Cientos de migrantes atrapados en la burocracia italiana sobreviven en un campamento que trae de cabeza a Salvini
“Nos escapamos por miedo al Gobierno italiano, que no nos quiere, y ahora queremos irnos a otro país”, explica Abu (nombre ficticio). Forma parte de un grupo de jóvenes eritreos que fueron detenidos hace una semana por la Policía en un campo habilitado por la organización Baobab para migrantes en Roma. Allí habían ido a parar desde otro centro, situado en la pequeña localidad de Rocca di Papa, adonde fueron llevados tras pisar tierra firme.
Abu y sus compañeros son algunos de los rescatados en aguas del Mediterráneo por el barco militar Diciotti, que quedó retenido en el puerto de Catania por orden del ministro del Interior, Matteo Salvini. A finales de agosto, el ministro de Interior permitió el desembarco de los 138 migrantes que quedaban a bordo tras cinco días de bloqueo. Mientras la Fiscalía de Agrigento abría una investigación contra el líder de la Liga por posible secuestro ilegal, los migrantes, en su mayoría eritreos, eran repartidos por distintos centros del país. Abu decidió marcharse y terminó en el campo, sus compañeros también.
“Solo estábamos haciendo una fila para ser atendidos por el personal de Médicos Sin Fronteras cuando la Policía vino sin ningún motivo y nos detuvieron”, dijo, en declaraciones al diario La Repubblica, otro de los 16 jóvenes eritreos retenidos en la Oficina de Inmigración de Roma tras una contundente operación policial que contó con cuatro vehículos blindados, siete de la Dirección de Investigaciones Generales y un autobús. Posteriormente, fueron puestos en libertad.
Ahora, todos ellos, junto con otras 35 personas más entre mujeres, hombres y niños, están tratando de salir de Italia. Se encuentran desde este lunes en Ventimiglia, una pequeña ciudad italiana cuya frontera con Francia se ha convertido en una fortaleza para quien intenta cruzarla, según las ONG locales. “Quieren ir a Francia o a Alemania y desde aquí es más fácil”, afirma Andrea Costa, el responsable de Baobab, que los ha acompañado en el viaje. Su organización, según explica, ha acogido a hasta 80 migrantes procedentes del Diciotti durante unos días.
El activista teme que con el foco mediático puesto en el campamento de Baobab, el líder ultaderechista de la Liga Norte quiera desalojar a las 300 personas migrantes que allí se encuentran. “Parece que ahora seamos el enemigo número uno de Salvini, y nos preocupa”, asegura, en respuesta a las alusiones que han recibido en los últimos días del también vicepresidente del Gobierno italiano, quien ha cargado contra las personas de Eritrea: “¿Pobrecitos que huyen de la guerra? No, pobrecitos que huyen de la ley”. Los graves abusos contra los derechos humanos en Eritrea han sido denunciados de forma reiterada por ONG especializadas y Naciones Unidas.
Meses en precarias condiciones
Situado en un aparcamiento de una antigua fábrica próxima a la estación de tren y autobús de Tiburtina, en el noreste de Roma, unas 300 personas –de unas 30 nacionalidades del norte y centro de África y Oriente Medio– conviven en este campamento rodeados de ratas y suciedad. Los voluntarios italianos, españoles y de otros países tratan de brindarles apoyo con tiendas de campaña, comida, agua y ropa, además de asistencia legal, médica y otras ayudas.
Nadie quiere estar allí, pero a muchos no les queda otra. “Le he dicho a mi hijo que estoy durmiendo en un hotel, no quiero que se entere de en qué situación me encuentro”, confiesa Mohamed, un hombre tunecino de 52 años. La mayoría aquí son hombres; también hay de vez en cuando mujeres y niños. Todos esperan a que Italia, el país al que llegaron por primera vez hace diez años en unos casos o menos tiempo en otros, les renueve el permiso de residencia o de pasaporte.
El proceso se dilata un mínimo de cuatro meses por el que el solicitante debe pasar varias fases y se puede alargar más de medio año, reconoce Giovanna Cavallo, asesora legal de la asociación italiana Baobab. Algunos han llegado desde Francia, España o Alemania para poder renovar sus papeles, explica esta voluntaria. “No tiene ningún sentido que estas personas tengan que volver a Roma”, sostiene. Según la normativa comunitaria de asilo, el Reglamento de Dublín, el Estado Miembro donde el solicitante de asilo ingresó por primera vez, en este caso Italia, es el encargado de expedir y posteriormente renovar cada dos años su permiso de residencia.
Su llegada a Italia fue, como los eritreos del Diciotti, a bordo de barcazas que partieron desde Libia, donde se han documentado numerosos abusos que convierten el país vecino en un “infierno” para la población migrante. “Allí la vida de las personas vale menos que la de los pollos”, señala Suak, nigeriano de 37 años que detalla que en su país de origen la televisión les vende “las bondades” de Europa. “Nos dicen que es el paraíso y hasta que no te juegas la vida y llegas, no te das cuenta de que nos han engañado”, añade.
