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CRÍTICA

Alberto Cortés, un fantasma romántico y marica contra la violencia

Alberto Cortés con su obra 'Analphabet' en el festival FIT de Cádiz

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Analphabet cuenta con uno de los inicios más barrocos del último teatro. Aparece Alberto Cortés, con esos brazos enormes, clamando al cielo, casi crucificado y componiendo un cuadro propio de la escuela tenebrista andaluza del claroscuro. El espacio se reduce a un pequeño círculo que deja en negro todo el escenario fuera de él. En el círculo vemos tan solo, espantados de luz, esos brazos larguísimos y rampantes, que esconden el cuerpo en lo negro.

La violinista Luz Prado acomete con fiereza su instrumento mientras el cuerpo de Cortés va apareciendo convertido en fantasma. Un fantasma romántico, marica, que se enfrentará herido y con toda la fuerza de la fragilidad a la violencia intragénero del universo gay. Hasta ahora, ha podido verse en Temporada Alta (Girona) y el Festival Iberoamericano (FIT) de Cádiz.

Así, con esa imagen poderosa abre Cortés su nueva pieza, un trabajo complejo, de escritura críptica y poética que es un canto a la espiritualidad. Cortés invoca a un fantasma llamado Analphabet, un ser fuera del tiempo que es un Peter Pan oscuro, un fantasma que no quiso crecer en la sumisión de la lógica donde muere el espíritu, un espectro pasado por el romanticismo alemán, un joven Werther convertido en flor azul que es todo herida.

Cortés invoca a un fantasmón ensalzado en trascendencia cursi ante la desesperación de una relación malsana: “A mí me gusta el maltrato, papi, pero no el que tú me dabas”, dice el performer parafraseando a Daddy Yankee. Pero es un texto explotado, donde desaparece casi por completo el argumento, apenas sabemos nada de esa historia de maltrato, tan solo que Cortés le llama “mi lendakari”.

José Bergamín y el 'cruising'

Vemos, sin embargo, al amante herido, que se entrega a la invocación de ese espectro que le facilite volar alto como el Hiperión de Friedrich Hölderlin y contemplar a toda esa comunidad gay en perpetuo cruising en playas ibéricas, de parejas efímeras convocadas a la violencia y el fracaso: “Si cada gay es idéntico a otro, ¿mariconear es comerse a sí mismo?”, espeta Cortés en un momento. Este fantasma se aparecerá en Genoveses, Monsúl o Gulpiyuri, templos del cruising donde Cortés parece querer desandar un camino que huele a putrefacto, que ha llevado a una violencia intragénero que recuerda mucho a la violencia heteropatriarcal dominante durante tanto tiempo en la sociedad española.

Cortés acaba de editar en la editorial Continta Me Tienes, Siempre vengo de noche, un libro que recoge el texto de esta obra y que contiene un tercer acto no presente en la pieza escénica. En la publicación, además, Cortés ha añadido un cuaderno de trabajo sobre el proceso de creación y unas notas que hablan de las lecturas que han influenciado el trabajo de autores como Novalis, Goethe, Anne Carson o el propio Hölderlin. Pero en esas notas llama la atención la inclusión de una lectura, La decadencia del analfabetismo de José Bergamín. Un texto donde Bergamín opone el espíritu libre del niño analfabeto al mundo de la cultura letrada y literaria que el escritor vasco tilda como un espacio para la muerte del espíritu.

Ese es el fantasma invocado en esta obra, el de un analfabeto, el de un marica que todavía sea niño, pueblo y espíritu y con toda la fuerza nacida de una fragilidad asumida se pueda enfrentar con el marica convertido en alimaña antropófaga: “Condeno al Dios que te hizo guapo por fuera y por dentro lobo”, canta Cortés en la pieza. Pero si bien El ardor tenía algo de manifiesto queer y del verbo duro de Thomas Bernhard, el cambio más significado de este nuevo trabajo es la palabra. Una palabra en muchos casos difícil, donde Cortés apuesta todo a la poesía, una poesía que pueda latir a través del cuerpo y el canto. Un canto apoyado en un trabajo ímprobo de uno de los sonidistas escénicos más bregados e interesantes del país, Óscar G. Villegas.

