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Así se organizan los jóvenes de una peligrosa favela de Río contra la violencia policial

Policía militar en el complejo de Caju. | Fotografía: Luiz Baltar/Anistia Internacional

Agnese Marra

Río de Janeiro (Brasil) —

A la una de la tarde, el sol pega fuerte en la ladera del Complejo del Alemán. Unas ráfagas de viento que auguran una de esas tormentas rápidas alivian el calor pegajoso de Río de Janeiro. Todo parece tranquilo a pocos metros de esta favela, conocida por ser una de las más peligrosas de la ciudad.

Renata Trajano recoge a los periodistas en coche para subir hasta su casa. “No le aconsejo a nadie que venga solo”, advierte. El viaje dura unos diez minutos de subida por las retorcidas y empinadas calles de la comunidad. El dueño del auto, un amigo suyo, en su tiempo libre sube a los vecinos y amigos por un módico precio.

En los tejados que están pegados a la casa de Renata se ve a un grupo de niños que juega con cometas. Un poco más abajo, la dueña de una tienda de ultramarinos sale a vender unas latas de guaraná a unos chavales que matan el tiempo sentados en una moto. Nada parece indicar que en las últimas 48 horas estos vecinos se habían quedado encerrados en sus casas a la espera de que acabara un tiroteo continuado entre policías y narcos. Renata da una pista y enseña una marca de bala en una de las columnas de ladrillo que sostienen su terraza: “Esa no fue de ayer, ya tiene años”.

Esta mujer de 36 años, profesora de enseñanza básica en paro, es una de los ocho componentes del colectivo Papo Reto (en la jerga carioca quiere decir “hablar sin pelos en la lengua”). Este grupo de jóvenes nacidos en el Alemán utilizan sus móviles y cámaras para proteger a los vecinos y denunciar la violencia policial. Los medios tradicionales no les escuchaban y decidieron ser ellos los que darían las noticias.

La paz que no llega a las favelas

En 2010 el Gobierno de Río de Janeiro dio inicio a sus políticas de pacificación de favelas. Faltaban seis años para los Juegos Olímpicos y no querían ningún problema. La ciudad carioca no es como otras urbes brasileñas, donde las villas miserias crecen en los márgenes. En Río de Janeiro las favelas están dentro de la ciudad. Ricos y pobres, codo con codo.

El secretario de Seguridad de la época, José Beltrame, se propuso implantar las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las comunidades en las que antes nadie se atrevía entrar. El Alemán era una de ellas, una favela de 200.000 habitantes con trece barrios que se reparten por las laderas de un gran morro. Desde la terraza de Renata las vistas son espectaculares. Al fondo se ve el estadio de atletismo en el que meses antes compitió Usain Bolt.

La paz nunca llegó al Alemán, quizá porque para intentar instalarla usaron la represión policial. Fue a finales de 2010 cuando el Batallón de Operaciones Especiales (BOPE) y las Fuerzas Armadas decidieron echar a tiros a los narcotraficantes. El ataque duró horas y se retransmitió en directo en televisión, con escenas al más puro estilo de Apocalypse Now. Encarcelaron a algunos de los peces gordos del morro, e instalaron la UPP que, en teoría, funcionaría para proteger a los vecinos. En la práctica sucedió todo lo contrario.

“Hace años que vivimos en guerra, uno se acostumbra a la violencia”, dice con cansancio y con el escepticismo de alguien que ya ha visto muchas cosas. Renata es una mujer tan seria que parece desconfiada, solo se ríe cuando critica a Neymar “por caerse tanto”, y se anima cuando presume del Flamengo, su equipo del alma: “No podía ser otro”.

Renata explica que los tiroteos pueden ser semanales, pero que durante largas temporadas han sido diarios. Su móvil, del que más tarde dirá que es su “fusil”, tiene grabados decenas de audios con lluvias de disparos. Reproduce uno. También hay vídeos, como el de aquel día en que tuvo que quedarse horas en una tienda porque los policías habían comenzado un nuevo tiroteo en esa misma calle.

Cuando los disparos le pillan en casa, dependiendo de la cercanía de los tiros, se tumba en el suelo para no arriesgarse a que le dé una bala perdida. Esa es la forma más fácil de morir en una favela de Río de Janeiro, pero también en el país en el que cada 23 minutos se asesina a un joven negro. Renata es joven y negra, y lo tiene muy claro: “Soy muy consciente de que aquí puedo morir en cualquier momento. Algún día me puede llegar ese disparo”.

El móvil como arma

En 2011 el Estado ofreció al Complejo del Alemán un teleférico que facilitaba a los trabajadores el acceso a las partes altas de la favela. La obra costó 90 millones de euros y, dos meses después de acabar los Juegos Olímpicos, dejó de funcionar porque el Estado no podía pagar su mantenimiento: “Nosotros pedimos escuelas, que nos construyan centros de salud, que tengamos condiciones mínimas de salubridad en el barrio, pero ellos sólo nos ponen policía y ese teleférico pensado para turistas. Para nosotros, siempre fue inútil”, reclama Renata.

