Pablo Beltrán, jefe negociador del ELN: “Es un engaño decir que si se desarma la guerrilla se acaba la violencia en Colombia”
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) es la última guerrilla activa en Colombia y una de las últimas de América Latina. Se calcula que tiene algo más de 5.000 miembros y en 2024 cumplirá 60 años de lucha política y armada.
Desde octubre del año pasado ha vuelto a sentarse a una mesa de negociación con el Gobierno de Colombia y dice que este proceso abierto con el Ejecutivo de Gustavo Petro es el que arroja más esperanzas en medio de las dificultades.
“Esta vez es diferente porque contamos con un interlocutor que quiere que haya transformaciones para la paz. Los anteriores no querían”, explica el comandante Pablo Beltrán, el sobrenombre con el que es más conocido Israel Ramírez Pineda (San Gil, Colombia, 1953), miembro del “comando central” del ELN y jefe negociador de esta guerrilla con los diferentes gobiernos desde hace más de dos décadas. Su vida ha transcurrido desde hace algo más de 50 años en la guerra de Colombia y, a unos meses de cumplir los 70 años, asegura que ha sido una vida que “ha merecido la pena”. “Si el régimen que enfrentamos en Colombia es de persecución y exterminio, a usted no le queda más que clandestinidad, resistencia… rebelión”, dice.
En este hombre, menudo y extremadamente educado, el tiempo transcurre por generaciones —“Uno lo que hace es desatar procesos, iniciarlos, pero no tiene claro hasta dónde va a llegar”— y eso suele desesperar a los representantes de los gobiernos, urgidos por firmar acuerdos en los que se pongan plazos para el desarme y la desmovilización de los armados.
De hecho, para algunos sectores de la sociedad colombiana y de la comunidad internacional, la paz siempre ha consistido en desarmar a las diferentes guerrillas que han desafiado al Estado. Y han sido muchas. Después de sendos “procesos de paz”, se desmovilizaron, por ejemplo, el M19 (1990), EPL (1991), el Movimiento Armado Quintín Lame (1991), y en 2016 se firmó el acuerdo con la guerrilla más numerosa, las FARC. Ese acuerdo estaba titulado como “Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera” y le supuso un premio Nobel de Paz al presidente que firmó ese acuerdo, Juan Manuel Santos.
La violencia, sin embargo, continúa: según el último informe de la ONU, en los primeros seis meses del año ha registrado 52 masacres y el asesinato de 46 líderes sociales, aunque se ha reducido el número de homicidios respecto al semestre anterior.
Beltrán recibe a elDiario.es en Caracas, Venezuela, donde se celebra el IV Ciclo de Diálogos de Paz con una heterogénea delegación del Gobierno en la que junto a militares o policías se sienta el senador Iván Cepeda, el ex miembro del M19 Otty Patiño, personas pertenecientes a movimientos indígenas o afrocolombianos, un ecologista o una defensora de derechos humanos.
Es muy difícil entender desde fuera que después de tantos procesos de paz persista un conflicto tan violento en Colombia. ¿Por qué el país no encuentra solución a sus problemas?
Yo creo que Colombia y lo que pasa en Colombia tiene que ver con varios factores. Uno, que desde que hubo la ruptura con España, desde que somos República, el poder ha estado en manos de una élite muy excluyente, muy violenta. Por eso es históricamente distinto lo que está pasando ahora, con un presidente que viene de sectores no elitistas y propone un programa de reformas. Eso es histórico.
El segundo factor: Colombia tiene casi el 60% de los bosques de niebla del mundo, eso quiere decir que tenemos la fábrica de agua. Pero, además, Colombia es cinco países: un país Caribe, un país Pacífico, un país andino, un país amazónico y un país de las grandes llanuras del Orinoco, que compartimos con Venezuela. Lo que eso implica en términos de biodiversidad y riquezas es muy grande.
