1.500 jóvenes tunecinos han desaparecido en el mar en cinco años
El día del quinto aniversario de la caída de Zine El Abidine Ben Ali, Latifa Shoikh descolgó del salón el retrato de su hijo Sabih, ató al marco una cinta roja con la bandera tunecina y se lo llevó a la calle. Ese día, el 14 de enero, miles de tunecinos salieron a festejar el aniversario de la Revolución. Latifa sostenía el retrato y gritaba en las escaleras del Teatro Municipal de la Avenida Habib Bourguiba junto a otras 20 madres y padres: “¡Devolvednos a nuestros hijos!”. Para ellos no había mucho que celebrar.
El fin de Ben Ali fue el principio de una búsqueda que todavía no ha terminado. Según las cifras oficiales, 572 jóvenes tunecinos desaparecieron en el mar entre 2011 y 2012. Las organizaciones no gubernamentales estiman que son unos 1.500. El hijo de Latifa es uno de ellos. Sabih tenía 32 años cuando se marchó. Estudió informática y había probado suerte en Egipto, sin éxito. En Túnez también era imposible encontrar un trabajo, así que, a pesar de sus reticencias iniciales, se animó a coger un barco y jugársela en el mar para llegar a Italia.
“Está vivo”, afirma su madre. Latifa saca del bolso una hoja impresa con la captura de pantalla de una emisión de la televisión francesa TV5: “Mira, es él. Es su ropa. Es mi hijo, podría reconocerle en cualquier parte”. En la imagen borrosa se ve a un joven de espaldas, vestido con cazadora marrón, a bordo de una barca con otras 65 personas. Apenas se distinguen sus rasgos. Latifa saca del bolso otro folio con la captura de pantalla de otro vídeo en el que un policía italiano registra una bolsa azul de deporte: “Es su bolsa. Llegó a Lampedusa”.
El último mensaje telefónico de Sabih
A las dos de la mañana del 29 de marzo de 2011 Sabih Suni envió un SMS a su hermano Ali: “Ya estamos en el barco. Vamos a Lampedusa”. “Tenía amigos en Bélgica que le convencieron para que emprendiera el viaje. Le decían que allí había oportunidades para trabajar”, relata Ali. Para reunir los 1.500 dinares (unos 750 euros) que le costó el pasaje, Sabih vendió algunos teléfonos y 'gadgets' electrónicos. El SMS fue su último contacto. Después, silencio. Nunca más volvieron a saber de él.
La presión de las familias consiguió que en junio de 2015 el Gobierno tunecino pusiera en marcha una comisión de investigación para aclarar la suerte de estos jóvenes. Algunos de ellos consiguieron llamar a casa desde centros de detención en Italia y explicaron que las autoridades italianas les habían recluido. Es la comisión quien debe estudiar los vídeos y las pruebas de ADN y fotografías que han enviado las familias para cotejarlas con los archivos de la Administración italiana.
Romdhane Ben Amor, encargado del dosier de los desaparecidos en la ong Foro Tunecino por los Derechos Sociales y Económicos no es optimista. Los jóvenes se embarcaron en embarcaciones muy precarias: “Estamos convencidos de que la mayor parte de ellos están muertos, pero no podemos decirle eso a las familias. No lo aceptarían. En nuestra cultura, si no hay cadáver, no ha muerto”, explica.
Según los datos que maneja el Foro, el 55% de los jóvenes que se fueron en 2011 y 2012 salieron de las zonas del interior de Túnez, las más deprimidas. El otro 45% procedía de los suburbios de la capital. “Aprovecharon la caída del régimen para huir. Pensaban que Túnez no iba a cambiar en un período corto de tiempo y no podían esperar a un período de transición”, añade Ben Amor.
“Es el mar o la yihad”
Con una tasa de desempleo juvenil del 50%, cinco años después los jóvenes tunecinos siguen reclamando paz y trabajo. Esta semana, al menos 23 personas han resultado heridas en una protesta en Kasserine, al oeste del país, una de las zonas más pobres de Túnez en la frontera con Argelia, escenario frecuente de enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad tunecinas y grupos terroristas. La policía dispersó a los manifestantes con gas lacrimógeno. La manifestación se organizó dos días después del suicidio de un joven desempleado, Ridha Yahyaoui, que murió electrocutado mientras protestaba porque su nombre desapareció de la lista de nuevos empleos en un concurso público.
El caso recuerda demasiado al que protagonizó el joven Mohamed Bouazizi, que se inmoló en Sidi Bouzid en diciembre de 2010. Fue el inicio de la Revolución. “Todavía está presente el deseo de partir. Tememos una segunda oleada de jóvenes que decidan echarse al mar en busca de un futuro”, señala Ben Amor. “El gobierno tunecino emplea todos los recursos en la lucha contra el terrorismo. En estos cinco años no se han preocupado de crear infraestructuras, empleos y lugares de ocio”, añade.
El pasado 14 de enero, el presidente Beji Caid Essebsi anunció la celebración de un congreso en primavera dedicado a conocer las necesidades de la juventud: “Ha llegado la hora de protegerles de los malos vientos que les llevan a embarcarse en el mar o que les quitan la razón cuando se dejan llevar por la desesperación y el lavado de cerebro”, dijo en su discurso con motivo de los cinco años de la caída de Ben Ali.
Más de 6.000 jóvenes tunecinos se han unido a las filas de los grupos terroristas en Siria, Irak o Libia. Entre 20.000 y 25.000, según las cifras del Foro, han emigrado a Europa. “Es el mar o la yihad”, sentencia Ben Amor. Las familias se aferran a los resultados de la comisión de investigación, intentando mantener la esperanza. “Sí, está vivo”, insiste Latifa apretando contra el pecho la fotografía de su hijo. “No tenemos pruebas de lo contrario”.