La violencia permanente y el abandono del Estado estallaron en 2013, después de semanas de lluvias intensas que dejaron a más de 200 vecinos sin casa. “Nadie nos ayudaba, ni siquiera mandaban comida. Tuvimos que organizarnos entre nosotros para realojar a los que habían perdido sus casas”. Fue el click que necesitaban estos ocho jóvenes, todos involucrados en derechos humanos desde hacía tiempo, para decidirse a crear Papo Reto.

Son cuatro hombres y cuatro mujeres vinculados a las tecnologías de la información que se dieron cuenta de que la única forma de protegerse era cuidando los unos de los otros: “El Estado viola permanentemente nuestros derechos más básicos, no podemos contar con ellos”. Papo Reto puso en marcha una web, un blog, una cuenta en Facebook y un grupo de WhatsApp.

El móvil es su arma. Con él se dedican a documentar los casos de violencia que denuncian los vecinos, los cuelgan en sus redes y, de vez en cuando, los medios tradicionales publican su material. “Los periodistas no se atreven a venir por aquí y a las televisiones no les interesa contar nuestros muertos”, dice Trajano.

El grupo de WhatsApp (con 257 inscritos) funciona para alertar sobre las zonas de riesgo: “Es una favela enorme y puede haber un tiroteo en una zona pero en otra no, entonces indicamos cuál puede ser el mejor camino o dónde puede haber policía”. Esa última opción se entiende como un peligro.

Eduardo Jesús: el Aylan del Complejo del Alemán

Renata no se olvida de la foto que enviaron al grupo de WhatsApp el 2 de abril de 2015. “No quería mirarla, me negaba a que fuera cierto”. Primero les llegó un mensaje escrito que anunciaba que el hijo de Terezinha había muerto: Eduardo Jesús, de diez años, con un disparo en la cabeza en la puerta de su casa. Una de esas balas perdidas de un fusil 7.62. “No quería creerlo, pero al ver la foto salí corriendo para allá”.

Los chicos de Papo Reto fueron los primeros en llegar al lugar. Los vecinos se amontonaban alrededor del cuerpo. La madre del niño gritaba desesperada a los policías que habían disparado el tiro de gracia.

Renata, la mediadora de conflictos dentro del colectivo, tuvo que poner en práctica más que nunca se experiencia: “Los vecinos estaban enloquecidos, querían salir a quemar autobuses para demostrar su indignación. Tuve que calmarles porque si hacían eso, iba a ser peor, nos iban a culpar a nosotros”.

La otra preocupación de Renata era que la policía no alterara la escena del crimen, una práctica habitual denunciada por Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Papo Reto sacó fotos de todo para que en un futuro juicio no fuera la palabra de los vecinos contra la de la policía: “Necesitábamos pruebas”.

Los policías llegaron horas después. Durante horas el cuerpo de Eduardo Jesús quedó tirado en la puerta de su casa: “Fue uno de los días más difíciles de mi vida. Defender los derechos humanos no es salir con una pancarta a protestar, sino estar al lado de una madre que llora la muerte de su hijo”.

La muerte de Eduardo Jesús fue un antes y un después para Papo Reto, para bien y para mal. “Somos los más famosos de la favela”, bromea Renata en uno de esos pocos momentos en los que suelta una gran sonrisa. Los vecinos los adoran porque se sienten protegidos, pero la Policía se la tiene jurada. Reciben constantes amenazas, la frase más repetida es esa de “la próxima bala perdida te puede tocar a ti”. Por eso los ocho siempre comunican al grupo dónde están y cuándo vuelven a casa: “Si alguno tarda mucho en responder, nos volvemos locos”.

Desde 2015, la ONG Witness, fundada por el cantante Peter Gabriel, les subvenciona con smartphones de última generación para poder cumplir su trabajo. Witness se encarga desde hace 23 años de ayudar a grupos de activistas que están en zonas de conflicto a utilizar con seguridad móviles y otras herramientas de vídeo para denunciar violaciones de derechos humanos.

Papo Reto fue uno de los premiados por Witness a finales de 2015 y algunos miembros del colectivo fueron invitados a universidades de México, Colombia y Estados Unidos para contar cómo es su trabajo. En el último año están ayudando a implantar su modo de trabajo en otras favelas de la ciudad.

Papo Reto no gana ningún dinero. La mayoría de sus componentes tiene otros trabajos relacionados con comunicación y ninguno de ellos se plantea dejar el Alemán. Renata vive con su hija de 17 años y con su madre de 77, lleva toda la vida en su casa con vistas, en la parte alta de la favela: “Mi vida está aquí, mi pueblo está aquí. Nos levantamos con tiros y nos dormimos con tiros, pero mi patria es el Alemán”.

La madre de Eduardo Jesús, Terezinha, sí abandonó esta favela meses después de la muerte de su hijo. Regresó a Piauí –en el norte del país– con sus dos hijas, su nieto y su yerno. El padre, se quedó un tiempo más para seguir la denuncia que el Ministerio Público de Río de Janeiro interpuso contra los policías.

Hace dos meses el Tribunal de Justicia anunció que archivaba el caso por considerar que la Policía actuó en “legítima defensa”. El pasado sábado, otra niña de dos años murió por una bala perdida cuando jugaba en la puerta de un restaurante de Río de Janeiro. Sucedió en la zona norte, a pocos metros del Complejo del Alemán.

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