Una jornada de excesos en el Zinemaldia
Con Magical Girl, Carlos Vermut demuestra que es un director moderno en el mejor sentido de la palabra. Utiliza el anticlímax para enganchar al espectador igual que Damon Lindelof dejaba en el aíre el final de cada capítulo de Perdidos. Bendita sea la herencia televisiva si se utiliza con talento. Tres de lo mismo para la influencia nipona: un lagarto negro, uno de los símbolos más importantes de la película, homenajea al reptil del padre de la literatura de terror japonesa Rampo Edogawa (pseudónimo de Hirai Taro). Por otro lado, el detonante de la trama es una clara referencia a la serie de dibujos Magical Girl: una niña enferma de leucemia anhela el vestido de una de sus protagonistas y el padre -un Luis Bermejo que encarna al hombre tranquilo- hará lo posible por hacer realidad el costoso capricho de su hija. Por último, la fábula de la película es tan recurrente como divertida: amar en exceso puede llegar a ser algo perverso.
El guión de Vermut es un thriller grotesco que se sostiene sobre tres historias de amor nocivas: el padre y la hija enferma, una mujer con problemas psiquiátricos y su severo marido y un profesor jubilado que está perdidamente enamorado de una antigua alumna. El cruce de historias es una clara referencia a al modo con el que Quentin Tarantino resolvió sus primeras películas Reservoir Dogs y Pulp Fiction. Sin embargo el argumento, lleno de disparates, es un reflejo del Pedro Almodóvar más folclórico de Mujeres al borde de un ataque de nervios o Volver.
Magical Girl está repleta de deliciosos diálogos donde todo parece mundano pero los giros son arriesgados, a veces hasta poner en brete la verosimilitud de la historia, que no aspira al hiperrealismo sino que es un juego narrativo propuesto por Vermut. La excepcional Bárbara Lennie es la víctima insolente, José Sacristán es el cavernoso ángel de la guarda. Pero es Luis Bermejo el verdadero vértice de la historia, el hombre bueno que se va envenenado poco a poco. El personaje que da sentido a este cuento sobre el abuso del amor.
Violencia a la argentina
“Yo si hubiese nacido muy pobre, en condiciones infrahumanas, si no tuviera las necesidades básicas cubiertas, creo que sería delincuente más que albañil”. El director argentino Damián Szifrón tuvo que justificar estas palabras tras mencionarlas en un programa televisivo de su país. Las interpretaciones son libres, pero la polémica que rodea a la que se ha convertido en la película más taquillera del país sudamericano -desbancando a Futbolín-, desvela pistas sobre sus Relatos salvajes.
Por ejemplo, que esta comedia ácida, trazada a través de seis historias independientes y pertinentes cabriolas técnicas, resulta más interesante si se observa como una descripción de los límites de la mezquindad. Para hacer reir, diría el realizador, ya está la estupenda Tiempo de valientes. Y para compensar cualquier carencia, desfila plana mayor del cine argentino incluyendo a Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia y Darío Grandinetti.
Las seis piezas confluyen sobre un mismo tema. Tras la venganza urdida a través de los fuegos de una cocina, el soborno a un mayordomo o la frustración que se esconde bajo los fastos de un bodorrio hay un relato de corrupción instaurada o una reflexión sobre los absurdos del costumbrismo. Potencialmente molesta para los adictos a la corrección política, Relatos salvajes acierta a pintar con máscara tragicómica los instintos más soterrados. Seleccionada para la Palma de Oro en la principal sección de competición del Festival de Cannes 2014, la antología ha sido oproducida por Agustín Almodóvar y Pedro Almodóvar.
Danis Tanovic contra las multinacionales
La policía suele ser tolerante con los desmanes que comenten sus conciudadanos fuera de sus fronteras. En la India murieron en 1984 unas 25.000 personas y otras muchas sufrieron serios daños a causa de una fuga tóxica en unas instalaciones que pertenecían a la compañía estadounidense Union Carbide. Las víctimas siguen esperando a la justicia, un caso que ocupa en minucioso detalle el estupendo documental Una nube sobre Bhopal. También se ha dicho ya mucho sobre las miserias que brotan de los transgénicos de Monsanto. Daños colaterales de la globalización, dirán algunos.
En Tigers, Danis Tanovic pone su objetivo en uno de esos episodios en los que todo vale para que el tío Sam o alguno de sus prosélitos reciban un buen puñado de dólares. El director bosnio habla de las letales multinacionales que se instalan en Pakistán para vender leche en polvo más barata que las farmacéuticas locales. Los Tigers son los brokers de El lobo de Wall Street, responsables de encontrar el máximo número de compradores usando cualquier argucia.
La historia está basada en hechos reales y cuenta los avatares de uno de esos cínicos comerciales, notablemente interpretado por Emraan Hashmi, que se percata de las consecuencias de su lucrosa tarea. Millones de niños mueren porque hay que disolver en aguas tóxicas el rentable producto. Pero el enemigo de Ayan camina con pies de plomo.
Tanovic muestra todas las aristas de una lucha idealista en la que las tentaciones juegan un papel importante. La magnitud y el impacto de lo que narra impiden que el ingenio del realizador reluzca con la misma intensidad que en En Tierra de Nadie o Cirkus Columbia. La película fue recibida en San Sebastián con una larguísima ovación y con las lágrimas del verdadero Ayan, ahora un taxista canadiense. En Tigers explican que lo que acontece en Pakistán también ha ocurrido en regiones de África o Asia. Pero la denuncia es imperativa para que la memoria de los muertos no se pierda en el olvido.