El coronavirus al otro lado de la frontera: anticipación y política en voz baja, la receta portuguesa contra la pandemia
Los pueblos fronterizos con Galicia ya adoptaban medidas drásticas contra el coronavirus cuando en Portugal todavía nadie había muerto por la enfermedad. Cerraban sus piscinas públicas, supendían programas culturales transfronterizos. El 11 de marzo, el Gobierno del socialista António Costa cortaba los vuelos de conexión con Italia. Y el 16, unas horas después de que España confinase a la ciudadanía, declaraba el estado de alerta, clausuraba colegios y bares, y reinstauraba sus fronteras con el territorio español. La diferencia era que en España habían caído 335 personas víctimas del COVID-19, dos de ellas en Galicia. En Portugal, una, y se habían detectado 331 contagiados.
Casi un mes después, son 535 los fallecidos portugueses y 16.934 los casos positivos. La epidemia está registrando una mayor incidencia en las regiones del norte, donde han muerto 303 personas y hay 9.984 infectados. Allí se encuentra el principal epicentro de la enfermedad, Porto -segunda ciudad del país tras Lisboa- y su área metropolitana. También Braga, la tercera por población. La relación del norte portugués con Galicia es muy intensa: el 49% del tránsito entre España y Portugal discurre a través de la frontera gallega, y el aeropuerto Sá-Carneiro, en Porto, presta servicio a la comunidad. Hacia el sur, el coronavirus parece ir perdiendo fuerza. Toda la enorme extensión del Alentejo, zona agrícola de latifundio a la altura de Extremadura y Andalucía, no ha registrado ninguna muerte. Y solo 140 enfermos.
El país, con algo más de diez millones de habitantes, fue aprobando prácticamente a la vez que España una estrategia dura de combate contra el virus. Con un ritmo de infección mucho menor, dos días después de aprobar el estado de alerta, el presidente de la República, el peculiar Marcelo Rebelo de Sousa, decretaba el de emergencia. Era 18 de marzo, habían muerto dos personas y eran 642 los enfermos, pero en Portugal estaba todo cerrado excepto las farmacias, los supermercados, las gasolineras y los restaurantes con servicio a domicilio. El estado de emergencia se renovó el 2 de abril y estará vigente hasta, de momento, el 1 de mayo. Según informaba recientemente el diario Público, el Gobierno de Costa estaría estudiando ampliarlo hasta el 15 de mayo. “Si queremos ganar la libertad en mayo, tenemos que conquistarla en abril”, declaró Rebelo de Sousa la semana pasada.
Menos histrionismo parlamentario
Pero si algo está llamando la atención de los observadores exteriores en la gestión portuguesa de la crisis es la actitud política. Costa se ha erigido en baluarte del sur de Europa contra la austeridad reprogramada de la Unión Europea. La propia convivencia entre Gobierno, del Partido Socialista con apoyos parlamentarios de Bloco de Esquerda y más puntualmente del Partido Comunista, y la Presidencia de la República, que regenta una personalidad del PSD (derecha), constituye prueba importante de la singularidad lusa. El último editorial de Público, periódico de corte progresista, celebraba lo que denominaba “pausa en la política conflictual”. Lo hacía a partir de la comentada intervención del presidente del PSD y ex alcalde de Porto Rui Rio en la Asamblea de Portugal, en la que ofreció apoyo al Gobierno y le deseó “coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte”. El citado editorial no idealizaba, sin embargo, lo ocurrido, y lo situaba en un contexto más amplio: “Por natural convicción y sentido de Estado o por recelo de incomprensión de los electores, los líderes de la oposiciòn cambiaron la acidez por la colaboración”.
El Bloco de Esquerda advertía contra un exceso de suspensión del conflicto y el regreso a la concertación entre conservadores y progresistas. Los comunistas denunciaban que el estado de emergencia está “siendo aprovechado aprovechado por aquellos que ven en la actual situación una oportunidad para aumentar la explotación”. Otros analistas avisan contra la tentación del gobierno de salvación nacional. Y en el Diário de Notícias explican que, a pesar de que “la prensa internacional y los políticos extranjeros elogien la cooperación” entre socialistas y derecha, la realidad es que “ese bloque central solo ha existido para tumbar leyes”. Lo que sí existe, tal vez, sea una manera nacionalmente portuguesa de debatir en las instituciones políticas, menos histriónica, más en voz baja Y una democracia derivada de una revolución antifascista dirigida por amplios sectores del ejército y cuya Constitución incluye en su Preámbulo “asegurar el primado del Estado de Derecho democrático y de abrir camino para una sociedad socialista”.
Los debates sobre el confinamiento, en todo caso, no resultan tan diferentes de los españoles. Todavía hoy 167 “personalidades” -empresarios, intelectuales y sindicalistas del centrista UGT- exigían al primer ministro “levantar gradualmente el estado de emergencia con la mitigación de la epidemia” para “mantener la economía en funcionamiento”. Y el cumplimiento ciudadano de la cuarentena también conoce excepciones: en Barcelos, pintoresca localidad próxima a Galicia famosa por su feria y sus coloridos gallos de ornamento, la Guarda Nacional Republicana identificaba a varias personas que en la tarde del domingo organizaron un “Camino Pascual” con beso a la cruz incluido. Más tarde difundieron las imágenes por las redes sociales y ahora se enfrentan a un posible delito de propagación de enfermedades y desobediencia“.
Walter Hugo Mãe es uno de los más celebrados escritores portugueses contemporáneos, autor de a máquina de fazer espanhóis (2010). El 19 de marzo escribía en The Intercept una carta a sus amigos brasileños. “Si yo estuvuese 'escribiendo del futuro', noten que no hablo más que desde unos días después”, argumentava, “estamos, tal vez, 15 días más adelante. Son los 15 días que tienen para salvar vuestro país de un derrumbamiento sanitario y económico sin comparación con nada de lo que hayan visto hasta ahora”. Son quizás esos mismos 15 días que permiten a Portugal presentar, de momento, unas cifras menos terribles que las de sus vecinos de frontera.
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