Además, la posición geográfica de Colombia le da un valor geopolítico muy grande y Estados Unidos ha estado muy amarrado a esa situación desde una fatídica guerra que tuvimos a principios del siglo XX. Desde esa época, la presencia de EEUU es hegemónica y se aprovecha de estas ventajas. En el caso nuestro como izquierda, no es que seamos anti-estadounidenses, somos antimperialistas y anticolonialistas.
Cualquier cosa que haya que hacer en Colombia para que haya cambios tiene dos grandes adversarios: una élite muy excluyente, muy violenta, que no es amiga de ceder privilegios, y un imperialismo desde el norte que lleva un siglo largo encima de nosotros.
¿Qué ha fallado en el enfoque de los procesos de paz y por qué se suceden?
En estos días veía un análisis sobre Ucrania en el que un militar experto en estos temas decía que cuando usted lee mal un conflicto, la solución es desacertada. Entonces, en Colombia ha ocurrido eso. Las lecturas del conflicto, la narrativa del conflicto que tienen las élites no son exactas o si las tienen correctas, no las aplican, no las tienen en cuenta a la hora de buscar las soluciones. Esta discusión la hemos planteado en la mesa de diálogos: hay unas causas que generan en alzamiento armado y la rebelión de la gente. Si vamos sobre ese origen, pues arreglemos las causas. Pero creo que lo hemos dicho muy claro: no cuenten con el ELN para arreglar consecuencias.
¿Para el ELN, la lucha armada es una consecuencia y no la causa de la violencia?
Claro. Por ejemplo, en el año 2021, se produjo un “estallido social” muy fuerte en Colombia. A esa protesta social se le dio un trato de guerra, con decenas de muchachos a los que le sacaron los ojos, con muertos, con asesinados, con desaparecidos… ¿Y qué es lo que pedía la gente? Cambios.
Entonces, yo les decía en la mesa de diálogos: si siguen haciendo ese trato de guerra a la protesta, miles de esos muchachos van a tocar las puertas de la guerrilla para ingresar. Pero si ustedes reciben los pliegos de peticiones, buscan una salida concertada, buscan un diálogo, una solución política a ese conflicto, pues, no estarán empujando a la gente a la rebelión.
Usted ha participado en negociaciones fallidas desde hace casi 30 años ¿Por qué deberíamos pensar que esta vez es diferente?
Es diferente porque contamos con un interlocutor que quiere que haya transformaciones para la paz. Los anteriores no querían. Entonces es un pulso entre el que quiere y el que no quiere. Esta vez tenemos un interlocutor que quiere que haya transformaciones para la paz, que tiene un programa de paz que cubre al ELN, pero también a otros grupos, sobre todo grupos que no tienen un perfil político. O sea, también está intentando procesos de sometimiento a la justicia, sobre todo de ciertas mafias. El esfuerzo del ELN está inscrito en ese esfuerzo más total del Gobierno.
Y este interlocutor, también quieren que ustedes dejen las armas...
Por supuesto.
¿Y cuándo van a dejar las armas…?
Cuando nosotros discutimos esto decimos: 'Aquí hay un grave problema de armamentismo, ¿cómo lo resolvemos?'. Y añadimos: 'Quítense de la cabeza que resolviendo los 5.000 fusiles del ELN se resuelve el problema del armamentismo en Colombia'. Hay que resolver el problema de fondo, porque si no se convierte como en una especie de engaño que se diga que si se desarma el ELN, se acaba el armamentismo y la violencia en el país.
¿Si ustedes entregan las armas seguiría la violencia?
Sí, claro, sigue la violencia. Por eso la agenda de Diálogos de Paz que firmamos dice: vamos a sacar la violencia de la política. Quiere decir que los que están en el poder, la élite que tiene el poder, va a dejar de defender y obstaculizar los cambios con las armas. Eso es lo primero. Y lo segundo es que los que queremos cambios no nos veamos obligados a buscarlos con las armas. Eso es sacar la violencia de la política y en eso es que estamos.
Pero eso puede llevar mucho tiempo...
