Tres horas hasta el Zendal a por la segunda ronda de la vacuna
No han sido los enfermos sino los jubilados los que finalmente están llenando los autobuses que la EMT habilitó en diciembre para dar servicio al Hospital Zendal, construido el año pasado por la Comunidad de Madrid como centro “antipandemias” y que estos días rebosa actividad porque es uno de los principales centros de vacunación de la región. Uno tras otro, cada 20 minutos, los autocares iban dejando a una remesa de mayores de 60 años, convocados para recibir la segunda dosis de la vacuna de AstraZeneca, al menos ocho semanas después de haber recibido la primera.
La convocatoria para esta segunda dosis, conjuntamente con las citas a madrileños más jóvenes para recibir la primera de Pfizer, en una sola cola, provocó esperas de más de hora y media el miércoles mismo, según las denuncias recogidas en las redes sociales por vecinos disconformes, de las que se hizo eco Podemos. Este jueves, sin embargo, la organización ha sido mejor. Los accesos para una u otra vacuna estaban separados y el ritmo de inoculación fue rápido, con lo que el proceso entero no llevaba más de media hora, según al menos una decena de personas que volvían a sus vehículos particulares o a la parada del bus tras recibir el pinchazo.
La queja principal de varios presentes era haber tenido que ir al Zendal desde lejos, ante la imposibilidad de cambiar la cita a otro centro. El nuevo hospital modular está en Valdebebas, en el norte de Madrid, cerca del aeropuerto, según destacó en su día la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, y el acceso lleva tiempo, con transporte especial y todo. Rosi, que venía en el autobús, llevaba tres horas de trayecto desde Parla, porque además el tren de cercanías hasta Atocha está cortado estos días. La primera dosis la había recibido en el hospital de su municipio. “Me han dado cita para las 21.00, pero yo vengo ahora y si no me la ponen ya no sé si vuelvo”, protestaba. Similar era el caso de Caridad, que vive en Aluche y que se vacunó con la primera dosis en el centro Wizink de Goya, pero que ahora también ha tenido que venir al Zendal. Una pareja del barrio de La Estrella se quejaba de que allí ya no haya centro de salud y de haber tenido que dedicar la mañana al trayecto.
En la parada de ida, junto a Ifema, había un cierto aire de romería, con espacio para los comentarios políticos entre quienes esperaban, a favor y en conta de la gestión sanitaria de la comunidad de Madrid, o de la reciente incorporación de centros comerciales y bancos a la lista de puntos de vacunación. Según Alicia, partidaria de la presidenta, las imágenes de colas en la televisión pública eran siempre las mismas, pero repetidas, y el origen del virus podría estar en la “guerra química”. Otra señora se quejaba del aumento de contagios, que achacaba a las fiestas de los jóvenes, con alusión expresa a la del orgullo gay. A esto replicó una tercera mujer, más joven, haciéndole ver que en verano hay fiestas en muchos lugares, no solo las del colectivo LGTBI. La aludida replicó que ella no tenía nada contra nadie, y ahí se quedó el intercambio.
Pese a esto, la mañana transcurrió sin incidentes y con alguna curiosidad, como la presencia de un voluntario de Cruz Roja vendiendo boletos a viva voz bajo una carpa individual, o la de captadores de ACNUR, carpetilla en mano como si de la calle Preciados se tratase. En los próximos días, si la afluencia no baja, quizás aparezcan vendedores de parasoles; esta semana el calor no ha sido sofocante y el paseo alrededor del hospital hasta el punto de vacunación se hacía con facilidad, pero a medida que aumenten las temperaturas se incrementarán las posibilidades de sofocos. Con suerte, los mayores ya estarán completamente vacunados para entonces.
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