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El adiós a Ramón Lobo se convierte en un homenaje a aquello que siempre le movió: la memoria y la dignidad

Fotografía y mensaje en recuerdo a Ramón Lobo en el Monumento a las Trece Rosas del cementerio de La Almudena, en Madrid.

Guillermo Hormigo

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“Me gustaría que mis amigos, dirigidos por Nieves Concostrina que se sabe todo el cementerio civil, bajasen todos en gran procesión divertida atravesándolo. Que crucen después a La Almudena católica para dar con Pérez Galdós y acabar en el muro de las Trece Rosas. Para mí sería fantástico”. Así imaginaba Ramón Lobo, en su última intervención en el A vivir que son dos días que Javier del Pino conduce en la Cadena SER, una despedida de cuya inminencia acabó siendo muy consciente sin por ello aminorar su ánimo. Sirva de ejemplo esa misma intervención, en la que bromeaba (o no, ni la muerte ni las cruces le asustaban) sobre un posible robo de las flores a “los muertos anteriores” si no le mandaban ninguna corona fúnebre.

No sabemos, sin embargo, si en la imaginación de este irrepetible reportero, cronista de guerra, columnista, bloguero, periodista, tuitero y pensador en general sobre su adiós cabía tanto cariño como el que se ha palpado este viernes. Seguramente sí, pues su intuición, lucidez y perspicacia hicieron honor a su apellido a lo largo de la carrera profesional que desempeñó durante décadas. Le caracterizaron tanto como la afabilidad, la persistencia, el sentido de la justicia, el compromiso o la comprensión. Son varias de las características que familiares, allegados o admiradores destacan en conversaciones cruzadas y casuales durante una ceremonia que ha servido a la vez de lamento y celebración.

A las 9.00 de este viernes 4 de agosto, con puntualidad suiza, llegaba al crematorio de La Almudena el coche fúnebre con el cuerpo de Ramón Lobo en su interior. Es esta una frase cruda, áspera, fea. De esas que a ningún periodista le gustaría escribir, pero que como tan bien sabía Ramón alguien debe plasmar a través de un teclado. Aunque sea sin su talento.

Junto al espacio en el que tiene lugar la incineración se encuentran varias coronas fúnebres. Las tuvo, claro, ese comentario en el A vivir era más un chascarrillo que una advertencia, y más una advertencia que un temor. Algunas son de la familia, otras de compañeros de profesión procedentes de distintos medios. Todas, de Ramón.

Aquí empieza a desarrollarse la particular ceremonia que el autor de Isla África concibió. Ya contó en la SER que había dado instrucciones a su amigo, el también periodista Guillermo Altares, sobre cómo proceder. Lo hizo ya un año atrás, después de su primera visita al oncólogo. “Lo que más me preocupa es que nadie se olvide de lo que quiero, lo de las flores”, relató Ramón. Su idea era que este adiós emulase lo que él mismo solía llevar a cabo cuando acudía al crematorio de La Almudena: pedir permiso para coger flores de las coronas, bajar al cementerio civil y ponérselas a “todos los rojos, masones, librepensadores y a un profesor facha al que tengo mucho cariño”.

Quien no viene con flores puede por tanto sustraerlas de las propias coronas de Ramón. Así arranca un cortejo fúnebre (sin féretro) por una serie de sepulturas que marcaron la historia de España, así como su recorrido personal e intelectual. Una travesía a la que se suman decenas de personas. Buenos amigos y compañeros de Ramón en esto del periodismo, como Javier del Pino, Olga Rodríguez, Natalia Junquera, Jesús Maraña o Joaquín Estefanía. También figuras de la política y la cultura, como la portavoz de Más Madrid Mónica García o el actor y director Juan Diego Botto. A los mandos, como nuestra particular Caronte, la periodista y escritora Nieves Concostrina.

La despedida de Ramón Lobo no trata sobre Ramón Lobo, y eso dice todo sobre Ramón Lobo

Como era de esperar, Ramón no se equivocó con esta decisión. Concostrina nos guía por muchas de las tumbas más importantes de La Almudena, primero en el cementerio civil y luego (tras atravesar la calle de Nicolás Salmerón, muy cercana a su propio panteón) en el resto del camposanto. Una de las primeras lecciones es precisamente que tal distinción dejó de existir con el final del franquismo y al menos a nivel oficial todo el recinto funciona como una única entidad.

En la parte oficiosamente civil, la primera parada es el sepulcro del escritor Vintilă Horia, nacido en Rumanía pero afincado en Madrid hasta su muerte. Era el “profesor facha” al que se refería Ramón, licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Pese a las enormes discrepancias ideológicas entre ambos (Concostrina coincide con su difunto amigo en que Horia era “fascista”), su antiguo alumno siempre apreció de él que “dejaba al facha que llevaba dentro fuera de las clases, donde era un tipo fantástico”. “Le tengo enorme cariño y siempre que voy le pongo una flor”, confesó en aquella conversación con Javier del Pino. El suyo es por cierto uno de los rostros más compungidos durante la mañana, aunque poco a poco el pesar va dejando espacio al orgullo.

La comitiva se detiene después en la tumba de Timoteo Mendieta, sindicalista fusilado en 1939. Su hija Ascensión luchó incansablemente por encontrar y dignificar los restos de su padre, los de todas las víctimas del franquismo. Finalmente, el cuerpo de Timoteo fue indentificado en una fosa de Guadalajara en junio de 2017. Su familia pudo enterrarle unos días más tarde, el 2 de julio. Dos años después, el 16 de septiembre de 2019, Asunción murió y pasó a acompañar a su padre en La Almudena y en el descanso eterno. Quien escribe pudo acercarse también a aquella ceremonia (alguna ventaja debe tener vivir cerca de un cementerio), igual de emotiva y comprometida que la de este viernes.