Pues el ELN va a cumplir 60 años. El conflicto se aceleró después del asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán en 1948. O sea, que este conflicto interno pasa de los 70 años. Así que a esto hay que dedicarle tiempo y determinación para que salga adelante. Esto son obras de varias generaciones y cada uno tiene que ser consciente del tiempo histórico que le tocó y actuar acorde a él, pero saber que uno lo que hace es desatar procesos, iniciarlos, pero no tiene claro hasta dónde va a llegar.
Hay muchas voces en Colombia que consideran que su lucha está desfasada, que la insurgencia ya no tiene sentido en este tiempo histórico. ¿Qué les diría usted a esas personas?
Bueno, la humanidad tiene un reto. Siempre habrá conflictos. ¿Para qué se creó la ONU? Para que los conflictos discurrieran de una manera diplomática, a través de soluciones políticas. ¿Cómo está la ONU hoy? En una crisis tremenda porque no le hacen caso, no cuenta. Entonces, hay una crisis de las soluciones políticas en el mundo.
Un famoso escritor colombiano, William Ospina, dijo que lo que ha habido en Colombia es una pacificación que consiste en tres cosas: acabar con la guerrilla, echarle la culpa de todo, y, finalmente, que nada cambie. Entonces, eso es lo que ha habido desde que mataron a Gaitán: oleadas de pacificación, pero no ha habido un proceso de paz que vaya a las raíces del conflicto y un compromiso nacional para resolverlos.
Esto no es solamente una obra de un gobierno o de una guerrilla, esto tiene que ser un propósito nacional, porque son objetivos muy nobles, pero muy grandes, que rebasan las fuerzas y los tiempos de un gobierno o de una guerrilla.
¿Qué sentido tiene su lucha armada en este momento?
Pues yo le diría que cuando uno pelea con un enemigo muy grande y le dice “yo no lo acepto”, y se coloca en rebeldía, le está dando un mensaje: cambiemos esto o, si no, va a seguir habiendo la rebeldía, que es lo que nosotros decimos en la mesa de diálogos.
Hicimos una agenda que se llama acuerdos de México para que haya transformaciones de fondo para la paz y desde ahí crear unas nuevas condiciones en el país. Entre otras cosas debemos atacar un armamentismo que es muy grave. Nosotros tenemos 5.000 fusiles, las Fuerzas Armadas del Estado tienen medio millón. Lo que tienen los civiles, la mayoría de la derecha y la ultraderecha, son cuatro millones de armas [según una estimación de 2017].
Entonces, si usted dice que hay que resolver el problema del conflicto, tiene que ver ese armamentismo que viene acumulado. No tenemos un problema tan grave como el de EEUU, pero en Colombia hay esa cantidad de armas, la mayoría sin ningún tipo de amparo legal. Somos un país donde se trafica cocaína hacia afuera y para dentro vienen armas. Entonces ese es un problema inmenso.
¿Cuánto pesa el narcotráfico en la violencia, la política y el poder?
Mucho. En 1971, al presidente Nixon se le ocurrió decretar una guerra contra las drogas (…) y se la impuso a Colombia. En los años de los grandes cárteles en Colombia, el de Medellín, el de Cali, que son los más renombrados, brigadas del Ejército enteras estaban alquiladas a los carteles. Entonces yo le hago la génesis de cómo es la desgracia y del fracaso de la guerra contra las drogas. La guerra contra las drogas es un fracaso porque sólo usa la fuerza policial. Considera que el adicto es un enfermo, no alguien que tiene que atenderse desde la salud pública.
Y entonces, son 50 años largos en que está demostrado el fracaso y hay iniciativas mundiales para buscarle una solución alternativa que no se base en la represión. Colombia en este momento está comprometida con otros países para impulsar esa solución porque el actual enfoque no sirve.
Por ejemplo, si el Gobierno de Petro logra someter a la Justicia al cártel más grande en este momento que exporta cocaína desde Colombia, el clan del Golfo, al año siguiente habrá otro cartel más grande. Entonces son soluciones incompletas. Esa es la desgracia de Colombia. Pero el problema no es solo que se degraden las fuerzas armadas o los partidos.
