La casa de Salim, arrasada siete veces por los bulldozers israelíes
El gobierno israelí ha demolido la casa de Salim Shawamreh siete veces desde 1996. La primera vez, unos 300 soldados rodearon su casa, le preguntaron si era suya y le dijeron: “Tienes 15 minutos para coger tus cosas”. Salim, que estaba en el exterior, fue golpeado, pateado y detenido, cuenta.
Mientras, su mujer cerró la puerta con sus seis hijos en el interior, pero el ejército rompió las ventanas y tiró bombas de gas lacrimógeno. “Mis niños estaban llorando, mi mujer, en el hospital y yo, detenido”, relata Salim a eldiario.es. La excavadora no solo tiró su casa, sino que con ella destruyó los 53 árboles que Salim plantó en su finca. Así como el pequeño corral con animales que le había hecho a su hijo de tres años.
El Comité Israelí contra la Demolición de Casas (ICAHD), liderado por el activista Jeff Halper, trató de evitar, en vano, la demolición. Aquel acto de destrucción sería el principio de una larga historia de resistencia pacífica.
ICAHD les dio una tienda de campaña y se ofreció a reconstruir por primera vez la casa de la familia Shawamreh. Y así lo hicieron. En 1998 la casa todavía no estaba terminada y Salim y su familia aún vivían en la tienda de campaña. “Eran las cuatro de la mañana y los soldados nos sacaron de la tienda apuntándonos a la cabeza. Eran unos 100, tiraron otra vez la casa y nos dejaron sin nada, hasta se llevaron la tienda de campaña”, cuenta Salim.
La tercera reconstrucción de su hogar tampoco terminó bien. Con los últimos detalles ya preparados (muebles, pintura, etc.), el ejército israelí entró en su nuevo hogar. Solo pudieron pasar una noche. A las ocho de la mañana del día siguiente, otra vez, más de 100 soldados en la puerta y dos bulldozer. “Creo que estaban esperando a que nos metiésemos para tirarla”, se lamenta este padre de familia. “Los niños fueron al colegio y a la vuelta no tenían casa. No se trata solo de la destrucción de una casa, sino de la destrucción de una familia”.
Y así hasta cuatro veces más.
¿Por qué la casa de Salim?
Salim compró sus tierras en la localidad Cisjordana de Anata con la autorización de la administración civil. Antes de empezar a construir su casa intentó conseguir la licencia de construcción tres veces. “Cada vez que haces la solicitud son 5.000 dólares americanos”, asegura. La primera la rechazaron porque Israel había declarado el área como tierra agrícola; la segunda porque se trataba de unas tierras en la ladera de una montaña (Anata es una zona montañosa y todo el pueblo está en la montaña); y la tercera porque al parecer, en el proceso de venta de las tierras faltaban las firmas de dos de los antiguos propietarios. “La finca está registrada a mi nombre, la compré de forma legal y tuvo la autorización del gobierno”, explica Salim.
Jeff Halper, director de ICAHD, relata a eldiario.es que “aunque la mayor parte de Cisjordania es desierto, Israel lo declara tierra agrícola. Pero por supuesto que Israel construye casas para 600.000 colonos en la misma tierra”.
Halper explica que la selección de casas para demoler es totalmente arbitraria. “Solo en Jerusalén Este hay 20.000 hogares palestinos con orden de demolición y otras decenas de miles en el resto de Cisjordania. No pueden demoler todas, por lo que lo hacen a voleo. Las demoliciones son continuas y a ritmo lento de modo que nadie se sienta seguro”, indica.
Obligados a demoler sus propios hogares
Oficialmente, las excavadoras israelíes han aplastado 46.000 hogares palestinos con orden de demolición desde 1967. Pero según Jeff la cifra llega hasta 60.000. Esa diferencia se produce porque además de demoler las casas, los tribunales israelíes imponen multas de hasta 20.000 euros a los ciudadanos que construyen sin licencia. Esos mismos tribunales ofrecen a los palestinos demoler su propia casa a cambio de una reducción en la multa. El Gobierno se ahorra así los gastos de los bulldozer, la movilización del ejército y la presión mediática.
ICAHD centró su actividad en la demolición de casas porque “es muy visual, puedes comprobar que Israel no hace las demoliciones por razones de seguridad, aunque todas sus medidas las justifica como medidas contra el terrorismo”, comenta Jeff. “Es una forma muy buena para enseñar el hecho de que la ocupación es proactiva, no defensiva”.
Salim cree que “su principal objetivo es hacer nuestras vidas horribles y miserables, así nos vamos de esta tierra”.
Resistencia pacífica
Con todo, Salim sigue creyendo en la resistencia pacífica. “Quieren echarnos de esta tierra pero yo estoy y estaré aquí hasta que me maten o me muera”, cuenta el padre de familia. “La resistencia no violenta es el camino. Si nos movemos hacia algo más estaremos perdidos: ellos tienen armas y nosotros no tenemos nada”, añade.
En la actualidad, Salim y su familia no tienen casa y viven alquilados en un piso cerca de Ramala: “Vengo todos los días a mi tierra para demostrarles que sigo aquí. Nunca les daré la oportunidad de decir que este terreno está vacío para que se lo queden”.
Por su parte, Jeff, con una vida dedicada al activismo no violento (encarcelado en Mississipi por la lucha de derechos civiles en Estados Unidos y figura reconocida en el movimiento contra la guerra de Vietnam) hace un análisis diferente. “No necesariamente creo en la resistencia pacífica. A veces la lucha armada es necesaria”, opina. “La resistencia pacífica es útil si es efectiva”.
En su opinión, el mero hecho de intentar vivir una vida normal en Palestina es resistencia pacífica, pero Israel se encarga de hacerla imposible. “Si permitiesen la resistencia no violenta el mundo vería que no son solo terroristas. Por ello fuerzan a los palestinos a resistir usando la violencia y así pueden girarse y decir: 'Veis, son todos terroristas”, explica Jeff.