La ruta continúa rindiendo honores a referentes literarios como Almudena Grandes, Pío Baroja o Carmen de Burgos, periodista y autora de convicciones feministas silenciada por la Dictadura. Concostrina aprovecha la tumba de la profesora Dolores Cebrián, que acompaña a la de su esposo, el dirigente socialista Julián Besteiro, para lanzar un dardo: “No está relacionada con el de El País”. Efectivamente solo les une el apellido y no ningún parentesco, pero la coincidencia es demasiado jugosa como para dejar pasar una pulla a Juan Luis Cebrián, que dirigía el Grupo PRISA cuando en 2012 Ramón Lobo fue uno de los 129 despedidos por un dramático ERE en el periódico. Volvió unos años más tarde, como no podía ser de otra forma. El prestigio tiene cosas malas, pero una muy buena: ayuda a hacer justicia.

La primera parte del trayecto se cierra con un recuerdo a Maravilla Leal, la primera inhumada en el cementerio civil, así como a otras imprescindibles figuras del republicanismo y la izquierda españolas: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Pablo Iglesias o Dolores Ibárruri “La Pasionaria”. Hay quien echa de menos alguna mención a figuras y simbología de la masonería antes de pasar a la otra parte de la necrópolis, pero Concostrina recuerda que es momento de “la ruta que quería Ramón”. Y que el tiempo es finito, de paso. Así pues, guiados por su ímpetu, este “rebañito de cabras” (como ella misma nos define) avanza.

El cementerio religioso marca su primer punto de referencia en la tumba de Benito Pérez Galdós, de cuya obra Ramón Lobo fue lector voraz y admirador tenaz. Luego toca una larga caminata. La atmósfera es cada vez menos grave, hasta cierto punto celebratoria. Hace un día que ayuda a relajar el ambiente, con un sol radiante pero una temperatura que no ahoga. Ramón nunca creyó que haya nadie allí arriba a quien debamos favores, así que dejemos este tiempo en una feliz casualidad.

Y llega Forges. Nieves rememora que conoció a Ramón precisamente el día que murió Antonio Fraguas, el 2 de febrero de 2018. Recuerda que aquella también fue una despedida con todo el buen ambiente que puede tener una despedida. “¡Ay mi padre, si parece una corista!”, dijo su hija al ver tantas flores sobre el sepulcro del dibujante. La escritora y profesora Pilar Garrido, esposa del humorista gráfico, obligó a sustituir la cruz por un blasón. Un apunte curioso: en la tumba de Forges se queda la banda de la corona que envió a Ramón el medio satírico Mongolia, igual que en la de Almudena Grandes colocaron la de compañeros y compañeras de El País.

El itinerario ideado por Ramón y ejecutado por Nieves Concostrina se termina de cumplir con dos paradas de enorme significación. Primero el Monumento a las Trece Rosas, cerca de la salida que da con la avenida homónima y un recuerdo a uno de los actos más terriblemente simbólicos de la represión franquista durante la posguerra.

Las flores y los colores de la bandera republicana han tenido este viernes una nueva compañía: un marco con la fotografía de Ramón Lobo y esta inscripción: “Plataforma Cívica Amigos del Cementerio Civil Madrid 1884 al ilustre periodista y escritor Ramón Lobo Leyder (1955-2023)”. También puede leerse una muy ilustrativa cita del autor, extraída de su blog personal: “No tengo banderas, solo valores y principios”.

El destino final es el muy cercano (y mermado) Memorial de las víctimas de la Guerra Civil, previsto en un primer momento como homenaje a los represaliados por el franquismo en Madrid. En diciembre de 2019, el Ayuntamiento que lidera José Luis Martínez-Almeida instaló en él unas losas de piedra con una nueva inscripción que sustituyeron la lista de 2.937 nombres de personas asesinadas en la represión posterior al fin de la Guerra Civil en Madrid.

El Gobierno municipal consideró más adecuado para la “reconciliación” arrancar esas identidades, que también son historia(s), para colocar en su lugar esta frase: “El pueblo de Madrid a todos los madrileños que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones políticas, ideológicas o por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perdón”. Dos meses después, el consistorio recrudeció su actuación en el Memorial al borrar unos versos de Miguel Hernández inscritos en tres placas.

Este contexto tan terrible sirvió a Concostrina, sin embargo, para alumbrar una idea bellísima que expone sin ser capaz de contener las lágrimas: “La memoria de los muertos no son tumbas, ni lápidas. Tanto la de estos 3.000 asesinados como la de Ramón, al que no vamos a olvidar en la vida”. Es ahí cuando descubrimos la paradoja tan brillante sobre la que Ramón ideó su adiós: un recorrido físico en el que lo primordial estaba, por contra, en lo que este lugar representa simbólicamente.

Solo con esa lucidez puede marcharse en paz un cronista de mil guerras. Contando historias de muchos dolores y alguna alegría aunque sea por boca de otras personas, las que ahora atesoran sus valores y su legado. Como dijo José Luis Sastre al recordarle, se muere la gente que te enseña, que te dice “por aquí no, por allí”.

Tu memoria marca el camino, Ramón, para quienes te acompañaron y para quienes no tuvimos la suerte de cruzarnos en él contigo.

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