¿Por qué las mujeres leen más libros que los hombres?
Las mujeres leen más libros que los hombres. No es arriesgado afirmarlo, ya que todas las investigaciones y estadísticas al respecto arrojan el mismo resultado. El principal es el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, editado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE). Según su última edición, correspondiente al año pasado, el 67,9 % de las mujeres leen libros, contra el 63,6 % de los hombres.
La disparidad es aún más notoria cuando no se considera la lectura de libros por trabajo o estudios, sino que solo se toma en cuenta la efectuada durante el tiempo libre. El 64,9 % de las mujeres lee libros por placer, una actividad practicada por el 54,4 % de los hombres. Una diferencia de más de diez puntos porcentuales.
Por su parte, una investigación elaborada por la consultora alemana GFK sobre los hábitos de lectura de libros en diecisiete países -para la cual realizó encuestas a más de 22.000 personas- arrojó como resultado que el 32 % de las mujeres leen “todos o la mayoría de los días”, algo que solo hacen el 27 % de los hombres. Las cifras para España, según ese mismo trabajo, son del 40 % en las mujeres y 25 % en los hombres. Solo en los Países Bajos se registró una diferencia porcentual superior entre ambos géneros.
El género como variable en la formación de lectores
¿Por qué las mujeres leen más libros que los hombres? Para esta pregunta, por supuesto, no hay una respuesta definitiva. Pero sí quienes buscan explicaciones. Un equipo del Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (CEPLI), perteneciente a la Universidad de Castilla-La Mancha, trabaja actualmente en un proyecto titulado “¿Por qué leen más las mujeres? La variable género en la formación de lectores”.
La investigación parte de la hipótesis de que “determinadas características de la socialización de género femenino favorecen la integración de la lectura en el estilo de vida y en la creación de hábitos lectores”. En otras palabras, muchas conductas -entre las cuales se encuentran las actividades de ocio- se consideran “masculinas” o “femeninas” en función de estereotipos culturales ya desde la niñez.
En nuestra sociedad, la lectura de libros estaría más asociada a las niñas que a los niños, lo cual ocasionaría que ese hábito arraigara mejor en las mujeres que en los hombres. Santiago Yubero Jiménez, subdirector del CEPLI y líder de la investigación en curso, ha declarado que, en la forma en que se construyen los roles de feminidad y masculinidad, “la lectura forma parte de un estereotipo femenino”.
En este sentido, el apoyo del grupo tiene una importancia enorme: “Las mujeres pueden hablar de lecturas que han hecho con otras mujeres. Los hombres también, pero no todos”, señaló Yubero. El especialista aclaró, de todas formas, que la cuestión se equilibra entre los grandes lectores, grupo en el cual “los hombres que leen mucho son igual que las mujeres que leen mucho”.
Los conclusiones de un estudio británico son coherentes con la hipótesis de los investigadores del CEPLI. Se trata de una encuesta entre 32.000 niños y adolescentes, a cargo del National Literacy Trust (NLT), una asociación no lucrativa que promueve la educación en el Reino Unido, según la cual ya en esa etapa las niñas mostraron un entusiasmo mayor por la lectura que los niños.
El trabajo, por otra parte, parece oponerse al prejuicio de que los varones son más apegados a los dispositivos electrónicos que las niñas, dado que -según sus resultados- ellas leen más textos en soporte digital que los niños, mientras que estos leen más que ellas en papel.
Los libros, una puerta de ingreso al mundo de la cultura
La escritora Esther Tusquets también alude a la importancia de los años de formación. “Estudios realizados en las escuelas muestran que los niños dan menos valor a la lectura, se mueven más, escuchan menos -apunta-. Creo que lo fundamental es esto: escuchan menos. Los varones se interesan menos por las historias de los otros. Nosotras sentimos una curiosidad insaciable por los otros, que puede desembocar en chismorreos de patio de vecinos o en grandes obras literarias, y a veces en ambas cosas a la vez”.
La frase de Tusquets forma parte del prólogo del libro Las mujeres, que leen, son peligrosas (Ed. Maeva, 2006), una historia ilustrada, por medio de pinturas, dibujos y fotos, de la relación de las mujeres y la lectura desde la Edad Media hasta la actualidad. En esta obra se cita una frase de la periodista y escritora francesa Laure Adler, autora de un Manifiesto Feminista, que aporta otra explicación posible: “Los libros no son para las mujeres un objeto como otro cualquiera. Desde los albores del cristianismo hasta hoy circula entre ellos y nosotras una corriente cálida, una afinidad secreta, una relación extraña y singular, entretejida de prohibiciones, de aprobaciones, de reincorporaciones”.
Por ello, esa es otra opción: considerar que la mayor afición de las mujeres por la lectura de libros es una respuesta a las restricciones y prohibiciones que sufrieron durante siglos. “Es indudable -añade Tusquets- que el acceso a la lectura, que es la principal puerta de ingreso al mundo de la cultura, supuso un gran avance para la mujer, como para cualquier colectivo étnico o social en posición de desventaja y de dependencia”.
Sin embargo, no todas las miradas ven como algo positivo para las mujeres el hecho de ser más lectoras que los hombres. Al presentar su ensayo Las buenas chicas no leen novelas (Ed. Península, 2013), la italiana Francesca Sarra declaró que “las mujeres son las que más leen pero, también, las mayores víctimas de un mercado editorial machista”.
Y esto se debe, según explica en el libro, a que la mujer como lectora es un “instrumento” de ese mercado, no solo porque le permite ganar dinero, sino también “porque es un dispositivo de edificación intelectual, es decir, sirve para construir y elevar la figura del intelectual. Varón, naturalmente”.
Una actividad “improductiva”
Otro posible motivo de que los hombres lean menos quizá también puede buscarse en la idea de que leer libros por placer es una “actividad improductiva”, algo que, dentro de los cánones de la sociedad patriarcal tradicional, siempre estuvo más vinculado con lo femenino que con lo masculino.
De hecho, según el Barómetro de Hábitos de Lectura, las mujeres no solo leen más libros, sino también revistas y redes sociales. Los hombres, en cambio, leen más periódicos y sitios web (incluidos blogs y foros), aunque también más cómics. En general, casi la mitad de los encuestados (el 47,7 %) dice que no lee con mayor frecuencia por falta de tiempo.
En cualquier caso, las mujeres no solo leen más, sino que entre quienes se gradúan en Filología (es decir, lengua y literatura) son amplia mayoría: más del 70 % son licenciadas. Sin embargo, según un informe publicado hace unos años en eldiario.es, firmaban menos de la cuarta parte de los artículos sobre libros en los suplementos literarios de alcance estatal. El mismo trabajo remarcaba la presencia muy minoritaria de libros escritos por mujeres en el total de obras comentadas, en los rankings de los más vendidos y en los especiales sobre libros.
Parece claro que las explicaciones de por qué las mujeres leen más no tienen que ver, entonces, con factores de tipo psiconeurológicos, como los referidos a la primacía de las niñas sobre los niños en el desarrollo del lenguaje, ni fisiológicos, como los que hablan de un sistema límbico más propenso a la lectura de novelas. Es más bien la cultura en la que vivimos la que promueve esa afición más en las mujeres. La misma cultura la que, a la vez, las margina a un lugar de “instrumento” o de puras “consumidoras”.