces? Hay agentes de seguridad zonales, los llamados 'acudas', que son los encargados de acudir y verificar que hay ladrones dentro de la casa antes de llamar a la policía. Por otro lado, los actuales sensores volumétricos llevan incorporadas unas cámaras de vídeo que hacen cinco capturas fotográficas en cuanto entra el ladrón en su campo de visión, y las envían a la centralita doméstica.
Pero a causa de la Ley de Protección de Datos, y de la propia Ley de Seguridad Privada, estas fotografías no pueden ser enviadas a la CRA hasta que el 'acuda' haya verificado la intrusión en tu hogar. Resumiendo: entran los cacos, suena la alarma, te localizan -a no ser que estés en el cine o lleves el móvil en el bolso-, verificas la intrusión, va el 'acuda' y confirma el hecho y entonces tu centralita envía las fotos a la CRA, operación que puede tardar unos cinco minutos, ya que se envían por 3G/4G. Una vez la CRA verifica las fotos, llaman a la policía. ¿Cuánto tiempo puede ser esto? Mejor no pensarlo...
Tecnología ineficiente
Si las centralitas no dieran tantas falsas alarmas, tal vez la policía relajaría el protocolo. En algunos foros se asegura que su calidad técnica deja mucho que desear y que son muy fáciles de anular. El hecho es que sonar, las alarmas suenan, pero parece que sirve de poco. A veces, ni suenan: el pasado mayo una juez imputó a una empresa de seguridad por presuntos fallos en sus sistemas durante el robo en un almacén. La jueza admitió la querella a trámite bajo el delito de “estafa” por el pago de un servicio, la seguridad, que no se dió.
El funcionamiento de algunas centralitas, sin embargo, previene las falsas alarmas con un método llamado heartbeat; se trata de un impulso eléctrico que envían a la CRA cada pocos minutos, de modo que si la secuencia se interrumpe, saben que hay una intrusión. Ahora bien, la interrupción se puede dar también por un corte en el sistema eléctrico, incluso por las clásicas oscilaciones de este. De todos modos, esto no acorta el protocolo de acción marcado por la ley.
Por otro lado, si los ladrones llevan un inhibidor de frecuencias, que pueden comprar por internet en determinadas tiendas de seguridad, el sensor queda anulado y no envía ninguna señal a la centralita, con lo que el robo se produce sin molestias. No importa que la alarma sea con conexión 3G/4G, cableada al hilo telefónico o conectada por internet, que por cierto pueden ser las más vulnerables; un inhibidor de calidad mediocre puede conseguirse por unos 60 euros y funciona implacablemente a partir de los tres metros de distancia. Al ladrón le basta con estar al otro lado de tu puerta.
Alarmas disuasorias, pero también efecto placebo
Podemos pensar, después de leer esto y como me sucede a mí, que nuestra alarma no protege nuestro hogar. O podemos poner en entredicho lo relatado, aunque la ley es la que es, y creer que los cacos no llevarán inhibidor, que la empresa nos localizará inmediatamente y que el 'acuda' estará casualmente cerca de nuestra casa. Nos queda el beneficio de la duda y el consuelo de que, como mínimo, no se lo estamos poniendo fácil a los ladrones.
Pero también debemos preguntarnos por qué tenemos realmente un sistema de seguridad doméstica. Una posible respuesta es que, además de ser efectivamente disuasorias, las alarmas tengan un cierto efecto placebo: sabemos que el ladrón se rige por la ley del mínimo esfuerzo y evitará todos los inconvenientes buscando la casa más vulnerable. Si tenemos un cartel en la puerta que avisa de que tenemos alarma, lo lógico es que eviten nuestro hogar. Es muy posible que sea así, y en todo caso ello nos da tranquilidad.
Por cierto, que el vecino, si no tiene el cartel, experimentará la sensación contraria: él es la casa más vulnerable. ¿Se aprovechan las empresas de este juego de sensaciones? Al fin y al cabo, donde hay un cartel, hay un vecino que se siente seguro y otro que no y que es posible que pronto contrate el servicio para experimentar esta seguridad no falsa, pero sí hipotética.
¿Por qué cuento todo esto?
Desde el día de su instalación y hasta hace aproximadamente un mes, he confiado en que mi sistema de seguridad doméstica funcionaba exactamente como me habían explicado, y salvo por algunas falsas alarmas relacionadas con interferencias de otro sensor magnético que hay en la puerta de la entrada -y que enciende una luz- no he tenido mayores problemas. Hace un mes, me llamaron del departamento comercial de mi empresa de seguridad para informarme de que mi sistema no era suficiente para protegerme, debido a que los ladrones habían implementado sofisticados sistemas inhibidores de las señales que los sensores envían a las centralitas.
