Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El estruendoso silencio de la derecha
Lo de una multitud apaleando a un muñeco revestido con los atributos del poder mientras grita aquello de “vivan las cadenas” o garruladas similares, es tan viejo como la propia historia de España. Las imágenes de esta Nochevieja, con esa panda de energúmenos, bien pertrechados de banderas franquistas y todo tipo de simbología antidemocrática y anticonstitucional, ahorcando un pelele que simboliza al presidente del Gobierno, a la máxima representación de la voluntad y la soberanía de la ciudadanía española, es el mejor retrato de esa España inmensamente minoritaria, nostálgica de aquellos tiempos de palizas y purgas con ricino a quienes consideraban fuera de la normalidad que ellos imponían; de los tiempos en los que entre el párroco, el boticario y el terrateniente redactaban los censos de vecinos 'fusilables'.
Pero, pasado el bochorno y la vergüenza ajena que en buena parte de la ciudadanía generan este tipo de imágenes, lo que realmente retumba, el verdadero estruendo que queda en el ambiente, es el que genera el silencio de la derecha. Esa contemporización, la justificación o relativización de este tipo de manifestaciones, sus palabras tibias y ambiguas, no están tan lejos de aquella vieja estrategia de dejar que unos agiten el árbol con la esperanza de que ellos, agazapados detrás de la tapia, puedan pasar después a recoger los frutos. Otra vez volvemos a escuchar aquellas excusas de mal pagador, aquello de que está mal lo que hacen, pero, siempre ese maldito “pero” cómplice, en el fondo quizá no les falte razón.
Los que somos de pueblo y alguna vez hemos saltado la tapia del convento con la intención de robarle manzanas a las monjas, más por sentir la adrenalina de quien se zambulle en lo prohibido que por la fruta en sí, sabemos que esa estrategia de retaguardia la tuvo que inventar alguien de ciudad. Nadie agita el árbol por el mero placer de verlo moverse. Si lo hace es porque quiere los frutos para él. Quien venga por detrás a aprovecharse del envite ajeno, tendrá que conformarse con las pochas, las rotas y las magulladas. Que se lo pregunten, si no, al PNV de Gipuzkoa.
Un silencio, el de la derecha, que recorre los peores años de la historia contemporánea de Europa. Un silencio que comenzó en Italia, cuando la derecha democrática decidió mirar para otro lado mientras las bandas de matones comenzaban a amenazar a sindicalistas y políticos de izquierda. Silencios como el de Pamplona, donde la derecha celebraba en las calles y en sus medios de comunicación el miedo de militantes socialistas a tomar su acta de concejal, señalados por una turba minoritaria pero envalentonada. Silencios como los que vivimos durante las semanas previas a la investidura democrática del presidente del Gobierno, con trogloditas cantando el cara al sol y el brazo alzado al estilo romano, frente la sede de un partido político. Pero también el silencio de la derecha ante las manifestaciones que, frente a su propia sede, forzaron al presidente de su partido a dimitir, saltándose a la torera sus propias normas internas. Silencio, en definitiva, ante una corriente, minoritaria pero ruidosa, que ha decidido que su ruido, su voces, sus amenazas, pueden llegar a condicionar la vida política de este país. O, al menos, lo pretenden.
No son tiempos para la tibieza o para silencios cómplices. Ahora, cuando la radicalidad quiere volver a apoderarse de nuestras calles, cuando quiere enmudecernos con sus bravuconadas y sus manifestaciones antidemocráticas, ahora, como tantas y tantas veces, es preciso que alcemos la voz, no nos callemos ni miremos hacia otro lado. Que nuestro silencio jamás sea su cómplice. Que nadie lo pretenda emplear para agitar el árbol de la discordia y el enfrentamiento. Que nadie pueda recoger con nuestro silencio el fruto del odio y la sinrazón.
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