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Emergencia climática: estamos en tiempo de descuento
El calentamiento del planeta y sus efectos han dejado de ser ya un pronóstico científico para convertirse en una realidad presente que, según todos los indicios, tiende a agravarse. Las acciones de los gobiernos para limitar a 1,5 grados, 2 a lo sumo, el calentamiento de la Tierra, según lo establecido en el acuerdo de París de 2015, no parecen suficientes. Desde entonces las emisiones de gases invernadero no solo no se han reducido, sino que han aumentado.
En este contexto se celebra la Cumbre del Clima de Glasgow o COP26 del 1 al 12 de noviembre, que llega tras su suspensión el año pasado como consecuencia de la COVID-19. Una cumbre en la que se discutirán los temas que quedaron pendientes en la COP25 en Madrid, que deberían cerrar las discusiones pendientes para poner en marcha todos los mecanismos previstos en el Acuerdo de París, y que no parece que las cosas están como para ser optimistas. Tal como señala un informe titulado 'De Madrid a Glasgow' elaborado por la organización Ecologistas en Acción “a pesar de las muchas prórrogas, los compromisos actuales de los países son un fracaso colectivo y no cumplen con las indicaciones científicas, y no se puede dejar la lucha climática a la voluntad de los mercados y de los intereses fósiles”.
Para Ecologistas en Acción, esta es una nueva llamada de alerta de la ciencia que sigue siendo ignorada por el conjunto de la comunidad internacional, como muestra la presentación de nuevos compromisos de los países bajo el Acuerdo de París, conocidos como NDC.
Unos documentos que han sido analizados por las Naciones Unidas y que han concluido en su análisis que “se espera que el nivel global total de emisiones de GEI en 2030, […] sea un 16,3 % superior al nivel de 2010. Para ser coherentes con las vías de emisión global sin rebasamiento limitado o nulo del objetivo de 1,5 °C, las emisiones antropogénicas netas mundiales de CO2 deben disminuir en aproximadamente un 45 % desde el nivel de 2010 para 2030, llegando a cero neto alrededor de 2050. Para limitar el calentamiento global a menos de 2° C, las emisiones de CO2 deben disminuir en aproximadamente un 25 % con respecto al nivel de 2010 para 2030 y llegar a cero neto alrededor de 2070”.
Dicho de otro modo, la falta de ambición de los gobiernos está condenando al planeta a un calentamiento global muy superior a los 3 °C que tendrá consecuencias catastróficas.
A este nuevo documento le precede la publicación del 6º Informe de Síntesis del Panel Intergubernamental de Científicos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC), filtrado a los medios de comunicación a primeros de agosto, que alerta de que “las decisiones que tomen las sociedades ahora determinarán si nuestra especie prospera o simplemente sobrevive a medida que avanza el siglo XXI”. Algunas de las cuestiones más importantes del citado informe son las siguientes:
- “Las emisiones actuales son incompatibles con el Acuerdo de París por lo que es absolutamente obligatorio reducirlas de una forma inmediata y contundente”. Estamos en tiempos de descuento. En una década y media podemos sobrepasar un aumento de la temperatura de 1,5ºC, que el citado acuerdo señalaba que era conveniente no hacerlo para finales del presente siglo XXI.
- “El calentamiento global asociado a los distintos escenarios de emisiones publicados oscila entre menos de 1,5ºC y más de 5ºC para 2100 en comparación con los niveles preindustriales. Los escenarios de referencia sin nuevas políticas climáticas conducen a un calentamiento global medio de entre 3,3ºC y 5,4ºC”.
- “La preservación medioambiental no es compatible con el crecimiento económico. Esto es literalmente un escenario de adaptación al decrecimiento”, aunque parece que se trata de una palabra maldita, de la que no se quiere hablar por parte de los poderes públicos y económicos. Pero tarde o temprano, y más bien esto último, o realizamos un decrecimiento planificado y ordenado, o se impondrá el decrecimiento por las buenas o por las malas.