La empresa me recomendaba contratar, por un precio adicional, un detector anti-inhibidores de frecuencias, por si los ladrones usaban uno en mi casa. En tal caso, el anti-inhibidores enviaría una señal a la CRA, que procedería a activar el protocolo de alerta. Acepté porque confiaba en mi empresa de seguridad. Cuando llegó el anti-inhibidores, lo instalé donde me recomendaron y lo activé. Al cabo de pocos días me llamaron a medio día diciéndome que habían detectado un intento de inhibición. Les respondí que era imposible porque yo estaba en casa y era media mañana. Al día siguiente sucedió lo mismo, y al cabo de dos días me llamaron tres veces.
El problema parecía estar en que en la zona donde vivo yo, céntrica, pasan con frecuencia coches de policía o de políticos, que usan potentes inhibidores de frecuencias para protegerse contra atentados; mi anti-inhibidores los detectaba. En tal caso, no me recomendaban dicho dispositivo porque tendrían que estar varias veces todos los días verificando estas falsas alarmas. Yo les dije que no era mi problema, que yo me sentía más seguro si tenía el anti-inhibidores activado y que no me importaba que me llamaran con frecuencia por causa de las falsas alarmas.
Mi empresa me miente
Acordamos finalmente que me enviarían un nuevo anti-inhibidores para descartar que el actual estuviera averiado. Pero fue en vano; desde el primer día de activación, se dispararon las falsas alarmas. Finalmente, me llamó un agente del departamento de atención al cliente de la empresa para decirme que lo lamentaba pero que no era posible que yo tuviera un anti-inhibidores en la zona donde vivía, ya que les generaba muchos problemas, y que habían decidido desactivar el mío.
Me aseguró que me reintegrarían el coste del anti-inhibidores y volvería a pagar mi tarifa anterior. También me dijo que no hacía falta que devolviera los aparatos -había colocado dos, el antiguo y el nuevo- y que si quería, podía poner la pegatina disuasoria, que me habían enviado junto con los anti-inhibidores, en la puerta de entrada. Acepté porque no me quedaba más remedio, pero protestando que me quedaba indefenso ante los cacos con inhibidores de frecuencias.
El agente me respondió que no debía preocuparme porque estos aparatos son muy caros y no se pueden conseguir en cualquier sitio; que pocos ladrones tienen acceso a ellos. También me comentó que estaba grabando la conversación para confirmar mi baja. No logró tranquilizarme y desde ese momento no me he vuelto a sentir protegido por mi sistema de seguridad.
Para confirmar mis temores, contacté con un comercial a través de la página web de la empresa, donde tienen un servicio de operadores de chat. Simulé ser un usuario interesado en contratar sus servicios, que había oído hablar de sus sistemas anti-inhibidores y deseaba saber más del tema. Le comenté -para contrastar la información del otro agente- que me habían dicho que los inhibidores eran muy difíciles de conseguir.
Él me respondió que en absoluto, que se podían comprar fácilmente por menos de 100 euros en ciertas páginas de internet. En otras palabras, estaba desprotegido y mi empresa de seguridad me mentía. A partir de ese momento, comencé una investigación en foros y páginas de quejas para saber si realmente merece la pena tener un sistema de seguridad doméstico. El resultado de mis pesquisas es lo que se puede leer en los párrafos anteriores.
Para terminar, dejo en el aire algunas preguntas: ¿Es legal que nos hagan pagar por un sistema anti-inhibidores si nosotros contratamos desde el principio un sistema eficiente y completo de seguridad? ¿Por qué una vez instalados los equipos no se cambian jamás -sí se someten a un mantenimiento, doy fe de ello- cuando la tecnología de los cacos evoluciona año a año? ¿Por qué mi empresa no quiso pasar a recoger los anti-inhibidores y me dijo que los tirara? Ahí lo dejo...
Aclaración:
- He desarrollado este artículo de acuerdo a mi experiencia personal, porque creo que es la mejor forma de describir la sensación en la que muchos usuarios de alarmas domésticas conectadas a empresas de seguridad podemos sumirnos algún día.
- Puntualizar que es a partir de dicha experiencia que he profundizado en el tema, descubriendo en la red numerosos casos de quejas, unas más creíbles que otras, así como diversos aspectos de este sector que me parecen relevantes.
- También, añadir que no he citado a ninguna empresa de seguridad en concreto porque no creo que sea un problema de marcas, sino estructural del sector y de la legislación vigente.
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