Yaya estuvo a punto de morir en el Mediterráneo en 2014. Este gambiano de 34 años se embarcó junto a 105 personas en un barco rumbo a Italia; 71 perdieron la vida en el trayecto. “La mayoría de las mujeres murieron antes de rescatarnos, algunas embarazadas. Recuerdo especialmente una que estaba muy embarazada”, comenta ahora. Madi, un joven de 26 años de Mali, da “gracias a Alá” por haber sido rescatado por la Guardia Costera italiana junto con otro centenar de personas en una barcaza a la deriva durante 12 días. “No lo volvería a intentar”, señala.
Y después de jugarse la vida en el mar, la mayoría de estas personas han logrado rehacer sus vidas en distintos países de Europa. Vidas que cada 24 meses se ponen en paréntesis burocrático para renovar sus documentos legales. Esto hace que en algunos casos pierdan sus trabajos, como explica Josef, natural de Afganistán, y hasta hace poco pinche de cocina en Sicilia. Otros en cambio, buscan algún empleo esporádico durante el trámite, como es el caso de Mohamed, que oculta con un guante la cicatriz de su pulgar izquierdo con la esperanza de ser contratado como peón de reformas de viviendas.
Pero no todos los que llegan a este asentamiento de la vía Gerardo Chiaromonte tienen la expectativa de seguir residiendo en Europa. Varios residentes sopesan la posibilidad de regresar a sus países de origen en los próximos meses o años. “Mi familia, mi hijo, están en Gambia, quiero volver cuanto antes”, aduce Wara, de 27 años. Con 10 años más, Suak espera acogerse a un plan de retorno a Nigeria. También confía en quitarle a su hermano de la cabeza la idea de migrar. “Le envío fotos del campo para mostrarle que en Europa no vivimos en palacios rodeados de oro, sino en tiendas rodeados de ratas”.
Amenaza de cierre
La organización Baobab lleva realizando una labor constante desde que se constituyeron en la primavera de 2015 con el primer campamento, el situado en la vía Cupa, al que le siguió el de piazzela Maslax; ambos desmantelados por la policía. El actual, el de Baobab, se puso en marcha hace año y también corre el peligro de desaparecer.
En las últimas semanas, varias máquinas excavadoras se están empleando a fondo para delimitar el terreno privado con la intención de proyectar un gran jardín donde ahora están las tiendas de los refugiados. “Confiamos en el que al ser esto Italia e ir todo tan despacio, se demoren varios meses antes de que nos echen”, comenta con cierta ironía Miriam Elmeinar. A esto se une las presiones que en redes sociales ha protagonizado el propio Salvini señalando a esta ONG en los últimos días.
“Hemos consultado a un buen abogado y nos dice que no estamos haciendo nada ilegal y que si nos llevan a juicio no nos pueden hacer nada”, responde Andrea Costa. “Sí que pueden desalojar el campo pero no creo que les interese dejar a 300 personas por las calles de la ciudad”, añade.
En todo este tiempo, Baobab se han convertido en un punto de encuentro donde distintas organizaciones y voluntarios que acuden a título individual se esfuerzan en echar una mano. Desde febrero de este año, la ONG española No Name Kitchen se ha sumado a la labor aportando comida, ropa, tiendas para dormir y asistencia legal. “Estábamos presentes en la ruta de los Balcanes. En Serbia y Bosnia vimos que aquí también hacía falta ayuda, y por eso vinimos”, señala uno de los fundadores, el asturiano Bruno Álvarez.
La ONG sirve los desayunos y da soporte en las comidas y cenas que organiza Baobab. Pero sigue haciendo falta más comida. La NNK también rastrea la ciudad en busca de donaciones de alimentos que ya vienen haciendo algunos locales. La red de voluntarios también suministra unos mil litros diarios de agua que extraen de una fuente pública cercana y depositan en un tanque cargado en una furgoneta de la plataforma de Ayuda a las Personas Refugiadas de Siria de Elche.
También duermen en este enclave las integrantes de Support Convoy, organización alemana que ofrece duchas calientes portátiles dos veces cada jornada. Asimismo, varias veces por semana acuden al recinto organizaciones como Médicos Sin Fronteras y Médicos del Mundo que proporcionan asistencia física y mental a los refugiados, que a su vez reciben asesoramiento legal de la ONG Italian Refugee Council.
Frente a la falta de acción de las administraciones públicas, esta amplia red humanitaria y ciudadana está aportando unas condiciones dignas mínimas a aquellas personas que se jugaron la vida en el Mediterráneo para llegar a Europa y que, una vez aquí, se quedan encalladas en la burocracia italiana.