En lo que respecta a Euskadi, “con un calentamiento global de 1,5 °C se producirá un aumento de las olas de calor, se alargarán las estaciones cálidas y se acortarán las estaciones frías; mientras que con un calentamiento global de 2 °C los episodios de calor extremo alcanzarán con mayor frecuencia umbrales de tolerancia críticos para la salud”. Según los estudios realizados por el Gobierno vasco y otras instituciones u organismos, uno de los impactos más importantes de seguir así, será el ascenso del nivel del mar máximo proyectado para la costa vasca que será de 49 cm para finales de este siglo. Este ascenso aumenta el riesgo de inundación en zonas urbanas costeras y portuarias, y los acuíferos costeros, que en ocasiones sirven de abastecimiento de las poblaciones cercanas, podrían sufrir contaminación por agua salada. Puertos como el de Ondarroa, Deba y Zumaia se encuentran a una altura de menos de 30 cm sobre la pleamar máxima prevista para finales de siglo. Por tanto, estos puertos serían fácilmente rebasables. Las playas y arenales constituyen uno de los elementos más vulnerables al ascenso del nivel del mar, que provocará un retroceso del 25% al 40% de su anchura, y algunas de ellas desaparecerán.
El pasado martes fue aprobado y presentado por el Gobierno vasco el Plan de Transición Energética y Cambio Climático (2021-2024), que trata de marcar una serie de medidas que intenten poner freno a las causas antrópicas del calentamiento global. La estrategia aborda también la adaptación a sus efectos. Una de sus 15 iniciativas “emblemáticas”, como las definió la consejera de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente, Arantxa Tapia, traza los pasos a seguir para que los municipios e infraestructuras costeras estén preparados “para el reto climático”. Es decir, para lidiar con la subida del nivel del mar.
En el citado plan, el Gobierno vasco plantea como ejes de la transición energética el de lograr “una ordenación ejemplar del territorio para el desarrollo de las energías renovables”; “un ecosistema de producción y consumo de hidrógeno”, y “reducir las emisiones de GEI de Euskadi en al menos un 40% para 2030 y un 80% a 2050, respecto a los niveles de 2005”.
Sin desdeñar, ni mucho menos, algunas cuestiones muy interesantes del citado plan, echo de menos que no se aborde la necesidad de una reducción drástica del consumo de energía. La lucha contra el cambio climático y la transición energética deben de tener en cuenta cuestiones tan fundamentales como cuánta energía se necesita, cuánta necesitamos para vivir bien y en qué medida debemos bajar el consumo energético si queremos conseguir los objetivos de reducción de emisiones, que la UE cifra en cero emisiones en 2050, pero que, tal y como proclaman científicos y organizaciones ecologistas, deberían ser más ambiciosos, adelantando las emisiones neutras en carbono para 2040.
En lo que respecta a crear “un ecosistema de producción y consumo de hidrógeno en Euskadi”, se plantea destinar un presupuesto de 3,3 millones de euros, sin aclarar muchas cuestiones, ya que se presta a diversas interpretaciones. Así, se habla en ocasiones de “hidrógeno verde”, y llama poderosamente la atención que se le califique como energía renovable. El hidrógeno como tal no es una fuente de energía que se pueda hallar directamente en la naturaleza, como ocurre con el viento y el sol, sino que su obtención exige un proceso.
Hay varias formas básicas para conseguirlo. La primera es por un reformado químico de gas natural, que da como resultado lo que se conoce como hidrógeno gris, que ya se usa en algunas industrias para refinar o purificar gasolinas o gasóleo, pero que en el proceso se emiten gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático.
La otra opción es el llamado hidrógeno verde, un gas que se obtiene de la separación del agua por la acción de electricidad proveniente de una fuente de energía renovable. Para conseguir hidrógeno verde se requiere de una inversión energética previa, a través de plantas fotovoltaicas o solares, lo que implica que al final del proceso haya una pérdida de eficiencia notable. Su fabricación y almacenamiento tiene importantes pérdidas, que podrían reducir la eficiencia del proceso al 30% en muchas de sus aplicaciones, e incluso más. Por ejemplo, para producir 35 kw de energía de hidrógeno verde tienes que emplear 55 kw de energía renovable, con lo que al final se genera una pérdida de eficiencia importante y no sea muy rentable.
Otra cuestión de importancia son los objetivos de reducción que, en el caso de Euskadi, tal como marca la Estrategia de Cambio Climático del País Vasco KLIMA 2050, es reducir las emisiones de GEI de Euskadi en al menos un 40% para 2030 y un 80% a 2050, respecto a los niveles de 2005. No obstante, esos objetivos están muy por debajo de los europeos, que es del 55% para 2030 y del 100% para 2050.
Finalmente, un tema de excepcional importancia que no se cita para nada es la fiscalidad ambiental. Para avanzar en objetivos ambiciosos de mitigación, se necesita un modelo de fiscalidad ambiental que penalice actividades y conductas, de acuerdo al principio de “quien contamina paga y quién más contamina, más paga”. Especialmente, en el sector del transporte, que es uno de los que más ha aumentado en emisiones en Euskadi desde 1990.
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