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Brian Eno, el músico contemplativo

El músico británico Brian Eno.

Luis J. Menéndez

Posando sonriente al lado de Brain Eno, Ignacio González vivía en la mañana de la inauguración de 77 Million Paintings uno de los escasos momentos de tregua que le concede la Gürtel. El mandatario madrileño no podía imaginar que su breve y laudatorio speech –en el que hasta se acordó del audio que hace un par de décadas el músico británico compuso para el sistema operativo Windows– a punto estuvo de provocar un incidente que ríanse ustedes del ático marbellí.

Fue cuando identificó a Eno como componente de Roxy Music, identificando a la formación como una rama más de su actividad musical presente. Teniendo en cuenta que hace unos años el británico amenazó a un periodista del Guardian –queremos entender que tirando de ironía– con pegarle un tiro por hacerle una pregunta sobre sus años junto a Brian Ferry, no nos podemos imaginar cuál habría sido la reacción de Brian Peter George St John le Baptiste de la Salle Eno de haber descifrado las palabras del político.

La anécdota sirve para ilustrar la personalidad de uno de los grandes tótems de la música popular, un tipo que ha ejercido una influencia incalculable desde sus primeros pasos en esto de la música allá en los lejanos 70 como teclista, sí, de Roxy Music y cuya principal obsesión ha sido siempre mirar hacia el futuro a partir de un colosal bagaje como músico, productor, artista plástico y pensador. Lo demuestra siempre que tiene oportunidad en sus entrevistas e intervenciones públicas. Y, por fortuna, Eno se deja ver y escuchar a menudo; sin ir más lejos, en esta intervención en la pasada Red Bull Music Academy que tuvo lugar en New York hace unos meses.

El motivo de su paso por nuestro país era la inauguración de una muestra en la sala Alcalá 31 que, tras su paso por Sydney, Venecia, Milán y Tokio, podrá visitarse en Madrid hasta el 30 marzo. Ese tiempo, a priori, podría parecer más que suficiente para enfrentarse a la pequeña instalación situada en una habitación de la sala de exposiciones, pero en realidad sólo nos permitirá contemplar a una parte infinitesimal de lo que 77 Million Paintings puede ofrecer, tal y como explicó el propio Eno con un largo speech...

“Lo fascinante de la combinación de imágenes y sonidos en constante proceso de cambio que es 77 Million Paintings es que la gente viene y se queda mirando un largo rato, pero en realidad no hay un principio, un desarrollo y un final. Mi experiencia es que, aunque nuestra capacidad de atención está disminuyendo en el día a día, si a las personas les das la oportunidad de acercarse a una obra reposada y poco ruidosa, les va a encantar. A menudo me siento en la parte de atrás de estas exposiciones y observo intentando entender qué ocurre en su mente y si están experimentando algo similar a lo que yo experimento en la mía: disfrutar de la oportunidad de dejar de ser uno mismo por un momento, contemplando cómo se desarrolla algo que nunca antes ha sido visto y nunca volverá a serlo. Como ocurre con nuestras propias vidas, ese momento pasará y formará parte del pasado, no puedes atraparlo”.

Músicos eclécticos, fascinantes... y poco rentables

La producción del músico y pintor de Suffolk es absolutamente inabarcable, aunque es cierto que en los panegíricos sobre su obra casi siempre incidimos en los mismos detalles. La brocha gorda le señalaría como el padre del ambient, un género que por sí solo ha servido de inspiración y campo de trabajo a la práctica totalidad de músicos vinculados con la electrónica desde la década de los 80.

También es recurrente a la hora de repasar su biografía el influjo que ejerció sobre la trilogía de Berlín de David Bowie (la cara B de Low pertenece más a Eno que al propio Duque Blanco), los correos cósmicos alemanes, la escena art-rock de New York a finales de los 70 (de Talking Heads a la No Wave), y destacar sus producciones para U2 o Coldplay o en los últimos tiempos el papel que ha ejercido de padrino de Jon Hopkins.

También, por qué no, algún ilustre patinazo, como aquel engendro que junto a Bono y Pavarotti publicó bajo el nombre de Passengers. Menos conocidos son otros proyectos sin tanto recorrido comercial pero que hablan bien a las claras de su talante humanista: desde las instalaciones sonoras en hospitales que buscan mejorar la salud de los pacientes hasta su explícita posición antibelicista en los conflictos de Irak y sus flirteos políticos con Nick Clegg.

Pero la ascendencia de Brian Eno no se limita a su paso por el estudio en calidad de músico o productor. Estos días vuelve a recordarse su faceta de prescriptor con la reedición de parte del material del sello discográfico All Saints.

Eno creó su primera compañía discográfica en 1975 para dar salida a su propio material y al de una serie de artistas cercanos provenientes en su mayor parte de la escuela minimalista. En Obscure Records vio la luz el mítico The Sinking of the Titanic de Gavin Bryars y referencias de Michael Nyman y John Cage.

También la serie Ambient, que dio nombre a todo un género musical y de la que llegaron a publicarse cuatro referencias: dos propias (en mítico Music for Airports y On Land), un disco compartido con Harold Budd y la presentación en sociedad del músico norteamericano Laraaji, misterioso estudioso del piano y el violín que en sus composiciones absorbía por igual la tradición musical afroamericana y el misticismo que venía de la India.

ETERNITY OR BUST: A SHORT FILM ABOUT LARAAJI from All Saints Records on Vimeo.

Obscure dejaría paso a Opal y All Saints, nuevo proyecto de management y discográfico que el propio Eno describía en su diario como “una serie de álbumes eclécticos, fascinantes, a menudo adorables y las más de las veces no demasiado rentables en el aspecto económico”.

Mientras Opal, la rama dirigida directamente por Eno, se encargaba del management de los artistas, All Saints hacía de espejo como sello discográfico al frente del que se situaba Dominic Norman-Taylor. Opal dio cobijo a la música de Eno y a la de artistas como su hermano Roger, los citados Budd y Laraaji, John Cale, Djavan Gasparian, Daniel Lanois, Michael Brook, Kate St. John, Jon Hassel o, recientemente, los mallorquines Vacabou.

Tras unos años de silencio, All Saints vuelve al primer plano de la actualidad discográfica con una serie de lanzamientos: Celestial Music 1978-2011, doble disco con algunas de las mejores grabaciones de Laraaji, las reediciones de Essence/Universe y Two Sides of (también de Laraaji), y el doble recopilatorio Wind in Lonely Fences 1970-2011, centrado en la obra de Harold Budd y que incluye momentos tan especiales como su colaboración con Cocteau Twins en el mejor momento del grupo.

A lo largo de este 2014, a estos lanzamientos les seguirán referencias de Jon Hassell, John Cale y el propio Brian Eno. Es la reivindicación de un legado musical que varias décadas más tarde de la publicación de esos discos aún busca su lugar en la historia, a caballo de lo popular y el arte y ensayo.

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