Puntos violeta, los espacios seguros para las mujeres en grandes eventos
El alcohol y las aglomeraciones de personas sirven de pretexto para que se produzcan abusos y agresiones sexuales durante las fiestas. En la burbuja de festivales, estos eventos multitudinarios, no escapan de ellas.
Los festivales de música están repletos de seguridad, pero no cuentan con protocolos para evitar las agresiones machistas, que cada vez se denuncian más. Notorio fue el caso del FIB, en el que el realizador enfocaba a las chicas en bikini durante el concierto de Red Hot Chilli Peppers y, con la complicidad y presión del público, buscaba que enseñaran los pechos. Si la chica se desnudaba, era aplaudida; si no, abucheada. Y grabada.
Los colectivos feministas, hartos de soportar -y sufrir- estos ataques, han decidido establecer los puntos violeta. Estos son espacios gestionados por mujeres, que cuentan con más o menos apoyo de la organización, en los que se atiende a las afectadas por una agresión. Además, suelen organizar grupos que durante el festival velan por la seguridad de otras mujeres, denunciando e intentando parar los incidentes.
El precusor en estos puntos de atención fue el Festivern, el encuentro para celebrar el final de año que se celebra en Tavernes de la Valldigna. Bajo el sello Resistencia Feminista València, los distintos colectivos que gestionaron el espacio denunciaron haber contabilizado más de 25 agresiones en los tres días del festival y la inacción por parte de la organización en un duro comunicado. Por redes sociales vieron el apoyo de cientos de compañeras, también hombres, pero se toparon con el rechazo de muchos -hombres- que las acusaban de exagerar y que quitaban importancia al asunto -“no puedes saber si alguien tiene interés en ti si no lo compruebas”, argumentaban algunos. Sin embargo, la experiencia del Festivern ha servido para que cada vez haya más puntos violeta en estos eventos.
Las mujeres que gestionan estos puntos tienen que enfrentarse además al rechazo de algunos hombres y a insultos como “yihadistas de género”, al archiconocido “feminazi” y al “zorras” seguido de “malfolladas”, “amargadas” o cualquiera relativo a su situación sexual. Se les acusa de “histéricas”, de tomarse la justicia por su mano, incluso de “hacer llorar a los chicos” con sus acusaciones. Si embargo, las personas con las que ha contactado este diario prefieren no dar importancia a estos comentarios y centrar sus esfuerzos en ser un punto de apoyo para las mujeres que sufren agresiones.
Luisa pertenece al colectivo Melíades de Elche y participó en el punto lila del Marearock. Andrea colaboró con Valkyrias Villena en la atención durante el Rabolagartija y el Leyendas del Rock. Ambas, desde su participación en estos eventos, relatan experiencias comunes: la buena acogida por parte de las mujeres y la pasividad -cuando no, ridiculización- por parte de los responsables de seguridad.
“En el Rabolagartija comenzaron a venir chicas de otras asociaciones que organizan puntos lila a dejarnos el nombre de su colectivo. Tras el festival, se han hecho voz en sus redes de nuestro punto lila y ahora estamos en contacto con muchos colectivos más para tejer redes. Me parece maravillosa la sororidad que ves en esas ocasiones”, explica Andrea.
Los protocolos se consensúan entre los colectivos feministas, que se ponen en contacto para intercambiar ideas y experiencias. En el caso del Marearock, cuando se tenía constancia de una agresión sexual, el primer paso era calmar a la afectada. “Vienen muy nerviosas, inseguras, porque se ha vulnerado su intimidad... es muy duro que te cuenten lo que les han hecho”, señala Luisa. Después, las chicas relatan lo ocurrido y describen al agresor. La descripción se pone en común con otras voluntarias y se busca al causante. En todo momento, según explican, las responsables hacen de interlocutor con la seguridad del recinto y “la agredida siempre tiene la última palabra. No tomamos ninguna medida -denunciar a la Policía- sin su consentimiento. Es muy importante”, recalca.
En el Rabolagartija (Villena, Alicante), la responsable aclara que en todo momento se colaboró con Protección Civil, a la que mantuvieron informados de todos los incidentes. Los conflictos surgen con la seguridad privada del festival, recalca la volutaria del Marearock, aunque insiste en que por parte de la organizadora sí recibieron apoyo para desarrollar el espacio.
Cuando les explican que el espacio es no mixto, algunos chicos saltan a la defensiva. “Se acercan a que les expliquemos nuestra función y, una vez acabamos, nos dicen que es innecesario, que menudas feminazis, que esas cosas aquí no pasan, que a los hombres también les acosan”, lamenta Andrea. Luisa, por su parte, explica que algunos chicos se ponen violentos cuando ellas intentan parar una agresión y que su grupo ha tenido que plantar cara. La corresponsable del espacio en el Marearock (Alicante) narra un episodio vivido en el festival en el que varias chicas denunciaron agresiones sexuales por parte de un grupo de chicos, que fueron a celebrar una despedida de soltero, al que la seguridad del recinto ignoró pese a los reiterados avisos.
Aunque “queda mucho por hacer”, en especial en los eventos más masificados -ni en el FIB ni en el Low Festival se habilitó un punto violeta- y en el Arenal Sound la organización no tuvo muy claro si apoyarlo o no. En este último, la iniciativa partió de mujeres de todo el país que se juntaron en este festival, identificadas con brazaletes morados para, aparte de denunciar y evitar agresiones, promover un espacio de autodefensa.
La peor parte para las corresponsables es la ridiculización de su acción desde los efectivos de seguridad. Luisa critica que en el Festivern se recibieron muchísimas denuncias y que los responsables cuestionaban a las agredidas, le restaban importancia al suceso e incluso acusaron a algunas de ellas de “haber hecho llorar a los chicos”. Ante ello, los colectivos feministas abogan por que las empresas formen a los vigilantes con perspectiva de género y que sean los propios festivales los que organicen estos espacios. Como recuerdan, ellas son voluntarias que acuden a los festivales. “Si la organización no se implica y los vigilantes no se lo toman en serio, no puede salir bien”.
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