Es esa búsqueda intima de un teatro poético, pero sin poeta, de una poesía sin literatura, la que subyace en toda la pieza. Analphabet no es una obra fácil. Cortés en vez de repetir fórmula lo que ha hecho es excavar, despojar su trabajo. Despistan sus poses de tótem de la cultura gay donde se ofrece con seducción. La pieza es oscura, casi hermética en alguna de sus partes.

Los dos trabajos anteriores de Alberto Cortés, El ardor y One nigth at de Golden bar, lo convirtieron en la ballena blanca del teatro contemporáneo. Todos querían a Cortés, a esa fuerza de presencia escénica de otro mundo y palabra hecha carne enamorada y entregada en escena. Ahora, todos lo tienen. La obra se estrenó en el Festival TNT de Tarrasa y llegó este fin de semana a la pequeña sala de Cádiz La Central Lechera, gracias a la gestión de la anterior dirección escénica del festival. La exdirectora Isla Aguilar trazó una línea de colaboración con Cortés en la que, además de mostrar trabajos en el festival, se generó un proyecto que hoy continua, Escuela del Sur, un espacio de encuentro para los creadores gaditanos que Cortés lidera junto con la artista gaditana Rosa Romero.

Analphabet irá en noviembre a Alicante, y después a Sevilla y Madrid. Una de las gestoras más importantes de Argentina presente en el FIT de Cádiz, impresionada con su primer encuentro con el trabajo y la fuerza del malagueño, decía a este diario tras la función: “En Buenos Aires lo van a adorar”. Cortés presenta este mismo mes en la capital argentina One nigth at de Golden bar.

Posiblemente la función del FIT, complicada por la estrechez del espacio, le haya abierto muchas puertas a este creador que salió como un animal desbocado a escena. Si bien la pieza perdió en estética espacial y perspectiva (fue una pena no poder apreciar el gran trabajo de luces de Benito Jiménez) la impresión de ver a Cortés transformándose a un escaso metro del publico hizo que por encima de todo predominara la fuerza, la energía y la presencia del artista. Ver su cuerpo poseído es impresionante.

Nueva dirección en FIT

El festival llegó con el artista malagueño a su meridiano y continuará su periplo durante toda esta semana. Después del cese de su anterior directora, Isla Aguilar, un comité asesor ha dirigido esta edición intentando retomar el camino más tradicional que este festival medular transitó desde que se iniciara en 1985. Y la verdad es que el público de Cádiz ha vuelto a llenar funciones y teatros en una programación que además ha apostado también por propuestas renovadoras como el interesante trabajo de la compañía boliviana Klara que presentaron Palmasola, un pueblo prisión, una pieza que ocupó las naves del Baluarte de la Candelaria para trasladar al público el horror de la mayor cárcel de Bolivia donde malviven más de 5.000 internos en un régimen inhumano y ante una total ausencia de los derechos humanos más básicos.

Así, también pudo verse una comedia negra de la compañía Bonobó que presentó Temis, verdadera vuelta de tuerca donde los chilenos ahondan en una dramaturgia del absurdo hasta el delirio; o un interesante trabajo del sevillano David Montero, El tiempo del hijo, pieza-peformance donde se aborda el duelo ante tener que padecer como un ser querido, en este caso su madre, desaparece tras una enfermedad como el Alzheimer. Precioso el ritual de Montero, que tras una puesta actoral exigente y un texto donde se da cabida a lo poético, esparció en el escenario unas pocas cenizas de lo que fue el cuerpo de su madre.

El festival vive estos días en un continuo runrún de quién será su nuevo director o directora. Ya se presentaron los proyectos a concurso, cuando acabe esta edición el patronato del festival tendrá que decidir quien será la persona designada. Han quedado diez proyectos seleccionados y las quinielas no paran. Todo apunta a que en noviembre se conocerá al nuevo responsable.  

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