Hay una degradación en general en toda la sociedad y lo más grave es el desdibujamiento de la juventud como fuerza en la que está empeñado el futuro de un país. Es una desgracia y en eso son procesos muy parecidos los México y Colombia, y ahora están viviendo su viacrucis Ecuador, porque Ecuador hace parte de toda esa línea costera del Pacífico, que es por donde se exporta el 80% de la cocaína que llega a EEUU.
Usted cuestiona los acuerdos de paz anteriores. ¿Rescata algo del acuerdo alcanzado por las FARC en 2016?
Sí, por supuesto. Ellos marcaron una etapa, dieron unos pasos importantes para ir buscando la verdad, ayudaron a construir un sistema de justicia transicional que da unas ventajas… Pero, claro, ellos [las FARC] cumplen y la contraparte [el Estado] no cumple. Entonces, eso pues no es lo mejor. Pero lo más grave es que ellos de buena fe dijeron: 'Listo, nos disponemos a dejar de ser una guerrilla', pero el régimen no ha respondido de la misma manera.
Entonces ya hay centenares de excombatientes asesinados y ¿a quién asesinan? Al que fue guerrillero de las FARC que llega a su comunidad y se convierte en líder social. Los matan porque siguen luchando política y socialmente sin armas para que Colombia cambie, no los matan por haber sido guerrilleros no más.
¿Sacan algún aprendizaje de ese proceso?
Lo principal que nosotros insistimos es que estos procesos de paz sólo pueden ser exitosos si, y sólo si, la sociedad los hace suyos. Quiere decir que la participación de la sociedad es determinante.
Por ejemplo, ahora en Bogotá hemos instalado un comité nacional de la participación. Son cerca de 100 personas que representan a muchos sectores y regiones de Colombia, y el trabajo de ellas es diseñar cómo va a ser la participación y después vendrá la participación en sí. De ahí se espera que salga una agenda de transformaciones para la paz, pero también una alianza social, política y económica que permita un gran acuerdo nacional, porque lo que tenemos son propósitos muy grandes.
Para el ELN, Estados Unidos es uno de los factores a tener en cuenta: ¿Qué esperan de Washington?
Pues esperamos que Estados Unidos no se le oponga al programa de cambios democráticos y reformas que tiene el Gobierno de Petro. Lo que han hecho es derrocar, dar golpes de Estado y habrá que ver hasta dónde ellos, con el poder que tienen, dejan que avancen decisiones como la del pueblo colombiano de lograr la paz. Cualquier salida también pasa, en todo caso, porque América Latina tenga una integración muy fuerte, tenga una sola voz y, con esa sola voz, interactúe con todas las potencias del mundo en una relación de igualdad, no de subordinación.
Este proceso depende mucho de que este Gobierno siga adelante. ¿Si el Gobierno cae, caería también el proceso?
Ese es el peor escenario. Pero es posible, claro. ¿Por qué? Porque, por ejemplo, el 29 de octubre hay elecciones provinciales y locales. Ese es un examen. Si la oposición de derechas tiene más fuerza le va a hacer la vida imposible al Gobierno. Si las fuerzas del Gobierno y sus aliados salen fortalecidas, pues quiere decir que los programas que impulse, entre ellos lo de paz, van a tener mejor suerte. Entre ellos, esta mesa.
Personalmente, ¿nunca ha dudado del recurso a la violencia? ¿Nunca ha tenido momentos en los que ha pensado que hay otros caminos?
Sí, por supuesto, pero, si el régimen que enfrentamos en Colombia es de persecución y exterminio, a usted no le queda más vida que la clandestinidad, la resistencia y rebelarse a eso. Porque lo otra opción que queda es la ley de la mafia. Otro gran periodista que ya murió, Antonio Caballero, decía que en Colombia manda la “ley metálica: plata o plomo”. Como ese régimen mafioso se entronizó tanto en Colombia, todo lo maneja con las dos herramientas. A usted o lo compran o lo matan.
La vida de un revolucionario consiste en ni dejarse comprar ni dejarse matar, y persistir en que este pueblo vale la pena, que este país vale la pena… y que hay que cambiarlo.
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