¿Sueña la clase obrera con películas de tinte social?
El cine social nació con la primera película de la historia. Los hermanos Lumière se plantaron delante de su propia fábrica y grabaron la salida de los trabajadores. Con ese plano que dura un minuto, los franceses inventaron el lenguaje cinematográfico, pero además pusieron la primera piedra para construir todo un género, el drama social, el cine que durante un siglo ha intentado retratar el devenir de la clase obrera.
Han pasado 120 años desde la Salida de los obreros de la fábrica y los hermanos Dardenne, Jean-Pierre y Luc, han vuelto a las puertas de otra fábrica para contar con sencillez y nobleza el periplo de Sandra (Marion Cotillard), una trabajadora a la que pretenden echar de la empresa. El lunes puede ser su último día si durante el fin de semana –de ahí el título: Dos días, una noche– no consigue que al menos nueve compañeros renuncien a una paga extra de 1.000 euros. Condiciones envenenadas de un malvado jefe que pone a prueba la fortaleza y la capacidad de lucha de una castigada clase obrera.
“Una película debe defender la idea de que vivimos en un mundo brutal, hipócrita e injusto. Y exactamente eso es lo que no suele hacer el cine”, dijo Luis Buñuel. El director de Los olvidados retrató en varias ocasiones la situación de una clase obrera cada vez más marginal. ¿Vende entradas este género? Los resultados de la taquilla dicen que no, que son las comedias costumbristas, los superhéroes y los thrillers los que llevan gente a las salas.
Los Dardenne han hecho posiblemente su mejor película o al menos la más luminosa, pero el público está harto de peregrinajes absurdos -ni cuarenta mareas blancas conseguirán la dimisión de Ana Mato- y ya tienen bastante con sus problemas. Los espectadores huyen del cine social aunque muchos directores hayan perseguido la utopía de Buñuel.
Los inicios: Del drama grotesco a la pantomima
Sergei Eisenstein es uno de los primeros directores en retratar el movimiento obrero, sin embargo, a pesar de fomentar el espíritu revolucionario de la URSS, el paroxismo de la represión que despliega en sus películas más radicales, como La huelga, hizo que muchos procomunistas miraran su cine con recelo. El director denunciaba la violencia contra la clase obrera mediante exageradas secuencias donde podía colocar a un policía de facciones grotescas tirando a un bebé por la ventana.
En el lado del capitalismo fue Charlie Chaplin quien ejerció el papel de director social. En 1936 el genio revolvió las tripas de los sectores más conservadores con Tiempos modernos. Mediante una veintena de gags desternillantes hizo una crítica feroz a la industrialización, a la cadena de producción inhumana, a la inseguridad laboral de las fábricas y al taylorismo. El emigrante, Charlot camarero, Charlot empapelador, etcétera. El genio de la pantomima abarcó durante su carrera todas las cuestiones relacionadas con el mundo laboral hasta que un día, en una escena de El emigrante, le soltó una patada a un oficial de inmigración. Este gesto fue calificado como “evidente antiamericanismo” y significó su salida de los EEUU.
El neorrealismo italiano y sus influencias
La Segunda Guerra Mundial fue el terreno de cultivo para el cine social europeo. Los directores italianos describieron a la perfección el trauma de una clase obrera que luchaba para recuperar una identidad perdida. Vittorio De Sica fue el director que marcó la diferencia entre los neorrealistas con Ladrón de bicicletas, la historia de un hombre en paro, sin futuro y sin suerte y acompañado siempre por su hijo, cuya máxima aspiración es conseguir una bicicleta para ir a trabajar. Unos años antes, Roberto Rosellini inventaba el género con Roma, ciudad abierta, el retrato de las heridas que la guerra contra los nazis dejó en el proletariado romano.
Este naturalismo y esta crudeza propios del neorrealismo son la herencia que han recibido los Dardenne. Y que antes fue la influencia que llevó al español Juan Antonio Bardem a ser uno de los directores más castigados por el franquismo. La venganza reflejaba la realidad rural y describía las horribles condiciones del campesinado a través de un ajuste de cuentas. La película fue mutilada por la censura de la época.
La implicación del director
“Soy John Ford y hago westerns”, pero el genio del parche en el ojo no sólo hizo películas de vaqueros. En Las uvas de la ira narra el peregrinaje de una familia campesina que en mitad de la gran depresión viaja desesperada hacia California en busca de un humilde trabajo agrícola. Otra de sus películas más duras es Qué verde era mi valle, sobre una comunidad de mineros galeses que despierta su conciencia obrera frente al despotismo de sus empresarios.
Paradójicamente, el chivato que condenó a muchos de sus compañeros en la caza de brujas del senador McCarthy fue uno de los directores más implicados en el cine social. Elia Kazan firmó relevantes dramas como La ley del silencio o América, América.
En la actualidad es Ken Loach el director que ha heredado ese compromiso social. La era Thatcher fue su inspiración y el realizador filmó varias películas donde se denunciaban las penosas situaciones de los trabajadores británicos. La huelga o el sindicalismo aparecen como personajes secundarios de en Riff Raff o La cuadrilla.
El cine social al amparo de la comedia
¿Sueñan los espectadores de clase obrera con películas de tinte social? No, a pesar de que el género ha sobrevivido a todas las modas, el gran público sigue olvidando que una película puede servir como arma arrojadiza. Excepto cuando está acompañada por la comedia. Que se lo digan a los millones de personas que vieron Intocable. ¿Es el cine de Olivier Nakache y Eric Toledano la vía que han de seguir los hermanos Dardenne?
Fernando León de Aranoa acudió a la comedia negra y el resultado fue Los lunes al sol, una de las películas más importantes de nuestro país. El humor puede servir de arma, pero entonces perderíamos la esencia de este género, su realismo y su naturalismo. Al fin y al cabo los trabajadores de los Lumière no parecían reírse demasiado a la salida de su fábrica.